@Guillem Romaní / A Formentera le ha costado tener un mercadillo de segunda mano estable en cuanto a vendedores, ubicación y, por tanto, clientela. Sin embargo la historia de este mercadillo itinerante, ya que ha pasado en algo más de una década por el Pilar de la Mola, Sant Ferran, es Pujols, una finca en la carretera de Cala Saona o terrazas de bares hasta llegar a su actual y aparentemente lugar definitivo, el Jardí de ses Eres en la parte trasera de la iglesia de Sant Francesc, tardó en consolidarse; pero desde el principio, cuando sólo funcionaba los sábados por la mañana ya se palpaba el potencial y desde hace más de un lustro, el mercadillo también funciona los martes por la mañana.
Y en el ambiente de los residentes de la isla, en especial los más próximos a lo que fue la cultura hippie, sin que por ello sean sus herederos, el mercadillo se ha convertido en un obligatorio punto de encuentro. A veces hay más vendedores que compradores y en un día frío, gris y desapacible como muchos de otoño e invierno, a primera hora de la mañana la imagen es casi desoladora, los vendedores abrigados con todo tipo de prendas y pocos curiosos, pero cuando el tiempo acompaña y luce el sol, por tibio que sea, la animación y participación es grande, casi desmesurada para una isla como Formentera. En una capital casi desierta, el escaso personal que pasea por las calles acaba siempre en el mercadillo donde los corrillos, las tertulias y los reencuentros se producen en la mejor de las tradiciones de los antiguos mercados.
Una batidora eléctrica, un cinturón de conchas, libros en todo tipo de idiomas, restos de vajilla, maletas, juguetes o discos la propuesta sorpresa siempre está ahí; objetos de regalo, marcas de diseñadores de renombre en zapatos o ropa, desde Levis, Diesel, Caroche o Benetton, la oferta es inimaginable y si uno tiene la talla adecuada encuentra unos overalls de Lee en perfecto estado, un chaquetón de ante de Pertegaz, una americana de lino de Hugo Boss o el último modelo de gafas de Prada, todo está o puede estar ahí y a un precio que en la ‘ciudad’ no da ni para un bocadillo.
Que otro lo disfrute
Este tipo de mercadillos es una idea muy típica de los alemanes y también de los ingleses u holandeses, llega un momento en que deben prescindir de objetos que no precisan pero están en buen estado, pues ‘al rastrillo’, a precio de ganga y que otros los disfruten. Y no falta un calefactor, un ventilador, ollas o cazuelas, sartenes, platos o cuberterías, todo es posible, desde los abalorios de niños a los más sofisticados o étnicos que nadie sabe de donde han llegado hasta ahí. Y cuadros, o corcho para ponerlos, marcos, lozas, cristales para engarzar y ropa, también la de uso duro diario, todo está, en pequeñas proporciones en el mercadillo de Sant Francesc.
Pero lo importante es que muchas de las personas que se ‘curran’ esa ingrata tarea de horas, soledades y fríos, lo hacen para recaudar dinero para ONG’s o para organizaciones que les merecen su más sincera aceptación en su modo de proceder y distribuir los fondos recaudados. Y cuando no hay clientes hay solidaridad, los vendedores vigilan las paradas ajenas mientras uno va a por los cafés con leche, los bocadillos o las cervezas al Bar del Centro, el bar de la plaza que es punto de referencia pues antes era el único abierto todo el año, junto a Can Rafal. Tras la peatonización del centro de Sant Francesc hace un lustro cada vez son más los bares que abren casi todo el año.