Texto @Pablo Sierra / Edición @lorena_portero / Hubo una época en la que la llegada de un barco al puerto de Vila era el mayor acontecimiento que se podía vivir en la isla. El espíritu de aquel tiempo quedó captado en fotografías. Varias de esas imágenes se hicieron famosas al ilustrar los reportajes que publicaban en periódicos españoles y extranjeros los viajeros que se sentían atraídos por la belleza de una isla mediterránea que se había quedado varada en la historia. Después aparecieron libros fotográficos que mostraron al mundo el perfil más atávico y arcaico de Eivissa. Pero otras muchas fotos, miles de ellas, se fueron almacenando en cajas de zapatos o en álbumes (según el poder adquisitivo de cada familia). El número de negativos que se revelaban se multiplicó al compás del crecimiento de la economía insular, gracias al turismo. Más dinero igual a más cámaras, más estudios de fotografía, más momentos de ocio que inmortalizar.
El divulgador cultural Juan Antonio Torres y la historiadora Neus Escandell han dedicado los últimos cinco años a bucear en los archivos privados de las familias que conservaban en sus estanterías y cajones las fotografías que cuentan cómo han vivido los ibicencos la transformación de su isla. Cincuenta y nueve fuentes documentales diferentes (la mayoría, guardadas por mujeres) nutren un trabajo editorial que reflexiona, en particular, sobre los cambios que ha experimentado la, hasta ahora, capital oficiosa de Eivissa, una ciudad con sobrenombre de villa que era y sigue siendo el epicentro del pequeño universo de los isleños. El resultado de esta investigación se ha titulado Eivissa, l’ànima d’un poble, un libro que contiene 450 imágenes –tomadas entre principios de siglo y principios de los años ochenta– que vienen acompañadas de la información precisa para entenderlas porque hasta la imagen más explícita necesita de mil palabras que la contextualicen.
Por eso, no hay foto en la obra de Torres y Escandell que no esté documentada. El libro, editado por Balàfia Postals (el sello que dirige la propia historiadora), se vende a buen ritmo desde que se puso a la venta hace dos semanas. La primera edición, de dos mil ejemplares, puede agotarse próximamente si sus autores confirman sus sospechas: más de un ibicenco piensa que no hay mejor regalo para esta Navidad que un libro donde consultar las alegrías y sufrimientos cotidianos de su infancia o de la madurez de sus padres o, yendo más atrás en el tiempo, de la juventud de sus abuelos. De momento, ya han llenado Can Ventosa en la presentación del libro. La aparición de Eivissa, l’ànima d’un poble nos sirve de excusa para sentarnos en la terraza de Ebusus a charlar sobre la tremenda evolución de Vila en estas décadas con Torres y Escandell. Un cambio tan grande que parece que hablamos de una ciudad extinguida, difícil de reconocer en la Eivissa de hoy.
–¿Qué tipo de criatura literaria es Eivissa, l’ànima d’un poble?
N.E.: El libro es una crónica de la Eivissa del siglo XX. Una crónica contada por los propios ibicencos; especialmente, por los de Vila. Durante todo el siglo pasado se hicieron fotografías icónicas de nuestra isla en las que prácticamente no salen vileros. Los fotógrafos españoles o extranjeros que viajaban hasta aquí venían buscando lo exótico: ses emprendades, las payesas, el atavismo del mundo rural…
J.A.T.: Yo creo que esas fotos son un texto descontextualizado. Es la Eivissa vista por ojos foráneos.
