Perfectamente podría haber titulado esta columna con un “por qué la lucha de las Kellys debe ser una lucha del feminismo en España”, en lugar del título que finalmente he escogido. No obstante, el espacio era exiguo y yo, realmente, quiero que quede claro que este artículo de opinión es, además de lo propio, una publicación que viene a vindicar los derechos de las mujeres como clase social, a proponer autocrítica feminista y a pedir perdón a todas las camareras de piso, pero sobre todo a mi madre. Esta columna es absolutamente personal y les pido disculpas si ello pudiera ser motivo de incomodidad para ustedes. Pero, por si la necesitan, tengo una excusa: como ya se encargaron de explicar las autoras feministas de la década de los 70 del siglo XX, lo personal es político.
Un siglo antes de que Kate Millett (1934-2017) o Shulamith Firestone (1945-2012) nos revelaran esa dimensión política y pública de lo que nos ocurre a las mujeres dentro de la cotidianidad de nuestros hogares, Flora Tristán (1803-1844), máximo exponente del feminismo socialista y sindical, alertó de que “las mujeres son las proletarias del proletario”. Como pasa siempre en la historia, los movimientos revolucionarios de clase se habían olvidado de la cuestión de la mujer, se olvidaron de que ser mujer es en sí una categoría social ubicada en el escalafón de las clases, siempre por debajo de sus compañeros varones. Y habría que ser ingenua para creer que todo ha sido constante casualidad. Sin ir más lejos, el gran filósofo Jean Jacques Rousseau (1712-1778), abolicionista de todos los tipos de desigualdad entre hombres (y solo hombres), estableció un mandato de género que se ha perpetuado durante toda la historia post-revolucionaria: las mujeres están para hacer más cómoda la vida del hombre. Y ahí estamos las feministas, luchando por deslegitimar social, filosófica y políticamente al bueno de Rousseau.
En el actual contexto económico neoliberal, que camina sin pausa hacia un capitalismo salvaje (o anarcocapitalismo), las mujeres seguimos estancadas en ese doble eje de dominación hombre-mujer/rico-pobre. Y tengo una mala sensación. Los 8 de marzo, los me-too, las concentraciones anti-manada, la mayor parte del potente activismo feminista español se está olvidando de la lucha de las Kellys, que es el colectivo organizado de mujeres camareras de piso que reivindica unas mejores condiciones laborales en el sector. Por las Kellys no hemos llenado las avenidas de nuestras ciudades, ni hemos puesto en un brete a actores políticos por no apoyar las reivindicaciones de las limpiadoras, lo que me genera una profunda tristeza por mi actitud, la de algunas de mis compañeras y la de los aliados feministas. No lo hemos hecho porque esa lucha no la sentimos como nuestra, como una lucha de las mujeres, de todas. Pareciera entonces que ahora, que ya no nos olvidamos de la categoría de mujer, nos estuviéramos olvidando de la categoría de clase. Y ser feminista no es lo que puedan entender Ana Patricia Botín o Andrea Levy, el feminismo como teoría crítica de la sociedad requiere de la interseccionalidad, entre la que figuran el género, la clase, la raza y hasta la edad. O en palabras que se atribuyen a la socialista Rosa Luxemburgo (1871-1919): “Quien es feminista y no es de izquierdas, carece de estrategia; quien es de izquierdas y no es feminista, carece de profundidad”.
Mi madre, que tiene ahora 62 años, ha trabajado como camarera de piso en hoteles de Eivissa desde que llegó de su Granada natal a los 13. Tras cuatro décadas ejerciendo como limpiadora, los efectos de ese esfuerzo físico no han tardado en aparecer con toda su brutalidad: problemas de cervicales y mareos, dolores crónicos, pérdida del olfato y dolores de cabeza por la exposición continuada durante años a fuertes productos de limpieza, lumbalgia, artrosis en los huesos, dolores en las rodillas y los hombros, y una rizartrosis en los pulgares de ambas manos que le costó pasar hasta en cuatro ocasiones por quirófano antes de que la declararan incapaz para trabajar con 54 años. Y yo, su hija feminista, me olvidé de su realidad en todas las manifestaciones en las que grité que las mujeres ya estamos cansadas de estar cansadas. Perdóname, mamá.
La historia de mi madre es también la historia de todas las camareras de piso, quienes pusieron sus vidas, su salud y sus cuerpos al servicio de empresas hoteleras que practicaron sobre ellas el agotamiento hasta la extenuación, la historia de una verdadera explotación.
Hoy, 25 de agosto, las Kellys de Eivissa y Formentera han convocado una manifestación de apoyo en el Passeig de Vara de Rey, en horario de 19:00 a 21:00h. El objetivo de la concentración es, como afirman en la convocatoria difundida por una red social, “pedir unas condiciones de trabajo más dignas para las camareras de piso de nuestras islas”. Así, ruegan el apoyo a todos los colectivos recordando que la unión hace la fuerza. Eivissa demostró ser una isla comprometida con los derechos de las mujeres en una manifestación sin precedentes el pasado 8 de marzo, del mismo modo que se ha echado a la calle para protestar por la sentencia de La Manada. Todas las personas que salimos a la calle entonces, por coherencia con la defensa de nuestros valores feministas, debemos estar ahora dando soporte a las Kellys, haciendo nuestra también su lucha. Ahí estaremos o tendremos que seguir pidiendo perdón.