Hoy es un día como cualquier otro. Miramos las noticias, y podría parecernos lo contrario, que vivimos en un momento especial: en nuestro pequeño trozo de tierra llamado país, tenemos turbulencias políticas y económicas, y en otros lugares de esta canica azul, como llamó la tripulación del Apolo 17 a nuestro planeta, existen grandes problemas y conflictos que ocupan las primeras páginas y las mentes de muchos.
Pero lo cierto, es que no es importante. Todos y cada uno nos regocijamos en el pensamiento de que somos únicos, somos especiales, y nos cuesta imaginarnos la historia sin nosotros.
Nuestras experiencias, nuestros recuerdos, nuestras relaciones, conforman una micro historia universal de nosotros mismos, y esta jaula a la que llamamos cuerpo, determina nuestra percepción del entorno, con lo que la realidad pasa a convertirse en nuestra realidad, y de nuevo, le añadimos un componente más de unicidad.
No es algo erróneo, ni tampoco es nuestra responsabilidad; fuimos diseñados así, para creernos eternos e indispensables. Es éste convencimiento lo que hizo posible la supervivencia (hasta ahora) de la especie, cuando aparecimos rodeados de un ambiente hostil, y de la necesidad hicimos virtud; domamos al reino animal, exterminamos a nuestros depredadores, y moldeamos el entorno a nuestras necesidades. No lo hubiéramos logrado sin esta certeza de que somos únicos e indispensables. No estaríamos aquí de no hacerlo de aquella manera.
Y aún así, estábamos equivocados. Nuestro universo no nos necesita, existía mucho antes de que nuestros antepasados salieran del mar, arrastrándose penosamente por el fango, para inaugurar esta nueva era, en la que vivimos. Y existirá mucho después de que el último de los humanos (o lo que les sustituya debido a la evolución y la tecnología), sea solo un distante recuerdo.
A veces, resulta incluso un pensamiento reconfortante. Cuando nos encontramos frente a una decisión que creemos vital, o un dilema que parece que determinará nuestra vida según la elección que tomemos (¿y quien no se ha sentido así alguna vez?), quizá nos aporta algo de perspectiva el pensar que somos solo un individuo entre miles de millones, que ha nacido en un punto determinado del tiempo y en un lugar en concreto del espacio.
No somos especiales, y, hagamos lo que hagamos, la tierra seguirá girando alrededor del sol, éste alrededor del centro de nuestra galaxia, y el curso del universo seguirá inalterado. Las estrellas seguirán naciendo y muriendo, y lo que nosotros creíamos INDISPENSABLE, resulta ser solo una anécdota más entre las incontables anécdotas que cada individuo va acumulando. Exploraremos y colonizaremos las estrellas, muchas maravillas quedan por hacer, pero todo acabará.
In ictu oculi, dice la expresión latina. En un pestañear de ojos, pasamos de la cuna a la tumba, del vientre materno (el mejor de los hogares) al vientre de la tierra, de donde un día salieron nuestros antepasados, y a donde hemos de regresar para cerrar el círculo. Lo que hagamos durante el camino, depende de nosotros. Y es nuestra única oportunidad de conocer cual es nuestro lugar, y cuales nuestras posibilidades.
Todos podemos hacer propia la impresionante reflexión del replicante Roy Batty en la gran película Blade Runner. Todos hemos atacado naves en llamas más allá de Orión (aunque la frase en cuestión sea un gran error de traducción respecto al original en inglés), y todos hemos visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Cada uno le daremos un nombre diferente a estas vivencias, pero sean las que sean, nuestras mayores felicidades y orgullos, se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Por que para todos, tarde o temprano, es tiempo de morir.
Los que hemos tenido la suerte de conocer el amor, de disfrutar de nuestra existencia, sentimos que hemos tocado la eternidad. En cierto modo, hay algo de verdad en esta afirmación, por que hemos sido partícipes de lo que perdurará más allá de nosotros. Aunque hayamos nacido demasiado tarde para explorar el mundo, o demasiado pronto para explorar las estrellas, hemos conseguido, en la medida de nuestras posibilidades, conocer que hay algo que está por encima de nosotros. Aquel día especial en el que nos conocimos, aquel día en el que hablamos, aquel día en que nos quisimos… Ésta es nuestra eternidad, nuestra pequeña forma de ser dioses.
Probablemente, Christopher Hitchens tenía razón, y Dios no es bueno, ya que si lo fuera, las cosas serían muy diferentes a como lo son ahora. Es más lógico, y más reconfortante pensar que, en realidad, estamos muy solos, y que el caos que hemos creado cada uno en nuestras propias vidas, y en conjunto en nuestras sociedades, es causa únicamente de nuestras debilidades e imperfecciones.
El mal que hemos hecho a nuestros seres queridos, las oportunidades que hemos perdido, los gestos que hemos despreciado, se deben solo a nuestra soberbia original, nuestro convencimiento de que somos únicos y especiales, a costa del resto. Cada uno de nosotros, por nuestra cuenta, aún perseguimos nuestra propia supervivencia, a precio de dejar por el camino a los demás. El fuerte sale adelante, y el débil desaparece. Nada ha cambiado después de todo. Y esta mañana de enero de 2016, todo sigue igual. Algunos no llegaran a ver de nuevo el amanecer, para otros, hoy será el día más feliz de sus vidas, para algunos el más infeliz, para muchos, les parecerá un día cualquiera. Para el universo, será un día cualquiera.
Este es quizá el mejor argumento para afrontar nuestra existencia de una manera diferente. La religión, la ciencia o simplemente nuestra programación original, nos ofrecen una comodidad inmediata, una falsa paz y convencimiento de que existe una realidad que podemos analizar y comprender en su totalidad. Que si dejamos de lado nuestro espíritu critico, si abandonamos nuestra libertad, todo ira mejor, y un mundo de felicidad y paz idiotizadas será nuestro. Cuanta ignorancia, y cuanto nos queda por aprender.
Pienso en tantas cosas que hemos hecho mal, y cuanto daño hemos causado, creyéndonos el centro del universo. También en lo equivocados que estábamos al pensar que seguíamos las instrucciones adecuadas, en cuantas personas nos han fallado, y cuantas nos han llevado por sendas que no hubiésemos transitado. ¡Cuanto tiempo hemos desperdiciado!
No tenemos necesidad de nada de esto; si miramos las figuras que en teoría son inspiradoras para nosotros, nos daremos cuenta de que ellos son los grandes impostores. Y, recurriendo de nuevo al gran Hitchens en su último discurso pocos meses antes de morir, haré mías sus palabras, ya que también siento que mi propia impostura al escribir estas líneas, es insignificante en comparación.