N.E.: Cada capítulo de nuestro libro va acompañado de un texto de Juan Antonio. Su idea no es hablar concretamente de las fotografías que aparecen en cada apartado. Los artículos explican cómo han ido evolucionando diferentes realidades de la vida de los ibicencos: los oficios, las tiendas, los negocios, la cultura, el urbanismo de Vila, la religión –desde el papel que tenían los obispos hasta la importancia de las festividades–, el deporte, la comida, el turismo, los adelantos que trajo el progreso económico…
J.A.T.: La idea es hacerle entender al lector lo que va a ver en las fotos. Por ejemplo [señala a una señora, sentada en un automóvil de época y vestida de forma refinada que resulta ser Isabel de Borbón, La Chata, tía de Alfonso XIII], que cuando la infanta Isabel vino de visita a la isla en 1913 tuvieron que enviar un coche desde Mallorca porque en la isla no había ninguno.
–¿Cómo surgió la idea de meterse en el berenjenal de ponerse a buscar, clasificar y documentar fotografías para publicarlas en un libro?
J.A.T.: Neus sabía que yo estaba publicando artículos de tono memorístico en Diario de Ibiza y que los acompañaba con fotos que la gente me prestaba.
N.E.: Soy muy cotilla y me encantan las fotos. Y, además de ser cotilla [ríe], soy historiadora. He aprendido mucho mirando fotografías. ¡Imagina que tuviéramos fotos de la época de los Reyes Católicos! Sería maravilloso. Creo que son una herramienta muy valiosa para poder conocer un período histórico. Juan Antonio es muy ordenado, bastante más que yo. Un día nos reunimos y empezamos a mirar el material que había acumulado para escribir su serie de artículos. De aquella cita salimos diciendo que teníamos que hacer un libro. La pregunta era cómo hacerlo.
J.A.T.: Tuvimos que decidir cómo ordenábamos las fotos. Decidir la división en capítulos fue muy importante para saber qué historia queríamos contar.
N.E.: Organizarlas cronológicamente no tenía mucho sentido. Queríamos que las fotografías jugaran entre ellas. Por contraste o por complementariedad. Y, muy importante, queríamos documentarlas muy bien. Ese esfuerzo es el que más trabajo nos ha llevado y creo que debemos estar satisfechos con el resultado. Cada imagen va acompañada de muchísimos datos.
–Entre otros fotógrafos, los carretes que gastaron en la isla Domingo Viñets, Jaume Balanyà o Buil Mayral tienen peso específico en la obra. Pero, al mismo tiempo, Eivissa, l’ànima d’un poble estaría incompleta sin las fotos familiares, sin la mirada de los habitantes de Vila.
J.A.T.: El libro contiene mucha foto anónima, de fotógrafos que nadie conoce. Hay gente que nos ha cedido las fotos de su comunión, de las bodas de sus padres o de una fiesta de cumpleaños. La idea original no era bucear en los archivos personales, pero a través del fondo que yo había acumulado, empezamos a preguntar a amigos y gente que conocíamos para buscar cosas puntuales y se nos abrió un mundo muy interesante y repleto de información.
N.E.: Nos hemos pasado tardes enteras en casas de gente estudiando y seleccionando sus fotografías, guardadas en álbumes o cajas. Ha sido maravilloso y estamos muy agradecidos por la confianza que nos han dado. Alguna vez tuvimos que pedir de nuevo una fotografía porque al digitalizarla el resultado no acababa de ser bueno. Era la excusa para volver a visitar su archivo y seguir buceando. Siempre encontrábamos alguna imagen potente. Juan Antonio y yo nos pasábamos las semanas comentando cosas del tipo “acabo de encontrar el archivo de Can Medina” o “Clotilde Costa, la madre de Sofía Hernanz, me ha dejado ver las fotos que tienen en su casa”.
–¿Es delicado pedirle a un extraño que te deje mirar dentro de sus álbumes de fotos antiguas?
N.E.: La gente está encantada de colaborar en esta obra. Si no te quieren dejar ver su archivo fotográfico te dicen que no conservan fotos de la época y ya está.
