@Susana Prosper/ Cada vez que hago una tortilla francesa con perejil me acuerdo de Adolfo Suárez. La mente hace estas cosas. Un día se le queda un dato grabado y no hay quien lo borre. Cuando lo nombraron presidente del gobierno, en 1976, yo tenía nueve años. Recuerdo que le entrevistaron en la tele y se ve que lo único que me llamó la atención fue que comentara que le encantaba cenar una tortilla francesa con perejil. Y ya está, ese dato se me grabó a fuego. Me olvido de un montón de cosas importantes, pero soy incapaz de olvidar la tortillita de Don Adolfo.
Un día, una amiga nos quiso cocinar un plato especial. Mientras lo hacía, nos iba explicando los pasos. Picó cebolla, la echó a la cazuela y en ese momento dijo muy solemnemente: “Ahora se le echa la sal para que exude”. El efecto de la sal en la cebolla ya lo conocía, pero la frase decidió instalarse en la parte del cerebro donde guardo la tortilla de perejil. Así que ahora no hay vez que cocinando, al salar la cebolla picada, no me diga a mi misma “Se le echa la sal para que exude”.
Me olvido de un montón de cosas importantes, pero soy incapaz de olvidar la tortillita de Don Adolfo.
También tengo muy presente a Lolita Latorre y a la Tía Aurora. Dos mujeres a las que que no conocí. Murieron mucho antes de nacer yo, pero por escuchar hablar de ellas en casa, no hay vez que al comer un huevo frito o al ir a hacer algo con las manos, no me acuerde de alguna de ellas.
Se comentaba que Lolita Latorre hacía toda una ceremonia para degustar con verdadero deleite un simple huevo frito. Decían que verla comer uno, elevaba el plato a niveles celestiales. Y ahí estoy yo, rememorando a aquella Lolita en cada huevo frito que aparece en mi vida.
Con la tía Aurora, pasa todo lo contrario. El tema está en no parecerse a ella. Por lo visto siempre llevaba unos puños de encaje que le tapaban parte de las manos. Todos se ponían nerviosos al verla cocinar o fregar, temiendo que rebozara en harina los encajes o que acabara fregando las cazuelas con ellos. Por eso cada vez que de niña iba a ayudar a mi madre en alguna tarea, me decía muy contundente “Para trabajar hay que remangarse. ¡No me seas la tía Aurora!”. Así que a diario, inevitablemente, cuando me remango, me acuerdo de aquella tía lejana y me digo “¡Esas mangas, Susana! ¡Que pareces la tía Aurora”.
Siempre llevaba unos puños de encaje que le tapaban parte de las manos. Todos se ponían nerviosos al verla cocinar o fregar, temiendo que rebozara en harina los encajes o que acabara fregando las cazuelas con ellos.
Lo que me ha hecho reflexionar sobre todas esas cosas que hacemos o decimos y que no son cosecha propia, ha sido una película que vi el otro día. De vez en cuando, en alguna escena, aparecía una mosca. Eso hacía que los miembros de la familia se miraran con complicidad y sonrieran. Recordaban que su madre siempre les decía que no había que matar moscas, porque la vida de una mosca es demasiado corta. Es cierto, viven sólo unos días. Lo malo es que ahora, cada vez que veo una, me acuerdo de la película y me dedico a intentar sacarla fuera. Tarea complicada y mucho más en esta época del año, que andan atolondradas y muy pesadas. Aún así a diario me veo abriendo ventanas y repitiendo “Venga, boba, ¡sal y disfruta! Que la vida son dos días…”
Entonces, me pregunto: ¿Qué algoritmo usa el cerebro para elegir lo que registra de por vida y lo que no? ¿Somos realmente conscientes de todas esas pequeñas cosas que nos marcan? No tengo respuesta, pero lo que está claro es que esa macedonia de piezas insignificantes, pero familiares, hace que finalmente seamos lo que somos.
Hay guapa cuánta razón tienes , me encanta como lo expresas, que conste que soy una loca de las tortillas con perejil. Un besazo
Seguro que ahora, cada vez que te hagas una, te acordarás de Suárez. 🙂
Qué bueno, me gustó mucho, Susana. La mente es fascinante. A mí me pasa lo mismo con diferentes escenas de la vida que, aun pareciendo insignificantes, ahí se han quedado grabadas, como si hubiera sido ayer. De alguna manera parece que nos impactaron. Me hace pensar en cómo les pueden impactar cosas que decimos o hacemos con nuestros hijos. Interesante. Y lo mismo con los chistes, me acuerdo de 3 de toda la vida, y el resto se esfuman en cuanto los escucho.
¡Saludos desde Seattle! 🙂
Teresa
Un saludo, teresa!
Y sí, tienes razón, a saber qué cosas nuestras se le quedan grabadas a nuestros hijos. 🙂
Hola Susana: Ciertamente es muy curioso cómo a través de la memoria selectiva; somos capaces de recordar con infinidad de detalles acontecimientos de cuando éramos niños; y no recordemos hechos muchísimo más recientes.
Ah, yo también invito a marcharse a todas las moscas y moscardones que entran en casa.
Saludos
Jose.
Hola Jose. La verdad es que la mente es de lo más caprichosa. 🙂