Sería un error, además de un tópico que él no se merece, hablar del recién fallecido Cis Lenaerts como de un Leonardo da Vinci de los siglos XX y XXI a la pitiusa, pero algo del espíritu del artista florentino yacía en el cuerpo del arquitecto-pintor belgacenco, tan maltratado por la vida. Un cuerpo que ahora descansa en paz o así lo deseamos quienes le conocimos y, por lo tanto, le apreciamos. Porque, otro tópico, aunque esta vez muy ajustado a la verdad, conocer a ese artista era quererle. Su bonhomía, su sonrisa permanente y un poco triste, su mirada cálida, que anulaba automáticamente todos los frenos que pudiera poner su interlocutor, su sobria dignidad a la hora de moverse como si la enorme silla que le transportaba fuese sólo un gadget para circular más cómodamente por el mundo, su serena vitalidad, su interés por todo lo que le rodeaba, sus inquietudes sociales y la ilusión por su trabajo eran sólo algunas de las virtudes que pueden destacarse de ese personaje tan destacable de la cultura insular más elevada.
La reflexión sobre la muerte te hace caer invariablemente en la cuenta de lo cruel que es la vida, en las pocas satisfacciones que te da frente a la multitud y enormidad de las desgracias a las que tienes que enfrentarte. Sería más justo que todos los unidos por algún tipo de lazo afectivo viniésemos al mundo el mismo día y nos marchásemos de él todos juntos en una fecha muy, muy posterior. Sin dejar a nadie atrás en el camino ni que nadie se viese obligado a tomar la delantera por razones de edad, dolencia física o mental o por cualquier otra causa. Se funciona por la vida de forma mucho más agradable cuando tienes los cabos bien atados a tus raíces, familiares o no. Es un deseo inmaterializable, pero sólo de momento. Nadie soñaba hasta hace sólo unos segundos en la Historia llegar a tener lavadoras, neveras, teléfonos fijos y móviles, cine en casa ni en que un aparato de extraño diseño cubicular podría reducir el trabajo de una semana a unos pocos minutos. Soñar con una vida menos dura a base de evitar amputaciones de las ramas más queridas de tu árbol genealógico o de tu frutal amistoso sigue siendo gratis.
Si no llegó a inventarla porque no le dio tiempo, Cis Lenaerts sí investigó y profundizó en el mundo de la belleza creándola en su más amplia manifestación. En sus lienzos se combinaban de forma sabia y armónica el dolor y la esperanza, las largas procesiones que recorrían su ‘por dentro’, algunas gozosas y otras de frustración en su incesante búsqueda de la perfección. Su muerte, no obstante, y la enfermedad que a la larga la ha provocado, la esclerosis múltiple, debería motivar a quienes corresponde tomar este tipo de iniciativas, a seguir investigando hasta encontrar sus causas y las formas de evitarlas. Ya que, hasta ahora, no sabemos cómo alcanzar una vida sin tantas amarguras, luchemos al menos por encontrar la perfección en esa búsqueda, que también es un arte. De momento, nos queda el arte de Lenaerts para consolarnos de su ausencia.