J.A.T.: Poco a poco vas acumulando material que te ayuda a completar el mapa memorístico –apoyándonos también en la historiografía local– de la vida en nuestra isla, sobre todo, durante las décadas centrales del siglo XX, aunque el libro llega hasta los años ochenta. Durante estos cinco años el libro ha ido transformándose. La primera lista de capítulos que hicimos se redujo mucho [se quedaron en dieciséis finalmente]. Neus y yo hemos discutido muchísimo estos años sobre qué fotos debían entrar y cuáles tenían que quedarse fuera [ríe]. ¡Se nos han quedado muchas imágenes en el tintero! Sintetizamos y conectamos muchas ideas hasta dar con el formato final. ¡Y el último cambio fue la portada! ¡Esta foto llegó un par de días antes de cerrar la edición definitivamente! Joan-Albert Ribas [lingüista e hijo y sobrino de dos de los protagonistas de la imagen que sirve al libro de carta de presentación] se la envió a Neus. Me la mandó al momento y en cuanto la vi, se lo dije: “¡Neus, ya tenemos foto de portada! No puede ser otra”. En eso estuvimos totalmente de acuerdo. Ella pensaba igual.
–La foto tiene mucha fuerza. Además, el copiloto del motocarro está mirando al objetivo del fotógrafo, que no está acreditado. ¿Qué nos dice esta imagen?
J.A.T.: Representa el inicio del cambio social y económico que produjo el turismo en Eivissa: un motocarro, que mira cómo era, cargado con una familia de pasteleros, con tres de ellos aguantando un pastel de dieciséis pisos, pasando por s’Alamera camino a la boda de uno de los hermanos Ribas de Can Puvil. El motocarro representa el progreso. Piensa que entonces casi todo el mundo iba en bicicleta cargando un senalló. El de los Puvil fue uno de los primeros motocarros que hubo en la ciudad. La foto –que además, es divertidísima– está hecha el 10 de octubre de 1962: entonces ya se ha construido algún hotelito y empieza a haber un poco de turismo en la isla. Es cuando Vila deja de ser un poco como Nápoles o Tetuán, como me comentabas antes de empezar a grabar la charla.
N.E.: La imagen dice muchísimas cosas. Familia de pasteleros de toda la vida. Los dueños de la pastelería San José, concretamente. Un motocarro para transportar productos entre las pastelerías que fueron abriendo por la ciudad o para llevar encargos a las casas de los clientes. Y una boda. Mezcla el trabajo con la celebración, la vida cotidiana con lo festivo. Esta fotografía es contexto puro y duro de cómo cambiaba la vida en la Eivissa de principios de los sesenta. El turismo arrancó en los cincuenta. Dentro del libro hay fotos fechadas en 1955 donde se ven suvenires. Se vendían cistells ¡y hasta gorros mexicanos! [ríe].
–¿Había muchas fotos en vuestras casas cuando erais niños?
N.E.: Las fotos de mi familia se perdieron en un cambio de casa. Se guardaban en una caja de zapatos y estábamos siempre mirándolas.
J.A.T.: Las mías no se han perdido, pero, cuando yo era niño, teníamos muy pocas. De momentos puntuales. Retratos de abuelos, de algún tío abuelo… Pero, vamos, una foto de cada persona. Dos como mucho. Cuando me bautizaron me hicieron una foto en la que salgo con mi hermana. No me volvieron a fotografiar hasta que cumplí tres años y me llevaron a Foto-Cine, que estaba en la calle José Antonio (la actual calle Bisbe Cardona Tur, en la Marina/Poble Nou), para que nos sacaran a mi hermana y a mí disfrazados de Carnaval. En Foto-Cine aprendió a hacer fotografías Toni Domínguez, que luego abrió Raymar al lado de Ca’n Alfredo [Juan Antonio señala hacia el restaurante desde la terraza de Ebusus: el negocio de Joan Riera sigue en el mismo lugar desde los años treinta; sin embargo, la tienda de fotografías hace mucho tiempo que se mudó a la Vía Púnica]. Esa foto de Carnaval sale también en el libro. A finales de los cincuenta comenzaron a llegar a la isla las primeras cámaras de pequeño tamaño que alguno que había tenido la suerte de ir unos días a Andorra se compraba allí. Entonces la cantidad de imágenes que retratan la vida cotidiana de la gente de Vila aumenta.
