El hijo caído
Aunque a estas alturas un servidor ya debería estar curado de espantos, lo cierto es que la muerte de Steve Rogers en 2007, el Capitán América original, consiguió ponerme los pelos como escarpias del susto. Pero antes que nada, será mejor poner al publico soberano en antecedentes de lo que fuera el mayor magnicidio acaecido en el mundo del cómic durante la pasada década.
Durante la segunda mitad de 2006 Marvel Comics publicó la macrosaga Civil War, un crossover que se desarrollaba en las principales cabeceras de la compañía, y que engarzaban sus historias al unísono en la serie troncal de siete números del mismo título. El último de ellos se publicó con fecha de enero de 2007. La cruenta guerra civil dio comienzo a raíz de la entrada en vigor del Acta de Registro de Superhumanos, una ley por la cual todos los héroes enmascarados estaban obligados a revelar su identidad secreta y ponerse a las órdenes del gobierno de los EE.UU. De inmediato los superhéroes se postularon en dos grupos bien diferenciados, por una parte, los gubernamentales “conservadores” liderados por Tony Stark, alter ego civil de Iron Man, y por otra, los rebeldes “liberales” que abogaban por el derecho a la privacidad y el libre albedrío dirigidos por el Steve Rogers, el Capitán América.
El resultado del enfrentamiento se decantó a favor de los héroes auspiciados por el gobierno. A consecuencia de ello, el Capitán América, declarado en rebeldía y finalmente capturado, afronta su juicio en los juzgados federales de Nueva York, y no ante un consejo de guerra, como correspondería a su rango militar, en un gesto inusual por parte del gobierno en un intento de dar imagen de transparencia absoluta al proceso.
Durante su llegada al juicio, Rogers es tiroteado en primera instancia por un francotirador, para ser posteriormente rematado por otro asesino muy conocido (que solo se desvela al final del cómic) en las escalinatas de los juzgados. Tres disparos recibidos a bocajarro, esposado, sin posibilidad de defenderse, como si fuera un animal, sin recibir muestra de piedad alguna y sin ningún momento para la épica ni discursos trascendentales. Solo muerte, y nada más.
Claro, uno podría pensar que estábamos ante la típica maniobra comercial de la editorial es pos de relanzar al personaje de una colección cuyas ventas estaban por los suelos (algo que, por otra parte, a la larga se demostró que así era) Un servidor, a bote pronto, recuerda por lo menos cuatro muertes de personajes que encarnaban al Capi pero que no eran Steve Rogers, a saber, la del profesor chiflado William Burnside , la del Espíritu del 76, la de Roscoe, la del Patriota… Parece que la condición intrínseca para cargárselo era que Rogers no fuera quién vestía el uniforme de la bandera en ese momento. Pero los infaustos años 90, pésimos para cualquier publicación de superhéroes, aun tenían una desagradable sorpresa que depararnos. Durante el infame experimento editorial titulado Heroes Reborn, Marvel intentó dinamizar a sus principales franquicias “matándolas” para después resucitarlas de inmediato, resurgiendo de sus cenizas con fuerza y bríos renovados (una chorrada en la que el mismísimo Bill Clinton aparecía representado como portador del féretro del capi… como os lo cuento) En todo caso, en ningún momento dio la sensación de que la cosa fuera a pasar a mayores. ¡Ah! y se me olvidaba la “muerte” más importante de todas, la que lo mantuvo congelado tras la Segunda Guerra mundial hasta que fuera rescatado por Lo Vengadores veinte años más tarde.
Pero había cosas en esa última “muerte” no anunciada que asustaron mucho a los lectores y nos hicieron “temer” lo peor. En primer lugar, el magnicidio nos pilló a todos con el pie cambiado. Al contrario de lo que sucede en estos casos, nada se había anunciado con anterioridad a bombo y platillo. El cómic apareció en las tiendas norteamericanas el 7 de marzo de 2007 e inmediatamente la noticia corrió como un reguero de pólvora. El Capitán América había muerto. Las cadenas de televisión abrieron sus informativos con la impactante noticia, y lo mismo sucedió con las portadas de prensa escrita. La repercusión, ya no solo en el círculo del cómic, sino en las cabeceras de todo el mundo, fue sensacional.
Y la serie de cómic seguía su curso sin el personaje que le daba nombre, algo impensable y nunca visto hasta el momento; y pasaba un mes, y otro, y otro más, y todos no hacíamos a la idea de que tal vez fuera cierto. Puede que Steve Rogers estuviera muerto y enterrado. Puede que realmente hubieran matado al sueño.
Ed Brubaker (EE.UU, 1966) fue el encargado de meternos el miedo en el cuerpo a lo largo del arco argumental de seis partes (al que a mi modo de ver le sobran las cinco últimas) titulado precisamente así: La muerte del sueño. Y los lápices densos y oscuros del también norteamericano Steve Epting fueron los responsables de parir la más impactante viñeta publicada en un cómic de superhéroes durante la pasada década. La de un Capitán América esposado, abatido y ensangrentado, que aun tiene un último aliento para conminar a Sharon Carter a proteger a la población civil del tiroteo. Genio y figura hasta la sepultura (…o no)
Muy meritoria resultó también la última adaptación cinematográfica del personaje en 2011: Capitán América, el primer Vengador, dirigida por Joe Johnston y protagonizada por un voluntarioso Chris Evans. Sin duda alguna, la mejor del lote de precuelas individualizadas que desembocaría en el blockbuster Los Vengadores. Altamente recomendable, si señor.
Lluís Ferrer Ferrer (Cala Mastella, 1971) Especialista en tebeos y demás vicios de malvivir, es el escritor (i)responsable de la Trilogía ibositana (2008-09-10) y de los guiones de la Webserie Salvador, un superhéroe low cost (2012-13)
«Brubaker» es el apellido correcto del guionista. Disculpas por la errata…
Solucionado. Gracias chicos…