@Pablo Sierra del Sol / Suenan los primeros acordes de Merengue (inconfundibles y picantes como la letra de este himno fet a Eivissa) en la guitarra eléctrica que toca Omar Gisbert. El público ya hace tiempo que se entregó a Statuas d Sal y sabe que el final de esta extraña bola extra que le ha concedido la banda a sus fans casi cuatro años después de haber aparcado la carrera del grupo es inminente.
En la retina queda lo vivido. Más de una década recorriendo al isla de bolo en bolo, el recuerdo de aquella despedida unos veranos atrás grabado en un DVD y un buen puñado de canciones que escuchar a diario, muchas de ellas (La cura, Como un gato mojado, Frágil, Mentiras, Campanas, Payaso o Mejor mojar mujer…) presentes en el concierto que está a punto de terminar.
Aún restan, pues, unos minutos para botar sobre la arena de s’Arenal portmanyí. Unos minutos donde también se ríe y se derraman lágrimas, depende del rostro al que se mire. Algunas caras mezclan los dos sentimientos mientras la voz de David Serra inunda la playa con el inconfundible házmelo otra vez, cógemela suave y hazla crecer. A los dos lados del cantante (y bajista) le escoltan Omar Gisbert, que vuelve a subirse a las tablas después de un tiempo largo encerrado en la cabina de control, y Joan Barbé, que hace sonar la otra guitarra de los salados.
Tampoco falta Juanma Redondo, que cargando un teclado portátil se ha acercado al borde del escenario después de haber emocionado al respetable un rato antes con las introducciones pianísticas de temas como Imbécil, Puntos suspensivos o Como en las películas, las lentas del grupo que no faltan en la hoja de ruta de un concierto muy especial.
Agradecimiento a Adrián Rodríguez
Así lo definía, meses antes de que llegara el 22 de abril, Fernando Hormigo, el batería de los Statuas, que sigue a lo suyo detrás de sus cuatro compañeros de fatigas, marcando el compás y disfrutando de los últimos baquetazos de una noche difícil de olvidar. Para ellos y, evidentemente, para las miles de personas que reservaron un suspiro de energía con el que cerrar por todo lo alto la tercera edición de Sueños de Libertad. El festival ya se concibe como una romántica trinchera desde la que resistir ante la dictadura del reguetón y la electrónica, de lo fácil y masivo. A Omar Gisbert, parco en palabras cuando tiene el micro delante, se le quiebra la voz al darle las gracias a Adrián Rodríguez por haberles engañado para volver con la excusa de que Un día es un día.
El organizador de Sueños de Libertad, apasionado del grupo que ha compuesto la banda sonora de los ibicencos nacidos en los setenta y ochenta, sale a regañadientes al escenario. Lo suyo no son los focos, prefiere el trabajo en la sombra, pero abrazado por el quinteto de Statuas d Sal posa en un selfie para el recuerdo. Esa fotografía, con las miles de personas que acudieron al evento detrás, es el punto final de un relato que comenzó el jueves en el Cine Regio con el desparpajo de El Kanka, la elegancia de Zenet y el coraje de Amaral, y que prosiguió el viernes, ya en la bahía de Portmany, con el indie rock que aportaron tótems de la música nacional como Iván Ferreiro, Leiva o Sidonie.
Fusión y mestizaje en la tercera jornada
El sábado, culminado con la actuación de la banda ibicenca por excelencia, tuvo un aire más étnico. Amainó el viento que sopló en la primera jornada al aire libre, pero sopló con fuerza la fusión que transportaban los metales que acompañaban a bandas como Amparanoia o Depedro, que cruzaron colaboraciones. La primera puso la fiesta, contagiando optimismo a las miles de personas reunidas y metiéndolas en calor a fuerza de mover los pies a ritmo de ranchera, rumba y merengue. El segundo aportó fuerza y melancolía, con un listado de temas que recorren de norte a sur la geografía de América sin detenerse en fronteras, muros ni alambradas.
Antes, la vocalista de Aurora and the Betrayers hizo bailar a los primeros valientes que acudieron al festival con una garganta tan potente que dejó prendado a Jordi Cardona, el dj encargado de amenizar los interludios entre banda y banda, y Miguel Campello regaló los versos que canta su voz rota al lado más garrapatero de los asistentes a Sueños de Libertad.
Fantastic Negrito conquista al público
La carta que tenían los organizadores bajo la manga era Fantastic Negrito. El último ganador del Grammy a mejor álbum de blues contemporáneo dio una lección magistral de música negra, pasando del soul al rock con sinceridad y talento. Su manera de moverse desprendía un buen rollo corporal que muchos no tardaron en apreciar. A los cinco minutos, la versatilidad de sus cuerdas vocales y la energía de sus músicos ya se habían metido a la isla en el bolsillo.
In the Pines, el clásico del folk que popularizó Kurt Cobain en el Unplugged de Nirvana puso los pelos de punta a más de uno. El vello siguió erizado, claro, hora y media más, el tiempo que tardó Statuas d Sal en bajarse del escenario y la playa en quedarse vacía, esperando que Sueños de Libertad regrese en la primavera de 2018.