N.E.: Yo recuerdo que cuando era niña a veces te paraban por la calle viajeros que venían del extranjero para retratarte. Se apuntaban tu dirección y cuando la revelaban te mandaban la foto. Quienes sí tenían fotos en los cuarenta y los cincuenta eran los socios de Ebusus.
J.A.T.: Claro, pero estamos hablando de personas con dinero. La clase alta de la ciudad. [Domingo] Viñets era socio de aquí y los retrataba. Una hija suya [Ángeles] tenía un reportaje fotográfico –que no eran las postales típicas– y me lo enseñó. Se trataba de fotos mucho más personales.
N.E.: El Ayuntamiento [de Vila] publicó hace años ese libro de postales, pero Ángeles nos ha abierto el álbum privado de su padre.
J.A.T.: Están también las de la histórica visita de Niceto Alcalá-Zamora [el primer presidente de la II República] a la isla en 1932, que tienen un gran valor documental. Y, también, una serie de fotos curiosísimas: las de la llegada del Orfeó Vigatà. ¿Dónde están, Neus?
N.E.: ¿En Ocio?
J.A.T.: ¿Ocio? ¿Seguro?
N.E.: ¿Actos sociales?
J.A.T.: A ver… Página 232… [va al capítulo que le ha indicado la coautora del libro y pasa las hojas buscando la foto del orfeón que vino de Vic. En una de ellas aparece un hombre calvo con alzacuellos rodeado de aparatos de radio. Juan Antonio coloca el índice sobre la imagen, en blanco y negro, por supuesto, mientras Neus me dice:]
N.E.: Es la primera tienda de radio de Ibiza. Bendecida por el obispo, claro. Cuando se abría un negocio, iba el obispo a bendecirlo. Luego fue la primera tienda que vendió televisores en Ibiza. En el año 62, también.
J.A.T.: Oye, Neus, estoy totalmente perdido. ¿Dónde estará la foto del orfeón? ¿Mundo artístico?
N.E.: ¡Eso es! Busca ahí, en Mundo artístico.
J.A.T.: A ver si sale aquí… Mírala, aquí están. Atención a estas dos fotos. También son del archivo de Ángeles Viñets. Tú date cuenta: es el año 28: mira el muelle: está hasta arriba de gente. ¿Quién tenía que venir para que se reuniera esa barbaridad de personas a recibirlos?
N.E.: ¡Toda Eivissa estaba allí!
J.A.T.: Todo eso [señala el mogollón que se arremolinaba en los andenes del puerto] era lo que venía a recibir a esto [desliza el dedo hasta la cubierta de un barco donde los miembros del orfeón cantan al compás que marca un sacerdote/director coral que lleva un sombrero de cura en la cabeza]. Llegaban cantando al puerto de Vila. ¿Por el Orfeó Vigatà el muelle tenía que llenarse así? Hoy parece surrealista.
N.E.: La foto explica perfectamente que estamos ante una isla donde pocas cosas pasan. Una visita como aquélla era un acontecimiento.
J.A.T.: La visita de ese orfeón se debió a dos personas: el Bisbe Huix, el primero que tuvo Ibiza en muchas décadas, tomó posesión también en 1928 y era de Vic… como Domingo Viñets, que conservó en su archivo algunas de las fotos que se hicieron durante la visita del orfeón. El Orfeó Vigatà hizo una mini gira por la ciudad [ríe]: actuaron en las fiestas de la Verge de les Neus, luego fueron cantar a sa Berenada y acabaron cantando en el Pereyra y hasta en Vara de Rey. Mira, si vamos a la [página] 264… [vuelve a pasar unas hojas del libro] tenemos la llegada del Bisbe Huix a la isla.
