@Susana Prosper/ He estado unos días muy rara. Me sentía descolocada, como si mi centro se hubiera descentrado. Me acordé de lo del ph. Hace años, mis padres tenían una piscina y recuerdo que a diario había que equilibrar el ph del agua. Por lo visto a nosotros nos pasa algo parecido, se nos desequilibra el ph. Dicen que para nivelarlo, nada mejor que agua con limón y una pizquita de bicarbonato. Me puse a tomar esa mezcla milagrosa, pero aún así no acababa de ser yo. Me notaba viviendo sin vivir en mí, como Santa Teresa.
El lunes por la tarde me equilibré de golpe y porrazo. Hacia las ocho, después de la derrota de España en la Eurocopa, decidí salir al olivo donde me suelo sentar a ver atardecer. Me llevé un vasito de vino y los prismáticos. Cuando estaba intentando encontrar un patrón de comportamiento a una bandada de gaviotas que, tierra adentro, gritaban y revoloteaban como locas, escuché que subía un camión el camino de casa. Era Juan, el hombre encantador que me trae agua. No nos veíamos desde el año pasado. Este año, economizando y mirando el agua al centilitro, hemos conseguido aguantar hasta ahora, con el agua recogida de las escasas lluvias del invierno.
Hacia las ocho, después de la derrota de España en la Eurocopa, decidí salir al olivo donde me suelo sentar a ver atardecer. Me llevé un vasito de vino y los prismáticos.
“¡Hola Pepe!” va y le digo al pobre Juan. Si hasta le felicité el otro día por su santo. ¿Cómo me he confundido así? Esto es el ph, pensé. Mientras se llenaba el pozo nos pusimos a charlar, como siempre. Me estaba contando lo mal que lo pasó por una picadura de mosquito tigre cuando de pronto oigo a mi pequeño Mos llorar desesperado. Mos es uno de mis perros, es negro y gordo como un jabalí, pero al ser más joven y más bajito que los demás, nos parece pequeño. El caso es que Mos, queriendo salir de casa, había saltado de una terraza a un tejado y pretendía saltar de allí al suelo. Cosa que hacía cuando era esbelto, pero que ya no puede hacer. Preocupada por si al jabalí se le ocurría saltar, corto la conversación con Juan para llamar a gritos a mi hijo. Mi hijo se asoma a una ventana para ver qué pasa y claro, por la distancia, sigo toda una conversación a gritos para explicarle lo del perro.
Mientras por el rabillo del ojo controlo el rescate del pequeño Mos, retomo, en un tono normal y sosegado, la conversación con Juan. Según le estoy diciendo lo mucho que me duele que la gente malgaste el agua, veo atónita, que se está desbordando mi pozo. Ver agua salir a lo loco y desperdiciarse me hace entrar en pánico. “¡Pepe, que se sale el agua! ¡Pero Pepe, qué desastre!” Juan, que no lo veía tan catastrófico como yo, me decía “Tranquila mujer, eso es que aún te quedaba agua y por eso desborda” “¡Pero Pepe, por dios, esto es un crimen!” El pobre Juan intentaba explicarme que el agua es muy escandalosa, que no se estaba perdiendo tanta, que al pozo incluso le viene bien porque así salen las impurezas y que… Ahí ya estaba yo metida en el barro, intentando llenar cubos y regar y aprovechar al máximo cada gota. Un horror. “Voy a llorar” le decía. “Esto es un pecado”. “Este cactus jamás ha visto tanta agua”. “Esto me parece un castigo”.
Imagino que Juan agradeció profundamente que el caudal amainara y que yo me callara de una vez. “Anda, tómate el vino ese que tenías ahí” me dijo paternalmente. Le hice caso y me lo tomé como si fuera un chupito, con la mala pata de que algo había caído al vaso y me lo tragué. Quiero pensar que era una florecilla del olivo y no un mosca asquerosa. Nos despedimos y se fue.
El mundo exterior, sigilosamente, había ido ocupando el espacio de mi mundo interior. Poco a poco se había ido apoderado de mi vida. Y no, eso no hay que permitirlo.
Aunque parezca increíble, todo aquel lío, todo ese caos, me sentó de maravilla. Me quedé ahí parada, mirando el campo, oliendo a tierra mojada, con los pies empapados y el sol desapareciendo. Caí en la cuenta de lo que me había estado pasando. Agradecí a la vida la bofetada de realidad cotidiana que me acababa de dar: el perro, el pozo, el agua, mi hijo, las plantas, la tierra, las gaviotas, el atardecer….
Todos estos días había prestando más atención a lo que ocurría en el mundo que a lo que pasaba en mi día a día. Ese era el desequilibrio. El Brexit, la campaña electoral, las elecciones, la Eurocopa… El mundo exterior, sigilosamente, había ido ocupando el espacio de mi mundo interior. Poco a poco se había ido apoderado de mi vida. Y no, eso no hay que permitirlo.
Cada cosa debe estar en su sitio, porque es la única forma de que haya sitio para cada cosa. Aún así, me sigo tomando el agua con limón y bicarbonato. Es muy importante tener regulado el ph.
Hola Susana: Un maestro le dijo a su discípulo: «Busca siempre el equilibrio en todo. Tu centro. En lo interno y en lo externo». A mí también me ocurren cosas similares a las que narras cuando me descentro. Es como ir con el pie cambiado…..
Saludos.
Jose.
Ami también me ocurre a veces me descentro, sólo hay que saber volver .besitos guapa eres un genio
De vez en cuando viene bien hacer balance. 🙂