@LauraFArambarri/ Esta semana ha salido a la venta Annabelle (Planeta) de Lina Bengtsdotter, el primer volumen de la saga ‘Los Crímenes de Gullspång’, que ha tenido una excepcional acogida en la Suecia natal de la escritora y que ahora llega a España de la mano del traductor ibicenco Juan José Ortega (en colaboración con Martin Lexell).
Ortega es el traductor de toda la saga ‘Millennium’, tanto de los libros escritos por Stieg Larsson como de la continuación a cargo de David Lagercrantz. Es más, este mes de febrero él y Lexell se pondrán de nuevo manos a la obra para traducir el sexto y último (por el momento) volumen de la saga, también de Lagercrantz.
Seis meses de trabajo
Ortega ha disfrutado mucho de la traducción de la novela de Bengtsdotter. “Hemos trabajado medio año en la novela, desde febrero a julio. La extensión, afortunadamente, es más corta que los de Larsson, con lo cual fue más llevadero”, bromea Ortega, que en su día sufrió lo suyo para traducir, dentro de los exigentes plazos del mercado editorial, una trilogía que abarca más de 2.200 páginas.
En el caso de ‘Annabelle’, el traductor subraya que es “muy ágil de lectura” porque son capítulos “muy cortos” y “se lee muy bien, no es nada pretencioso”, remarca.
La novela, que forma parte también de una trilogía, “pone el punto de atención en un pueblecito perdido de la mano de Dios que se llama Gullspång”, avanza el ibicenco sin querer destripar más detalles de la novela.
Stieg Larsson, una «sorpresa absoluta»
Que se produzca otro fenómeno como el de Stieg Larsson es complicado “¡Eso pasa una vez en la vida!”, afirma entre risas. “Ojalá. Aquello fue una sorpresa absoluta para nosotros”, admite Ortega, que se embarcó en aquel proyecto animado por su profesor de sueco, Martin Lexell.
Desde esa primera experiencia no ha parado de traducir y eso que se dijo a sí mismo que después de lo de Larsson no traduciría nunca nada más por el enorme estrés que sufrió entonces por los apretados plazos de entrega que generó el éxito que tuvo la primera novela, lo que precipitó la llegada al mercado de las siguientes. “La experiencia de traducir a Stieg Larsson fue maravillosa pero muy estresante en su desarrollo”, algo que no ha sucedido con la novela de Lina Bengtsdotter porque ha tenido un tiempo razonable y la extensión del texto no era tan larga. “Con esos plazos te permites descansar más, incluso irme a Ibiza un fin de semana y volver con las pilas recargadas”, afirma el traductor, que actualmente vive en Madrid donde es profesor en la Universidad Complutense de Madrid (de Filología Rumana y Literatura Universal de los siglos XIX y XX).
Ortega es un auténtico apasionado de los idiomas: habla sueco, inglés, francés, italiano, portugués, rumano, bastante alemán y hasta un poco de turco.
Lina Bengtsdotter, una nueva autora que vuelve a sus raíces
Lina Bengtsdotter creció en Gullspång, donde ha ambientado su saga. Tras vivir en Reino Unido e Italia, en la actualidad reside en Estocolmo. Es profesora de sueco y de Psicología. Annabelle es su debut, por el que obtuvo el prestigioso Crimetime Specsavers a Mejor Debut del año y está nominada a Mejor libro del año.
Su personaje principal, la detective Charlie Lager, es la protagonista de una trilogía que continúa con ‘Francesca’. Esta novela también aparecerá en castellano.
La experiencia ‘Millennium’
Ortega ha traducido en equipo con Martin Lexell siete libros, todos para Planeta y Destino. De Stieg Larsson Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire, además de La voz y la furia: las investigaciones periodísticas del creador de Millennium, que es una selección de artículos periodísticos que escribió Larsson. De David Lagercrantz, continuador de la saga ‘Millennium’, ha traducido Lo que no te mata te hace más fuerte, El hombre que perseguía su sombra y la sexta entrega, actualmente en proceso, también de David Lagercrantz. Además ha volcado al castellano Mi amigo Stieg Larsson, escrito por Kurdo Baksi.