–Parece un cantante mundialmente famoso rodeado por sus fans.
–J.A.T.: Se ve perfectamente cómo eran la entrada triunfal de un obispo: bajaba del barco y, rodeado de autoridades, con el pueblo detrás, lo llevaban a Santo Domingo. En el convento se vestía de pontifical y, bajo palio, lo subían hasta la Catedral. En esta otra foto, del 60, tenemos la llegada del Bisbe Planas Muntaner, quizás el último que vino a la isla en la época antigua, justo antes del Concilio Vaticano II. Este obispo era mallorquín, lo consagraron en la Catedral de Palma y vinieron todos los prohombres, religiosos y civiles, de Mallorca para acompañarlo. Aquí lo tenemos, al lado de Isidor Macabich [vestido igual que en la estatua que tiene bajo el Baluard de Santa Llúcia: con sotana, negra, y su sombrero de ala ancha], que ejercía en ese momento de vicario capitular y se encargaba de administrar la diócesis cuando el titular se moría o se marchaba a otro destino y aún no había llegado a la isla el nuevo. Todo esto, claro, ha desaparecido. Mira esta otra foto: la consagración de la Virgen en el campo de fútbol de sa Palmera, que estaba donde está actualmente Apartamentos El Puerto. ¡Mira qué cantidad de gente! Y en esta otra foto tenemos la llegada del brazo de Santa Teresa [aparecen, en una estampa bizarrísima, un grupo de religiosas bajo el ala de un avión militar de hélice –la foto es de los sesenta– junto a la reliquia de la monja abulense. No hay que confundir el brazo incorrupto de Santa Teresa con su mano izquierda, su extremidad más famosa, amuleto de Francisco Franco durante toda la dictadura. Después de arrebatárselo a los republicanos que lo habían expoliado del convento del Carmelo, en Ronda, el dictador colocó ese guante dorado en su mesilla de noche durante los treinta y seis años que duró el régimen. Nunca salía de viaje sin ella. Actualmente, la mano ha vuelto a Ronda y el brazo se encuentra en Alba de Tormes, Salamanca, la localidad donde murió Teresa de Jesús]. O las procesiones del Corpus, que eran espectaculares. Los militares se vestían de gala e iban en masa, como en Viernes Santo. Era otra época, sin duda.
N.E.: Por cualquier cosa se iba al muelle. Yo iba todos los días cuando era niña a ver qué pasaba, a ver qué barco llegaba y qué traía. En el libro hay un capítulo dedicado al muelle de Vila, al ritual del atraque del barco. No hubo aeropuerto hasta 1958 y todo nuestro contacto con el exterior era a través del puerto. Te enterabas de quién llegaba, de quién se marchaba… Las mercancías las colocaban en medio del muelle ya fueron alimentos, vehículos de motor o animales. En aquellas décadas Ibiza producía patatas que se exportaban a Inglaterra. Los sacos se acumulaban allí por cientos y nosotras íbamos a ver cómo se cargaban en los mercantes.
–El libro se está vendiendo a buen ritmo y solamente lleva unos días en comercios y librerías. Jugáis con ventaja, quizás, al editar esta obra: en los últimos años han proliferado los grupos de Facebook donde se cuelgan imágenes que muestran cómo era la isla hace cuarenta o cincuenta años.
N.E.: El pasado le gusta a la gente, ¿no?
J.A.T.: Sí, a la gente le gusta ver fotos antiguas en Facebook… pero es un material totalmente descontextualizado. El documentalismo es como la arqueología. ¡Anda que no hicieron daño los que expoliaron yacimientos arqueológicos enteros sin documentar nada de lo que se llevaba! Creo que otra razón para que gusten tanto libros como el nuestro es que se está despersonalizando todo. Las ciudades y las relaciones humanas, sobre todo. Con internet y todas estas cosas se nos están marchando todas nuestras vivencias. La gente se aferra a sus recuerdos, a lo que han conocido. En este paseo, sin ir más lejos, han desaparecido las tiendas tradicionales. Aquí pondrán una franquicia de ropa; allí una de comida rápida: los mismos negocios que te puedes encontrar en cualquier otro lugar del mundo. La librería, la tiendecita de especias, la armería… Todo eso desaparece.
