@Ben Clark/ Es fácil conseguir lo que quieres, y no tienes necesariamente que saber cómo. Lo único importante —y esto ya es más complicado— es saber qué es lo que quieres. Si lo que quieres no es algo sino alguien, si lo que deseas es ser deseado, pues entonces, compañera, compañero, nada puede haber más sencillo: sólo tienes que conseguir que la otra persona quiera lo mismo que tú. ¡Qué fácil! Pero sé que a primera vista puede parecer complicado. Por eso te propongo un sistema: dedica primero tiempo a comprender mejor qué es lo que quieres tú. Te conviene pulir tu lado de la ecuación para evitar errores y para garantizar el éxito cuando llegue el día de aceptar que la persona a la que quieres también te quiere a ti. Será necesario, por lo tanto, tener un poco de paciencia y asumir que, en realidad, por mucho que hayamos pensado en esa persona, no sabemos casi nada sobre ella. ¿Qué quiere? ¿Por qué? Estarás de acuerdo conmigo en que no tiene mucho sentido afirmar que queremos a alguien si no lo conocemos bien. Me dirás que eso tampoco es tan importante, que lo que sientes es un deseo, un ardor convocado por la belleza (me estás diciendo que lo que quieres es su cuerpo, su piel, y te entiendo, de verdad que te entiendo). Pero la distancia más corta entre dos cuerpos no es el deseo, es la comprensión. Comprende a tu enemigo, dicen los antiguos manuales de guerra, conoce a tu prestamista, dicen las tablas milenarias de cerámica de los templos derruidos. Haz los deberes y habrá, te lo garantizo, helado de postre.
Verás que, si sigues este consejo y le dedicas el tiempo que requiere, sucederá algo que no te esperas.
Verás que, si sigues este consejo y le dedicas el tiempo que requiere, sucederá algo que no te esperas. Serás testigo del horror que ha perseguido a todos los creadores desde que el tiempo es tiempo: a medida que te vayas acercando a tu idea, a medida que vayas materializando tu idea con miradas, gestos, actitudes, frustraciones y tallas de zapato, tendrás que ir aceptando que ya no se parece mucho a la obra perfecta que proyectaste para este mundo feo. Cuando esto suceda —y sucederá— te quedan dos opciones: abandonar, con la dignidad de los sitiados, o regresar al principio, ahora mucho más informado, para volver a visitar qué es lo que quieres. Es posible que descubras que lo que quieres ha cambiado, a pesar de que la persona a quien quisiste no cambió nunca. Puede suceder, como le sucedió a Miguel Ángel Buonarroti cuando por fin dio un paso hacia atrás para contemplar a su David, que todos los detalles de esa persona te lleven a amarla más. Es posible. Ha sucedido alguna vez. Si ese es el caso te recomendaría encarecidamente dejar de leer tonterías como esta y acudir con extrema urgencia a la puerta de esa persona, con o sin flores, pero, desde luego, con este sencillo mensaje: “Primero comprendí que quería comprenderte y aprenderte, y después de hacerlo sólo me quedaron ganas de comprenderte más y aprender más sobre ti, y así supe que amarte no tendría nunca un final y por eso estoy aquí, en tu puerta, por si acaso ocurre, como a veces en el mundo ha ocurrido, que las fuerzas no se oponen sino que avanzan en la misma dirección, ayudándose, los dos juntos, hacia lo desconocido”.