@D.V./ Un niño de cuatro años observa la escena con los ojos como platos y, horrorizado, dice:
-¡Mamá, mamá! ¡¡¡Están matando a Dios!!!
-Noooo -respondre la madre con paciencia- Ese no es Dios, es un señor disfrazado.
-¿No lo están matando de verdad?
-No, esto es como el cine, no lo matan de verdad.
El Via Crucis de Santa Eulària impacta a los niños y, aunque estéticamente es muy suave y no hace sangre, la sinceridad y seriedad de sus participantes consigue emocionar a los centenares de personas que siguen su evolución desde la calle del Sol -lugar donde se escenifica la detención de Cristo- hasta el Gólgota instalado en lo alto de Puig de Missa.
Una vía dolorosa repleta de enseñanzas
A pesar de que la tortura y muerte de Jesús ofrece la posibilidad de realizar un espectáculo sobre la atrocidad y el dolor, en Santa Eulària la opción es muy distinta, ya que no se cargan las tintas en el realismo sino que se prefiere aprovechar las etapas del Via Crucis para realizar una lectura moral de la historia.
Así, cuando Simón el Cireneo ayuda a Jesús a cargar la cruz, el cura recuerda que “cada vez que ayudamos a un ser humano, estamos ayudando a Jesús”. Cuando Verónica limpia el rostro de Cristo, el cura realiza un llamamiento a la necesidad de valores como la piedad y la compasión con los que sufren. Asimismo, las caídas de Jesús y las negaciones de Pedro son una oportunidad para recordar que incluso los apóstoles sintieron dudas y debilidad, y enfatiza la necesidad del perdón.
La vía dolorosa finaliza en lo alto de Puig de Missa con una representación de la crucifixión. Un año más, la historia vuelve a escenificarse entre el silencio, el respeto y la emoción de los centenares de fieles congregados.