@L.F./ Algunos aguerridos lectores de esta sección empezaban a preguntarse cuando se dejaría caer por aquí el primer manga. Bien, aquí lo tenéis, aunque muchos se dirán: “¡Oh! Pero si Shin Chan es una serie de televisión” Pues claro que sí, pero los antecedentes de su anime, así como de la inmensa mayoría de adaptaciones en dibujos animados para la pequeña pantalla, tienen su origen en las páginas de los cómics…perdón, del manga japonés. Y es que en el país del sol naciente la cultura del tebeo es un fenómeno social en toda regla. Cada año se publican miles y miles de mangas de las temáticas más variadas y nadie, ya sea jovenzuelo o adulto, se avergüenza de exhibir en público sus dinámicas lecturas, siendo estas equiparables a cualquier estilo literario más pretenciosamente sesudo o clasista. Así las cosas, debo reconocer que la primera vez que leí la acepción “manga” en un artículo publicado a principios de los 80’, en el que ya se vaticinaba la imparable invasión de viñetas niponas que estaba por llegar pensé: “no será para tanto”…craso error.
Y es que claro, hasta aquel entonces, y aun a pesar de ser ya un coleccionista compulsivo en ciernes, yo no había escuchado la palabra “manga” ni tampoco “anime”. Evidentemente, seguía con deleite las aventuras de Mazinger-Z en los 70’ y La Batalla de los Planetas en la década siguiente, pero nadie me avisó de que en su país de origen tenían esos nombres tan raros. Mi generación los calificaba sencillamente como “dibujos animados”, pero ojo, unos dibujos animados con unas audiencias y una repercusión enormes debido, básicamente, a que solo podíamos escoger entre dos canales de la única televisión pública de ámbito nacional.
A día de hoy, y visto con la perspectiva, la calva, y la inconsciencia que me otorgan los años, me atrevería a asegurar que el descomunal auge del manga de los 90’ en nuestro suelo patrio, más que por la incipiente publicación de tebeos del género o por el estreno cinematográfico de la incomprensible Akira, vino dado por la confluencia de tres series animadas emitidas al unísono, conformando lo que podríamos calificar de tormenta perfecta. A saber, Oliver y Benji, Los Caballeros del Zodíaco y Bola de Drac coincidieron felizmente en el espacio-tiempo para dar lugar a un furor extrauterino que traspasó los límites de los tubos catódicos para asentarse en el que, en su país de origen, ya era formato inicial de de las series, es decir, el manga. La demanda inicial de este producto en kioscos y librerías especializadas fue tal, que llegaron a publicarse cientos de colecciones al unísono, muchísimas de ellas muy malas, todo hay que decirlo, y el fenómeno alcanzó tal magnitud que empezaron a dedicársele salones del cómic (en este caso del manga) en exclusiva, por donde los otakus más recalcitrantes se exhibían embutidos sin pudor alguno en el cosplay más divertido y escandaloso. (“Cosplay” es como le dicen los modelnos de ahora al “disfrazarse” de toda la vida…para que veáis que estoy a la última)
Una vez analizado el intenso vínculo de las series animadas japonesas con sus referentes de papel, vamos a por faena con el que sin duda fue el manga (y anime) más celebrado y popular en todo el mundo durante la década de los 90’ y parte de la siguiente (su desembarco nacional se produjo el año 2001 en TV3)…ahí es ná.
Shinnosuke Nohara, apodado “Shin Chan”, tiene cinco años y vive con sus padres, su hermana pequeña y su perrito en el barrio de Kasukabe, en la prefectura de Saitama del extrarradio de Tokio. Podríamos calificar su actitud hacia los adultos en general y las mujeres hermosas en particular de, er…digamos que estrafalaria. Shin Chan demuestra una severa incontinencia para mantenerse vestido por mucho tiempo, y disfruta decorando sus partes pudentas con rotuladores para exhibirlos posteriormente al grito pelado de “¡Trompa, trooompa!” mientras realiza todo tipo de contorsiones obscenas. Pero aunque esa sea la primera imagen que a todos nos viene a la cabeza nada más recordar al personaje, no es lo único ni tampoco lo mejor de la producción del desaparecido creador del invento, Yoshito Usui (Japón, 1958-2009). El mérito del autor consistió en recrear con total exactitud las reacciones de un niño pequeño llevadas hasta el extremo de sus consecuencias.
El motivo de que Shinnosuke nos guste tanto es porque no se calla ni una, demostrando una ingenuidad deliciosa a veces y una madurez que supera en mucho a la de sus progenitores en otras. Shin Chan es, en definitiva, un molzablete divertido y descarado que suele salirse con la suya, escaqueándose de apechugar con las consecuencias de sus actos (aunque suela llevarse algún merecido capón que otro) Por otra parte, el retrato de las aspiraciones y de la clase media japonesa actual que se desarrolla en las viñetas es de un lúcido que asombra, algo que nadie esperaría encontrarse en una tira cómica de tal estilo.
Y es que, aunque muchos no lo sepan, Shin Chan NO es una serie concebida originalmente para niños. De hecho, vio la luz en el Weekly Manga Action, un magazine para adultos. Solo dos años más tarde se adaptaría para la pequeña pantalla, pero (os lo creáis o no) suavizando sus contenidos para hacerlo más asequible a la población infantil. El esfuerzo resultó en vano, y a la par que la celebérrima serie se hacía tremendamente popular entre niños y mayores, asociaciones de padres y maestros cargaban contra el pésimo ejemplo que el anime daba a los más jóvenes. Una polémica que incrementó incluso más aun su popularidad, llevándola hasta los extremos de lo inimaginable; y es que independientemente de si resultan perniciosos o no, resulta innegable que estamos ante el tipo exacto de cómic (y serie) que resulta más atractivo a los niños (y también a muchos mayores), así de sencillo.
El dibujo a blanco y negro de Yoshito Usui, quien también se encargaba del guión, prima la expresión humana y la acción más desenfrenada por encima de efectivismos preciosistas que no conducen a ninguna parte, resultando muy tosco pero efectivo. Cualquiera que lo compare con la serie animada se dará cuenta de que esta última recibe mucho mejor trato en su aspecto gráfico (lo cierto es que el color ayuda bastante). El autor va directamente al grano en una serie de historias cortas que pueden leerse de forma independiente, pero que enlazan las unas con las otras formando tramas argumentales más extensas.
Su desafortunada y prematura desaparición con tan solo 50 años nos privó de seguir disfrutando con su propia visión de cómo reaccionaria un niño de 5 años ante una situación cotidiana llevada al extremo, y aunque los miembros de su equipo continuaron con nuevas producciones del personaje, ya nada volvería a ser lo mismo. El pobre Shinnosuke Nohara se había quedado irremediablemente huérfano de padre…una auténtica pena.
Lluís Ferrer Ferrer (Cala Mastella, 1971) Especialista en tebeos y demàs vicios de malvivir, es el escritor (i)responsable de la Trilogía ibositana (2008-09-10) y de los guiones de la Webserie Salvador, un superhéroe low cost (2012-13)
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