Cuenta la leyenda que Pigmalión, rey de la isla griega de Chipre, no encontraba a la reina perfecta para casarse. El monarca, cansado de su perpetua búsqueda por toda Grecia, decidió que jamás encontraría el amor y cesó en su empeño. De esta forma, Pigmalión dedicó todo su tiempo a esculpir estatuas de mujeres perfectas hasta que, una buena mañana, moldeó a Galatea.Galatea era la mujer ideal, aquella que el rey había anhelado en lo más profundo de su alma. Su figura, esbelta y perfecta, brillaba con los primeros rayos de Sol de la mañana y reposaba serenidad cuando el manto oscuro de la noche se perfilaba en el horizonte. Así que cada vez que las estrellas velaban en silencio en palacio, Pigmalión soñaba que la princesa de piedra cobraba vida para satisfacer su necesidad de amar y ser amado.
Wert, como un Pigmalión actual, sueña cada noche con el estudiante perfecto. Mientras la nórdica le acaricia el cuerpo imagina que aquel joven que se manifiesta porque le han subido las tasas de la carrera un 50%; que aquel universitario que protesta porque ha visto reducida drásticamente la partida para becas; que aquel estudiante catalán que ondea la senyera porque entiende que no puede utilizar su lengua, sufre el regenerador proceso españolizador que le hace adquirir la conciencia de que debe servir a los intereses de la España de los sobres: que debe supeditar su libertad individual con el fin de maquillar a la nación de los 6 millones de parados.
En el mito heleno, Afrodita –diosa del amor- se apiada del rey y le concede lo que más desea: la vida de su amada estatua. El problema es que España parece que está gestionada por Ares –dios de la guerra y un poderoso programa de descarga de archivos p2p-. Por eso, aunque de tanto en tanto sale un “gestor de la cosa pública”, lo cierto es que Wert deberá seguir soñando con tiempos pasados.