N.E.: La Eivissa de finales del siglo XIX es prácticamente la misma que la de los años cincuenta. No hubo grandes cambios. Los últimos quince o veinte años le han dado la vuelta a la ciudad. El centro histórico de Vila se ha quedado muerto. Ese es el gran problema. La Marina está despoblada. Dalt Vila, también. Y eso que se ha hecho mucho trabajo en el barrio alto. No nos lo podemos ni imaginar. El problema es que, aunque se hayan hecho reformas millonarias en algunas casas, no vive casi nadie allí durante todo el año. Hay propietarios que usan sus viviendas dos semanas al año. Eso no da vida a la zona. Hemos pasado de tener un centro habitado a un centro turístico… Incluso, diría que un centro turístico de cartón piedra porque las inversiones no han comportado que las casas se habiten.
J.A.T.: Antes la vida de vecindario era íntima en estos barrios de por aquí. Eso se ha perdido completamente. Ahora hay muchísimos pisos turísticos, quedan cada vez menos inquilinos que vivan todo el año y los vecinos no se conocen entre ellos. Mucho menos se tienen confianza. ¿Hasta qué punto son positivos los cambios que han traído las últimas décadas? Yo no te los sé decir. No los veo.
–¿De quién es la responsabilidad de que Vila haya sucumbido a ese fenómeno que se conoce como gentrificación? ¿Qué cuota de culpa nos corresponde a los ibicencos?
N.E.: Yo creo que toda. De alguna manera, la responsabilidad es de los ibicencos. También hay razones que explican lo que ha ocurrido. Muchas de las casas de sa Penya, la Marina y Dalt Vila eran inhabitables.
J.A.T.: Inhabitables con las comodidades de ahora. Antiguamente nos apañábamos perfectamente con un hornillo y poco más dentro de los pisos. Nacimos con eso y con eso nos criamos. Si te fijas, las casas protegidas [de Santa Margalida, construidas por la dictadura durante los cincuenta entre la Avenida Isidor Macabich y Sa Graduada, fueron desalojadas a partir de 2011 y completamente derribadas hace unos meses] tenían plato de ducha y una cocina económica. Las casas de los barrios populares tenían una cocina de carbón y ninguna tenía ducha. Las barberías pusieron duchas dentro de sus locales y los sábados nos íbamos a asear allí. Se han tenido que adaptar a todas las comodidades y tecnologías que han ido llegando.
–¿Qué futuro le veis a la ciudad donde nacisteis?
J.A.T.: Naltros mos morirem i sa truja quedarà… Como dice la canción, nosotros nos marcharemos y la gente joven, que está adaptada a este tipo de ciudad, se quedará aquí viviendo. Los tiempos cambian. Nosotros nacimos en una Ibiza que parecía del siglo XIX y nos hemos ido adaptando, como hemos podido, a todos los cambios que hemos experimentado.
N.E.: Todos los cascos históricos acaban rehabilitándose. El de Vila también se rehabilitará y volverá a tener vida.
J.A.T.: La lástima es que la zona se arreglará para que los pisos se alquilen a turistas, no para que viva gente en ellos. Ese es el gran problema.
N.E.: Las inversiones que hay que hacer para rehabilitar estas casas son millonarias y luego en muchas cosas se busca rentabilizarlas. Los alquileres de pisos y locales se han puesto por las nubes. Yo no quiero saber lo que pueden costar los alquileres en s’Alamera. No quiero saberlo, de verdad. Y ese no es el único problema: los pisos se han convertido en los almacenes de las tiendas que hay en la Marina o s’Alamera. Es lo peor que puede pasar. Eso mata a cualquier centro histórico. Conozco mucho el de Lima y ha ocurrido justamente eso. Cuando paseas por el casco histórico limeño, si miras hacia arriba y te fijas, ves que los primeros, segundos y hasta terceros pisos de muchos edificios antiguos son almacenes. A las siete de la tarde, cuando cierran los negocios, las calles del centro se quedan muertas.
