Por David Ventura La historia la escriben los aparentemente cuerdos, los que se instalan en el discurso dominante y condenan a las voces disidentes a la heterodoxia o la clandestinidad. Evidentemente, no estoy descubriendo la pólvora, este es un precepto que lo conocen hasta los niños de seis años. Si extrapolamos este silogismo a la arquitectura -que es de lo que hablaremos aquí- imagínense un Le Corbusier o un Mies van de Rohe en Gotham City. Evidentemente, cuando la norma es el tenebrismo gótico-decó, proponer una arquitectura basada en la claridad, la austeridad y la pureza de las formas, es algo parecido a realizar una apuesta suicida por la marginación.
Imaginad ahora a un constructor de Gotham City que un día aterriza en la España del desarrollo inmobiliario y, más en concreto, en un pequeño pueblo castellano-leonés. Tiene una parcela urbana, los permisos del ayuntamiento y se dispone a construir un edificio de viviendas respetando todas las condiciones -volumetría, altura, número de pisos- que marca el plan urbanístico local. Como no podía ser de otra manera, el constructor levanta la casa siguiendo su lógica particular: altos torreones de castillo gótico con un tejado convertido en un laberinto de escaleras de caracol y mansardas, estilización decó y expresionista, una primera planta bulbosa y de la que parecen emerger raíces que se transforman en una fachada de color granate perforada por grandes ventanas en forma de murciélago. Lo normal, vamos.
Pues bien, el constructor llegado de Gotham City existe y su obra se encuentra en Valencia de Don Juan, un pueblo situado a 55 kilómetros al sur de León. Un pueblo que, sin duda, merece una visita.
Valencia de Don Juan es un pueblo muy agradable que se disfruta especialmente en primavera, cuando las terrazas se apoderan de las plazas públicas y la naturaleza pinta de color los bosques que bordean el río Esla. Si se pasea por el centro de la villa, el hilo musical no es el ruido del tráfico sino las notas que se filtran desde las ventanas de la escuela de música, lo cual ya es un gran avance aunque los alumnos desafinen; la vista desde el mirador del Esla nos ofrece un panorama de parejas que pasean y vecinos que hacen footing y van en bicicleta, lo que nos permite intuir que Valencia de Don Juan es un lugar donde es factible tener una vida cómoda y feliz. La joya del pueblo es el castillo de Coyanza, del siglo XV. Se ha restaurando con mucho acierto la torre del Homenaje y, desde el parque, la fachada del castillo ofrece un escenario precioso, impecable. Sin embargo, mis esquinadas apetencias estéticas me desvían del camino obvio y me impelen a interesarme más por la obra del constructor enviado desde Gotham City. Inicio mi indagación en la recepción del hotel, donde me atiende una chica de pelo rizado y camiseta de los Ramones.
-Esa casa nosotros la conocemos como la casa del coño, porque todo el mundo que la ve, se dice: “¡Coño! ¿Que es esto?”. El constructor es alguien del pueblo, pero ahora no sabría decirle el nombre. Dicen que está chalado, que se le va la pinza. La casa es rara-rara, pero cada uno en su casa hace lo que quiere y a mí estos locos no me molestan.
“La casa del coño”, interesante nomenclatura. Continuo mi paseo. Estoy en el parque que hay frente al castillo de Coyanza, lugar de reunión de los jubilados que se sientan a la sombra, observan a los transeúntes, contemplan cómo caen las hojas, comparan sus respectivos achaques, recuerdan tiempos pasados y comentan alguna nimiedad que, automáticamente, pasa a convertirse en la gran noticia del día. Se trata, en definitiva, del apacible escenario donde se desarrolla la vida del jubilado de la Castilla y León rural. Ese día, la nimiedad que se convierte en noticia es la aparición de un catalán lunático (o sea, yo) que les pregunta por esa casa rara que parece como un castillo.
-Mire, eso lo ha hecho alguien que ha perdido la cabeza.
-Está loco, el pobre, está loco – apunta un segundo jubilado.
-Y mira que lo tenía todo para hacer un buen dinero, pero cuando no se tiene cabeza, no se tiene cabeza… – remacha un tercero.
