Y sonrío
Un señor sentado al sol en la terraza de un bar. Su postura es muy elegante. Tiene los ojos cerrados y habla solo. No se oye lo que dice, pero habla. Me recuerda a esas señoras que rezan en las iglesias cuando no hay misa. Él no me ve, pero yo le sonrío.
La dependienta de la gasolinera, que no me conoce de nada, me guiña un ojo con complicidad mientras bromea con un señor mayor. Siempre me sorprenden los guiños. Quizás es porque no sé guiñar con soltura. Les sonrío.
Ha sido agradable bajar a la civilización, el ambiente era relajado.
La carretera es estrecha, con curvas y cuesta arriba. Delante de mí va un hombre en una pequeña furgoneta. Tranquilo, muy tranquilo, demasiado tranquilo. Lleva el brazo por fuera de la ventanilla, colgando junto a la puerta. Sufro por mi coche. Estas cuestas son muy empinadas y esta velocidad no ayuda a subir. No sé qué marcha poner. Temo que caigamos los dos hacia atrás, cuesta abajo.
Meto primera. El coche no aguanta en segunda. En ese momento, a mi derecha, cae en el bosque un pino grande. Es la primera vez que veo un árbol caer. Ha sido emocionante. Los trabajadores del Ibanat están haciendo un maravilloso trabajo de limpieza forestal. Gracias a esa tala controlada se están salvando muchas sabinas. Espero que se haga en toda la isla. Si hubiéramos ido a más velocidad no hubiera pasado en ese preciso momento por ahí. No habría visto caer un pino grande por primera vez en mi vida. El señor de la furgoneta también lo ha visto.
El trayecto está siendo muy lento, pero bonito, solo me intranquiliza pensar en los guisantes congelados que he comprado. Imagino a un guardia civil multando al señor de la furgoneta por “defecto de velocidad” y me viene a la cabeza la subasta del falso tricornio de Tejero. Por lo visto, Tejero regaló más de cien tricornios. Más de cien personas tienen en su casa un tricornio de Tejero. ¿Dónde estará el auténtico y genuino tricornio? “Mi tricornio azul ayer se me perdió…” Silvio Rodríguez no me está escuchando, así que canto tranquila y sonrío.
Ya llegando a casa veo en el aparcamiento del bar-tienda que hay en la carretera, a Vicent Fill y a Vicent des Bar. Vicent Fill está muy serio y hurga en el motor de su viejo tractor. Paro el coche para ver qué le pasa. Me cuenta, muy preocupado, que se ha quedado sin gasolina y que en ese modelo de tractor, cuando esto ocurre, se suele dañar una pieza clave, no recuerdo cuál. Le alivia pensar que al menos se ha quedado parado justo ahí y no entre las curvas de la carretera. Vicent des Bar intenta animarlo: “Ya le he dicho que tiene que estar contento ¡Llega a ir en una avioneta, en vez de en un tractor, y no lo cuenta!” Me muerdo los labios para no soltar una carcajada, Vicent Fill no está para risas. Pongo cara de preocupación, pero sonrío.
Miro cómo el señor de la furgoneta se aleja tranquilo, muy tranquilo, demasiado tranquilo. Recuerdo aquello de “Esto es Eivissa, no tengas prisa” y vuelvo a sonreír.