Traduce tanto en Madrid, donde tiene su trabajo habitual, como cuando visita Ibiza en vacaciones. No encuentra diferencias entre traducir en la isla o en la capital pero sí hay un ‘toque mediterráneo’ en el proceso: “Una vez que el libro está traducido, me gusta mucho llevármelo a la playa y, en los días de solecito, leerlo como si fuera el trabajo de otro. Ahí le voy dando el barniz final, compruebo cómo suenan las palabras y perfilo más. El Mediterráneo y el sol de Ibiza me inspiran, sí”, asegura.
El gusanillo de la traducción le ha calado hondo pero es consciente de los claroscuros de una profesión no siempre bien valorada, si se tiene en cuenta el tiempo que emplean los profesionales en cada volumen y las dosis de bagaje cultural y creatividad que requieren las obras.
«La traducción es muy adictiva»
Para Juanjo Ortega la parte más ingrata es la de tener poco tiempo para traducir. “Sufro cuando hay poco tiempo y sufro cuando me quedo con la sensación de que necesitaría un mes más, y no porque la novela esté mal traducida, sino porque me gusta dejar reposar el texto, dos meses si es posible, y entonces retomarlo y comprobar si fluye o no. Ese tiempo te permite verlo desde otra perspectiva. ¡La perfección es algo inalcanzable y siempre hay algo que se puede cambiar o mejorar!”, afirma este ibicenco al que esta profesión le llegó por pura casualidad y ahora le tiene enganchado.
“Lo más grato es todo lo demás, la traducción es muy adictiva. Es muy bonita la primera fase, cuando entras por primera vez en el texto y vas descubriendo la historia, pero también es muy bonita la segunda o cuarta fase cuando vuelves a retomar el texto y vuelves a cambiar palabras o frases y le das el perfilado final. Quizás es la fase que más me gusta, cuando ves la frase perfecta, aunque hay que poner entrecomillado ese ‘perfecta’”, subraya entre risas.
La traducción se paga mejor en unas lenguas que en otras, porque, obviamente, hay más traductores de inglés o francés que de sueco. Pero depende mucho del tamaño del libro y de los derechos de traducción que recibe si se vende bien. De todos modos, y aún habiendo traducido un súper ventas, Ortega admite que “es muy complicado que un traductor pueda vivir exclusivamente de ese trabajo”. “Nosotros [en referencia a él y a Martin Lexell] somos dos profesores y la traducción es un complemento. Hemos tenido la suerte de poder cobrar los derechos de autor con Larsson”.
«El traductor tiene que tener un punto de creador»
Sobre el grado de creatividad que puede aportar un traductor al texto Ortega es claro: “Creo que el traductor tiene que tener un punto de creador y eso no significa ser infiel al texto. Hay que tener la libertad de tomarse licencias. Pienso que el lector agradece cuando hay un poco de creación, sin mutilar el texto. El éxito de una traducción es que fluya en la lengua de destino y, para que fluya, es necesario tomarse según qué licencias”. Él mismo admite que hasta convertirse en traductor no se fijaba mucho en quién era el responsable de volcar un texto al castellano o a otro idioma. Salvo que le chirriase algo. “¿Sabes cuándo se fija un lector en el traductor? Cuando es una mala traducción, porque se nota y te molesta. Si es buena, el lector habitual no suele fijarse en el traductor a no ser que tenga algo muy particular que te llame la atención”, reflexiona.
“Me hace mucha gracia cuando me dicen que nuestras novelas están muy bien traducidas. ¿Cómo lo sabes si no sabes sueco?, les pregunto”, ríe Juanjo Ortega. Pero entiende perfectamente a qué se debe esa afirmación: “La gente aprecia que fluye la narración. El mejor piropo que te pueden hacer es que la novela fluye muy bien. Si no, nos encontramos con libros que suenan a traducción”, concluye.