Les pregunto por el responsable de la casa y me comentan que se llama Santiago, que tiene una empresa de construcción y que durante toda la vida ha hecho lo que se espera de un constructor: adosados, chalets, reformas, edificios de viviendas… O sea, lo lógico. Tras una carrera sólida, Santiago se había propuesto coronar su carrera construyendo en una de las mejores parcelas del pueblo, un solar que era un tesoro, una ocasión única para hacerse de oro. Tenía licencia para levantar hasta cuatro plantas y soñaba con unos apartamentos de lujo, amplios, con acabados de primerísima categoría, y pensaba guardarse el ático para él. Esa casa sería la culminación de su trayectoria como constructor y también su nuevo hogar. Sin embargo, algo se torció:
-Al principio, cuando sólo estaban puestas las vigas y los andamios, no nos dimos cuenta. Pero luego eso ya era muy raro. Yo le dije: “¿pero que haces?”, y el respondía que nada, que no quería escuchar, que lo tenía muy claro y que no pensaba bajar de la burra.
-Y es de ser tonto, porque ahí se pueden ganar muchos duros. Pero él erre que erre… Y así le ha ido: sin dinero, sin casa y sin nada.
-Pero también puede ser -intervengo yo- que se trate de un artista, de alguien que quiere hacer una obra singular, una casa distinta, que sea recordada y que perdure en el tiempo.
Los tres jubilados me miran y se miran entre ellos.
-Respeto mucho su opinión pero mire… si uno tiene la oportunidad de ganar mucho dinero y la desaprovecha porque tiene pájaros en la cabeza, eso en mi casa sólo tiene una palabra: o es tonto o es que el pobre está loco. Además, el Salvador no es un artista… es un constructor, es lo que ha sido toda la vida.
Imposible quitarle la razón. Les pregunto cómo llegar a la casa:
-Está aquí al lado. ¡Se ve desde aquí! Es eso que asoma por allá.
Efectivamente. Por encima de la marea uniforme que conforman los tejados del pueblo, despuntan un enjambre de almenas, mansardas, tejados de pizarra a la parisien, pasillos levadizos y figuras como las que coronan las torres de las catedrales góticas. Desciendo por las escaleras que comunican el parque con la calle Barrionuevo y no tengo pérdida porque la via me conduce directamente a la que, sin duda, es la edificación más singular de Valencia de don Juan: la casa expresionista, la casa del coño o, si ustedes lo prefieren, el Castillo de Batman.
De planta paralelepípeda, en forma de cuña, su extremo más estrecho se encuentra orientado al sur y, dado que se encuentra en una calle que hace cuesta abajo, esta fachada sur actúa como proa del edificio y es la más relevante para el transeúnte. En los vértices de la fachada sur se alzan dos cuerpos cilíndricos que se rematan en un tejado puntiagudo y constituyen la parte más visible del edificio, su targeta de presentación.
El bloque consta de cuatro pisos más unos bajos. La planta baja está cubierta por un mosaico de estilo orgánico realizado con piedras que nos remite, inevitablemente, a las columnas que sostienen los viaductos del Parque Güell de Gaudí. El resto de la fachada está forrada por bloques de piedra de color gris-violeta y granate, elementos más que suficientes para singularizar el edificio. Sin embargo, otro elemento impactante es la forma de sus amplios ventanales: contabilizamos veintinueve y no hay dos iguales. Por su forma y dimensiones, los ventanales más espectaculares son los situados en la fachada sur del edificio, especialmente el ventanal superior que tiene una forma que evoca inequívocamente al símbolo de Batman, un murciélago con las alas abiertas; también cabe recordar que los colores gris-azulado y granate de la fachada son los colores del superhéroe de Gotham City. Este auténtico delirio arquitectónico se remata con un tejado que evoca los ensueños góticos de mansardas y escaleras misteriosas. Las dos torres cilíndricas están rematadas por las figuras metálicas de una cobra -en actitud amenazante, lengua bífida y torso erguido- y de un espectacular águila con alas entreabiertas y pose amenazante. Todas las torres están unidas por unas escaleras exteriores bajo las cuales se intuyen diversas habitaciones y ventanas que asoman como burbujas en la superficie de una sopa hirviendo.
