@Pablo Sierra del Sol / Hay pocas cosas que le gusten más a un pitiuso que un aviso de nieve. Son tan pocas las veces que ha nevado contundemente en Eivissa y Formentera que la simple probabilidad se celebra con ganas. Especialmente por los más pequeños de la casa. A lo largo de las décadas, que cayera un poco de aguanieve ha sido suficiente para que muchas generaciones de chavales ibicencos y formenterenses convencieran al profesor de turno para que interrumpiera la clase y les dejara salir al patio a disfrutar de un fenómeno bien extraño en unas islas mediterráneas tan meridionales y con montañas que no superan los 475 metros sobre el nivel del mar.
Algunos, que ya van acercándose a los 40, cuando aprieta el frío se frotan las manos recordando la famosa nevada de 1985, ocurrida el 16 de enero. Ellos, siendo niños, sí que disfrutaron de una nevada «de verdad», como diría cualquier habitante de los territorios habituados al frío y al hielo. «Recuerdo la ilusión de unos chicos de siete años que no habían visto la nieve nunca. Estábamos en clase, con doña Lídia Gómez y por los ventanales de la escuela vimos cómo el color del cielo cambiaba, volviéndose más intensa y amarilla. Nos levantamos a ver cómo nevaba. Fue imposible seguir la clase y tuvieron que dejarnos salir al patio para disfrutar con los copos». Habla el protagonista de la foto que encabeza el artículo, tomada cuando tenía siete años. Joan Antoni Bonet Torres, profesor de Filosofía en el IES Quartó de Portmany y miembro del Institut d’Estudis Eivissencs en la actualidad, un alumno de segundo de EGB en Sa Bodega a mediados de los ochenta.
De aquel blanco recreo conserva aún la imagen de una nieve que no era suficientemente firme como para armar un muñeco, que se quedó en intento, pero que dio de sí para montar una batalla a bolazos «donde alguno recibió más que los demás». Un manto níveo heló las calles de Vila, que en esos años aún no se había expandido más allá de la actual ronda E-10. De hecho, la foto en la que Joan Antoni sostiene un bolón de nieve está tomada en los terrenos donde se alza la iglesia de Nuestra Señora del Rosario, que entonces no existía.
Por la tarde, sus padres le llevaron a Sant Rafel, uno de los lugares donde la nevada había sido más intensa. «Fuimos con el Seat 127 de la familia y allí disfrutamos mucho porque aquella nieve estaba casi virgen, no la había pisado prácticamente nadie. En los alrededores de Vila desapareció antes porque se organizaron auténticas batallas campales».
Desde entonces, nadie recuerda un suceso igual en las Pitiüses. Si retrocedemos en el tiempo, se conservan fotos de la nevada que cayó en Eivissa en 1907. Una de esas instantáneas tomadas desde Dalt Vila, donde se ve la Marina y la entonces casi virgen bahía cubiertas de nieve, por Narcís Puget se ha compartido en estos días de alerta no consumada en el grupo de Facebook Fotos Eivissa Antiga.
Recuerdo que fue en enero de 1985.