J.A.T.: Está todo globalizado. Nos hace a todos más iguales –seas del continente, de la raza, o de la nacionalidad que seas–, pero nos despersonaliza. Con la globalización pasas a ser un número más.
–¿No hemos salido ganando en nada los ibicencos a los que nos ha tocado vivir los últimos 36 años, el período que no recoge el libro?
J.A.T.: ¿Que qué hemos ganado los ibicencos? Salir de una dictadura y entrar en una democracia: libertad. Franco parecía incombustible y nosotros estábamos hasta aquí [se lleva la mano al cuello]. ¡Para los que nacimos con él en el poder parecía que no se iba a morir nunca! La democracia provocó un cambio de mentalidad que ha traído, por ejemplo, el avance del papel de la mujer en la sociedad. Las fotos más antiguos del libro son de principios de siglo XX y las más recientes del inicio de la democracia actual. Si en esta isla y en esas décadas se ve cómo muchas rompen con los aspectos más represivos de la tradición, lo que se ha mejorado en los últimos cuarenta años no tiene nombre. Y eso no solamente ha ocurrido en Ibiza, es algo global en casi toda Europa.
–¿Cómo era vuestra relación con el catalán, vuestra lengua materna, durante la dictadura?
J.A.T.: Hablábamos en ibicenco habitualmente. Si había forasteros, cambiábamos al castellano para que nos entendieran. Aunque no se pudiera estudiar en la escuela y la vida pública fuera en castellano, no había una reivindicación cultural porque pensábamos que nunca perderíamos nuestra lengua. Yo tenía una tía mayor, mi padrina, que tenía una verdulería y aprendió a hablar castellano chapurreando con los primeros turistas que llegaron a la ciudad y que compraban en su tienda. Poco a poco fue aprendiendo palabras. La supervivencia lo hace todo. Quitando la gente que estaba más metida en el Institut d’Estudis Eivissencs no teníamos, creo, la mayoría de ibicencos de nuestra generación una frustración por no saber escribir en nuestra lengua. No existía una añoranza por la madre patria catalana. La reivindicación lingüística llegó en los setenta con la aparición del grupo UC o la celebración del primer Festival de la Cançó Catalana (con Franco todavía vivo, ojo).
N.E.: En esos años el Institut d’Estudis Eivissencs empieza a dar los primeros cursos de catalán. El primero se hizo en el 69. Lo daba Marià Villangómez. Yo hacía tercer curso de Bachillerato y, sobre las ocho, veía subir las escaleras del instituto público de Ibiza a Villangómez seguido de sus alumnos. Todavía me acuerdo de algunos. Es que, imagínate, en esos años se podían contar con los dedos de la mano los que podían escribir decentemente en un catalán estándar. Villangómez, Pep Marí, Isidor Marí… y poco más. Fíjate cómo han cambiado las cosas en ese sentido, aunque a día de hoy siga saliendo gente a decir que el ibicenco o el mallorquín son lenguas diferentes del catalán.
Un conocido se para frente a la mesa e interrumpe la charla para comunicar a los autores que el primer libro que vendió Can Verdera lo compró él. Se marcha sin olvidarse de decirles que no quiere que le dediquen su ejemplar: “Con el trabajo que habéis hecho, que está muy bien, ya está más que firmado”. Luego se pierde por s’Alamera, ahora peatonal y sin rastro de motocarros conducidos por pasteleros, como si fuera un personaje anónimo del libro de Neus y Juan Antonio. Otro fantasma del pasado.