La venganza es un como un vaso que por mucho líquido que le eches jamás rebosa. Es difícil desprenderse de una mochila que pesa como una losa; un agobio que te hunde la mente en lo más profundo de tus tinieblas. Es un sentimiento que te enfrenta a tus propios demonios y te pone cara a cara con tu propia lealtad. Las justicia en España no está pensada como un sistema punitivo, pero las condenas ejemplares suelen llegar como un bálsamo. Jamás me ha pasado una desgracia tan insoportable como la que llevan más de un año reviviendo la familia de Dani Viñals. Pero me pongo en su piel y no puedo evitar sentir una dolorosa empatía.
Cuesta entender el perdón ante la pérdida de un hijo, un hermano, un amigo, un primo, un sobrino y un ser humano risueño ante la fatalidad de un accidente que se podría haber evitado. Existen mil variables que hubieran permitido que Dani siguiera pedaleando a día de hoy por los montes y las carreteras de Eivissa.
Aunque es una hipótesis difícil de comprobar, cuesta imaginar la bicicleta de Dani Viñals destrozada sobre el asfalto de la carretera de Sant Josep si Marcos Martínez Beltrán no se hubiera puesto hasta las cejas de drogas y alcohol. O si, simplemente, no hubiera encendido el contacto de su todoterreno y se hubiera subido a un taxi.
También cuesta imaginar un desenlace igual de fatal si, pese a todo, las instituciones hubieran hecho campañas eficientes sobre seguridad vial y el respeto entre todos los usuarios. También sueño con un panorama diferente si el Gobierno hubiera destinado los efectivos suficientes de la Guardia Civil de Tráfico a una isla como Eivissa, que durante la temporada de verano soporta una cantidad desmesurada de vehículos sobre un asfalto sucio, roto y sin el mantenimiento necesario.
Se me hace complejo comprender cómo es posible que esto no se enseñe en las escuelas. No entiendo qué razones llevan a los responsables públicos a quedarse petrificados ante un código de circulación y un código penal que permite que acabar con la vida de Dani Viñals y dejar malherido a su compañero, Christian, se condene con tres años y cuatro meses de cárcel (en el mejor de los casos). No entiendo cómo podemos vivir en una sociedad en la que matar cuesta dos duros.