Sin duda es un edificio sorprendente, muy atrevido y propio de un parque de atracciones o de una feria. Podría ser el escenario de una película fantástica, la guarida de los hombres-murciélago, el castillo de algún satánico científico loco, o la nueva atracción que de un parque temático que celebra el Halloween. Pero lo más fascinante de todo es que se trata de una promoción de pisos y que la intención del constructor es… ¡venderlos! Así, el empresario se ha ceñido escrupulosamente a las inspecciones de los aparejadores del ayuntamiento, que le han obligado a derribar algunos elementos que vulneraban las directrices de urbanismo del municipio, unas directrices que, seguramente, no contemplaban la posibilidad que alguien construyera un castillo gótico-decó-marveliano en un solar. Lo más fascinante es que este edificio de fantasía, este producto delirante, este castillo de Batman, está construido en su interior con todas las necesidades “prosaicas” que precisa toda promoción inmobiliaria: calefacción, instalación de agua y luz, incluso se han insonorizado las habitaciones. Todo listo para vivir aunque… ¿quién se atrevería a vivir ahí dentro? Le pregunto a una vecina, una encantadora anciana que responde con amabilidad a mis preguntas.
-Hace tiempo que esto está bastante parado. Es que lo paga de su propio bolsillo y cuando tiene dinero lo adelanta… (…) Hace unos días se pasó por aquí y estuvo tirando unos restos de obra. Le dije que si fuera tan amable de limpiar la calle y lo hizo. (…) No, problemas ninguno. Lo que pasa es que a veces la obra hace mucho ruido y lo deja todo perdido de polvo, pero es muy buen chico. Le llamamos la atención y después lo limpia y se disculpa. Claro, nosotros contentos de tener una casa tan curiosa, es un orgullo para el pueblo, pero se agradecería que hiciera menos ruido y que ensuciara menos. (…) ¿Que si viene mucha gente a ver la casa? Si me dieran un euro por cada turista que me pregunta, me habría hecho millonaria y entonces me hubiera cambiado de casa y no tendría que soportar estos ruidos y el polvo, porque es muy buen muchacho, pero este ruido y el polvo de la obra es algo difícil de soportar.
El sueño de Santiago, el constructor, está a punto de ser una realidad pero todo apunta a que habrá nadado incansablemente para morir en la orilla. Todo el esfuerzo, toda la inversión y todo el empeño se han fundido en una obra casi terminada, en una auténtica obra singular, artística si se me permite la expresión, pero que nunca será la promoción de pisos que debería haber sido. Sin embargo, mientras le dedico una última mirada a este capricho expresionista, el sueño hecho piedra de cualquier fanático de Marvel Cómics, a la auténtica morada leonesa de Batman, me asalta la siguiente reflexión: ¿qué hubiera pasado si, durante la burbuja inmobiliaria, los constructores españoles hubieran seguido el ejemplo de su colega de Valencia de Don Juan? Es decir, ¿qué hubiera pasado si, en vez de anodinas promociones de viviendas, hileras interminables de repetitivas casas unifamiliares y deprimentes bloques de pisos, los constructores se hubieran soltado la melena y hubieran dedicado cada promoción inmobiliaria a su superhéroe favorito? ¿qué hubiera sucedido si en vez de impersonales áreas residenciales, España se hubiera poblado de promociones disparatadas dedicadas a Superman, Spiderman o Mortadelo y Filemón? ¿qué hubiera sucedido si las principales constructoras de este país, si al Pocero o a Florentino Pérez, o a las cajas de ahorros que destinaron todos sus ingresos al ladrillo, hubieran apostado firmemente por el palacio expresionista, la casita de chocolate de Hansel y Gretel o la casa encantada como los lugares ideales para convertirse en el hogar de la clase media española? Sin duda alguna, viviríamos en un país mucho más divertido.
Al único que intentó construir un edificio singular, al que nos invitó a vivir como si fuéramos Batman, al empresario que fue calificado como loco y demente por sus paisanos, le debemos un respeto.
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