En mi antigua casa había una mimosa enorme en la entrada. Me encantaba. Era una señora mimosa. Al mudarme a la casa donde ahora vivo, me traje, cómo no, todas las plantas que tenía en macetas. Al cabo de un tiempo me di cuenta de que en una de esas macetas estaban naciendo unos tallos muy pequeños que no me parecieron malas hierbas, así que los dejé crecer para averiguar qué eran. Eran mimosas. Eran pequeñitos brotes, hijos de aquella señora mimosa.
Los trasplanté a unas macetas pequeñas y a medida que iban creciendo los fui pasando a otras cada vez más grandes. Los cuidé, los mimé como se mima a los bebés mimosa y cuando empezaron a ser preadolescentes, cuando me dio la sensación de que si fueran niños pasarían al instituto, los planté en tierra.
El tronco aún no era tronco, era un tallo un poco más grueso que un dedo pulgar, pero se podía adivinar cómo acabarían siendo de mayores. Así como la espalda de un niño puede hacerte ver la espalda del adulto que será.
Buscar el sitio adecuado para un árbol, requiere su tiempo. Hay que pensar dónde podrá crecer más feliz, teniendo en cuenta que con los años se irá convirtiendo en un adulto y necesitará espacio. Cuando los planté medirían de alto algo más de un metro. El tronco aún no era tronco, era un tallo un poco más grueso que un dedo pulgar, pero se podía adivinar cómo acabarían siendo de mayores. Así como la espalda de un niño puede hacerte ver la espalda del adulto que será.
Recuerdo aquella mañana perfectamente. Entre todos decidimos dónde colocar, para siempre, a aquellos tres nuevos habitantes de la casa. Una vez decididos sus lugares, fue mi hijo, preadolescente en aquel momento, quien cavó los tres hoyos. Me gusta recordar esa imagen de él y los pequeños árboles. Me parecían cuatro niños de la misma edad.
Cubrimos con tierra los cepellones y los atamos a un palo guía sin apretar la cuerda. El tallo debe tener espacio para crecer, para moverse. La guía es sólo eso: guía. Su cometido es ayudarle a crecer sin doblarse y proporcionarle seguridad si hay vientos o lluvias fuertes. Hacerle sentir que no está solo ante el mundo, pero sin ahogarlo, con libertad de movimiento, con espacio para formarse. Tal y como es aconsejable hacer con los niños.
Recuerdo aquella mañana perfectamente. Entre todos decidimos dónde colocar, para siempre, a aquellos tres nuevos habitantes de la casa.
He visto troncos adultos con la huella honda de una guía atada prieta. Les deja cicatriz y les hace una malformación. El tronco de un árbol dice tanto de su vida como las arrugas y la expresión de la mirada dice de las nuestras.
Esta mañana temprano he salido a dar un paseo con los perros. Las tres mimosas ya son mucho más altas que yo. Ya son tres árboles, aunque aún les queda mucho por crecer. Todavía son muy jóvenes. Me paré a mirar la fachada de la casa, las ventanas, e imaginé a la familia que hace cien años vivía aquí. Los imaginé haciendo su vida donde yo ahora hago la mía. Imaginé al padre sembrando la higuera y a su hijo, años después, plantando el albaricoquero y los demás frutales. Y pensé en que quizás dentro de muchos años alguien mire las tres mimosas e imagine a un chaval con azada cavando la tierra roja.
Uf… Susana, ¡qué preciosidad! Mientras te leía mi piel se erizaba, y casi me brotan lágrimas al final. Qué preciosa observación, qué preciosas metáforas… Que preciosa sensibilidad la tuya y preciosa descripción literaria, emocional… Seguro que dentro de muchos, muchos años, otra mujer como tú sonreirá contemplando las mimosas, y quizá hablará y escribirá de ellas y de ti… Yo lo haría también. ¡Mil gracias por tu preciosa escritura!
Un abrazo*
Uf… Susana, ¡qué preciosidad! Mientras te leía mi piel se erizaba, y casi me brotan lágrimas al final. Qué preciosa observación, qué preciosas metáforas… Que preciosa sensibilidad la tuya y preciosa descripción literaria, emocional… Seguro que dentro de muchos, muchos años, otra mujer como tú sonreirá contemplando las mimosas, y quizá hablará y escribirá de ellas y de ti… Yo lo haría también. ¡Mil gracias por tu preciosa escritura!
Un abrazo*
Muchas gracias, Eva. Qué bonito lo que me dices.
Muchas gracias, Eva. Qué bonito lo que me dices.
Estoy con Eva: hermosísimo, como imagino la mimosa que has acompañado a tu relato. Un gustazo leerte, aunque sean cosas así de sencillas.
Estoy con Eva: hermosísimo, como imagino la mimosa que has acompañado a tu relato. Un gustazo leerte, aunque sean cosas así de sencillas.
Estoy con ellos, que bien lo describes y que bonito suena, tienes una forma de expresarlo que te transporta allí mismo, como si lo viera, un saludo
Estoy con ellos, que bien lo describes y que bonito suena, tienes una forma de expresarlo que te transporta allí mismo, como si lo viera, un saludo
Muchas gracias Pepe y Puri. Con gente como vosotros da gusto escribir.
Muchas gracias Pepe y Puri. Con gente como vosotros da gusto escribir.