@Raúl Medrano / En el Festival de Sitges, uno hace cosas que normalmente no haría. Para empezar, porque es un poco como Las Vegas: lo que pasa allí, allí queda. Más que nada, porque si contaras algunas de las “frikadas” que haces durante el festival, correrías un serio riesgo de quedarte sin amistades, alejándose de ti haciendo un “moonwalk” michaeljacksoniano mientras piensan en el día que conocieron a este rarito.
¿Quién, en un miércoles tedioso, en su Santa Eulària o su Sant Jordi natal, pasaría dos horas, entre la 1.30 y la 3.30 de la madrugada, viendo una película de terror independiente india? Esto, que suena tan raro, en el contexto del festival de Sitges es casi hasta normal. No sabes cómo, no sabes ni porqué, no sabes quién te embauca, pero allí estás, a la 1.30 a.m., sentado en tu butaca de la Sala Tramuntana para ver esa cosa india de la que mucha gente habla llamada Ludo.
Allí estaba sus directores, sentados delante de un servidor, esperando a conocer las primeras reacciones europeas ante su engendro. Y digo engendro, porque la obra pergeñada por los amigos Nikon y Q., que así se hacen llamar los creadores, es un pastiche un tanto estrambótico de varios subgéneros, el de vampiros, zombies, juegos malditos y el slasher, todo junto, al más puro estilo indio, que no sabemos bien cuál es.
La película empieza generando interés para acabar convirtiéndose en un desaguisado que no acaba por funcionar. Eso sí, en su metraje hay imágenes poderosas de las que quedan en la retina, aunque no ayudan a salvar un conjunto que cojea.
Así, con esa sensación, abandonamos la sala Tramuntana, esa sala (que no cine) creada para dar abasto a todo lo que se exhibe en el festival (demasiado). El pensamiento de que lo que acabábamos de ver sólo pasaba con alcohol se paseó por nuestro cielo, aunque al final el cansancio pudo.
Mañana más y, esperemos, mejor. Aunque ahora que lo pienso… ¿hubiera visto una peli india de terror independiente si no hubiera estado en Sitges? NO. ¿Dormiré mejor tras hacerlo? Lo dudo…