@D.V./ El lunes por la mañana, la portavoz del Grupo Popular en el Parlament, Mabel Cabrer, ha comparecido en sala de prensa y, ante los medios de comunicación, ha agarrado a un lindo, cariñoso, flexible, esponjoso y adorable gatito, y de manera firme y determinada le ha retorcido el pescuezo hasta que el pequeño felino, entre estertores y espasmos, ha dejado de existir.
Porque ya se sabe que cada vez que un político español frivoliza, banaliza, parodia y usa de forma espurea algo tan serio como son los crímenes nazis y el holocausto judío, muere un gatito y el niño Jesús llora. Sí, esos gatitos que atestan los vídeos de youtube, que monopolizan las fotos de instagram, que deleitan a millones de usuarios de las redes sociales con imposibles cabriolas, sí, estas adorables mascotas mueren entre horribles sufrimientos y mucho dolor cada vez que un político español califica como “nazis” comportamientos de lo más variopinto.
Cabrer dice que criticar a los comercios que han decidido participar en la iniciativa de la ‘targeta blava’ y ofrecer descuentos a los afiliados del PP, es algo parecido a lo que hacían los nazis de marcar con una estrella de David amarilla los comercios de los judíos. No hace falta debatir nada más porque la comparación se cae por si misma.
Respecto a la ‘targeta blava’ creo que es un grave error, y lo es por cuatro motivos.
1. La práctica política debe ser un servicio público a la sociedad. Obtener prebendas económicas, aunque sean descuentos en hoteles o comercios minoristas, atenta contra el principio básico de la política como dedicación altruista a la res pública.
2. Esparce una sombra de corrupción sobre estos negocios. Por ejemplo, imaginen un municipio pequeño en el que un negocio -de pinturas, de ropa, de restauración- ofrece descuentos a los militantes del PP. Imaginen que después, el Ayuntamiento de este municipio -del PP- firma un contrato o concede una licencia o autorización a este negocio. Quizás todo sea legal y todo sea correcto, pero es inevitable que el ciudadano piense que estamos ante un intercambio de favores. Ya saben, la mujer del César y todo eso…
3. Por estética. En tiempos como los actuales en el que el desprestigio de la clase política está tan extendido, iniciativas como éstas no hacen más que lanzar gasolina al fuego de la desafección.
4. Y dejen que haga un poco de demagogia (venga, sólo un poquito de nada, lo prometo…). ¿No hay personas que necesitan más este descuento? ¿Por qué a los militantes del PP sí, y no a las personas que han perdido el empleo, que han sufrido un desahucio o a las familias monoparentales? Entiendo que serán pocos los desahuciados que se vayan de vacaciones a un hotel de Iberostar pero, honestamente, ¿no es mejor ofrecer facilidades económicas a quien realmente lo necesita?
Eso sí, cualquier empresario es absolutamente libre de ofrecer sus descuentos a quien le de la gana, de la misma manera que si quieren ofrecer descuentos a pelirrojos o albinos, pues oye, es su negocio y que haga lo que quiera. Evidentemente, yo también soy libre para decir si me parece bien o mal.
Lo que está muy feo es meter a los nazis en este berenjenal. Es desagradable, cruel, obsceno, detestable y no es de recibo. Señora Cabrer, no lo haga más. No se lo pido por mi, porque me esté faltando al respeto -mi apellido es inequívocamente sefardí y me gusta sacar mis orígenes judíos en discusiones como estas, miren-, hágalo por los gatitos.
Lo de la tarjeta blava se acerca más al Blat ruso en su era post-socialista. El blat era, en la era comunista el modo de acceso a bienes escasos a base de una economía de favores, chanchullos de buscavidas que diríamos aquí. Tras la caída del telón de acero, los bienes escasos se convirtieron en escasez de dinero y el blat evolucionó hacia un sistema económico corrupto, en el cual se llegó a emitir tarjetas de descuentos para determinados círculos sociales pertenecientes al mismo entorno blat. Blatnoi es el término empleado para denominar a los que practican el blat, y significa literalmente «criminal». Una reencarnación documentada, aunque todavía no lo suficientemente estudiada, de las prácticas blat en el entono del mercado, son las llamadas “tarjetas descuento” que las tiendas o los
restaurantes ofrecen a sus clientes (Arakcheeva 2003: 80). La lógica de las tarjetas de fidelización se asemeja a las prácticas de emisión de tarjetas de crédito por parte de los comercios occidentales, que permiten a sus clientes obtener descuentos en sus establecimientos. La diferencia es que las tarjetas rusas no son tarjetas de crédito, y que
no están abiertamente disponibles a todo el que quiera abrir una cuenta; los descuentos se ofrecen bajo condiciones poco transparentes.