@Pablo Sierra del Sol · Fotos: @Lorena Portero / Quinientas personas se reunieron ayer en la carpa municipal de Sant Antoni de Portmany porque hace más de cincuenta años un sevillano llamado Francisco Hidalgo decidió marcharse de La Puebla de Cazalla junto a otros doce compañeros. Muchos de ellos no habían visto nunca el mar, pero se subieron a un barco para viajar a Ibiza, una isla que durante los años del boom del turismo se convirtió en El Dorado de los inconformistas que soñaban con huir de la precariedad a la que les condenaba el duro trabajo en el latifundio andaluz.
El fenómeno se entiende muy bien con datos demográficos. El primer padrón digitalizado de Sant Antoni data de 1991. Vivían en el municipio 13.558 personas. Sin contar a los hijos que ya habían tenido en Ibiza, más de mil sanantonienses habían nacido en La Puebla. Casi un diez por ciento de la población. Diez años antes, esa cifra podía multiplicarse tranquilamente por dos. Los emigrantes de La Puebla, que pronto estuvieron acompañados por paisanos de otros pueblos de la zona sureste de la provincia de Sevilla, eran la mano de obra necesaria para levantar los primeros hoteles y trabajar luego en ellos, construir los bloques donde ellos mismos alquilaban un piso, cocinar y servir en los restaurantes que se abrían en las calas y playas, ocuparse del reparto, el mantenimiento, la limpieza, el cuidado de familias tan extensas como laboriosas.
La historia de Francisco es, por tanto, la historia de muchos. La cuenta Raúl Díaz, el concejal de Fiestas y Participación Ciudadana del ayuntamiento portmanyí, durante el acto de hermanamiento entre los dos municipios. Hace unos días, Díaz se sentó a charlar con este jubilado que, pese a los achaques lógicos de quien ha pasado de largo los ochenta, disfruta viendo crecer a sus nietos y bisnietas, escucha cantes flamencos, y mantiene su acento en un estado de perfecta conservación. Igual que sus recuerdos. No le cuesta revivir a Francisco cuando su mujer, María Garrido, y sus dos hijos mayores vinieron a Sant Antoni tan solo ocho meses después de su llegada. No hubo dudas. En cuanto él vio que había futuro en este pueblo que se trasformaba de humilde villa marinera y agricultora a epicentro del turismo ibicenco se trajo a sus seres queridos. Los hijos pequeños del matrimonio Hidalgo-Garrido nacerían en Ibiza, pero como les pasó a muchísimas familias moriscas (el gentilicio de La Puebla), María y Francisco siempre añoraron el pueblo de casas blancas donde se criaron.
Necesidades y esperanzas
La aventura de estos pioneros en cruzar el Mediterráneo ilustra los comienzos de la inmigración peninsular en Ibiza. Define la importancia simbólica del hermanamiento que da carácter institucional a medio siglo de relación e intercambio entre Sant Antoni y La Puebla. Recuerda que el terruño el trasfondo casi siempre se abandona por necesidad y esperanza:
–Francisco se vino a Ibiza sin más ayuda que las mil quinientas pesetas que le había dejado una amiga. El viaje no fue fácil. Francisco me contaba que a mitad de camino les pilló una tormenta tan grande que hasta un [Seat] Seiscientos que iba aparcado en cubierta se desató y empezó a pegar bandazos por el barco, imaginaos, sembrando el pánico entre todos los que estaban allí. El capitán les dijo que bajaran a la bodega, que allí no pasaría nada. Finalmente llegaron y se quedaron a dormir en unas habitaciones de la calle General Prim. Fueron los primeros en llegar a Sant Antoni de Portmany.
Raúl Díaz toma la palabra en el acto de hermanamiento después de las actuaciones de un grupo de balladors y sonadors de todas las colles de ball pagès del municipio y del coro rociero sanantoniense. El concejal estudió la carrera de Historia en la Autònoma de Barcelona y es hijo y nieto de emigrantes andaluces (también sevillanos, pero en su caso de Villanueva de San Juan y El Saucejo). Las dos razones son tan poderosas que Díaz no puede esconder lo mucho que ha disfrutado recogiendo el testimonio de Francisco, alguien que ha sido protagonista de una parte reciente de la historia de Ibiza, sino olvidada, quizás no reivindicada lo suficiente: “La palabra que más me repetía charlando con él el otro día era ‘gracias’.
Gracias a Pepe Portmany porque fue el primer en darle trabajo. Gracias a todos y cada uno de los ibicencos que le trataron como uno más. Tal fue el nivel de relación de Francisco con la gente de aquí que en su último trabajo le siguieron dando cestas de Navidad estando ya jubilado. Francisco y María no han podido venir al acto por motivos de salud, pero me han dicho que os dé las gracias a todos: a los que llegaron por ser valientes de dejar su tierra y a los que acogieron por tener un corazón tan enorme”.
Una sociedad ‘empeltada’
La carpa está llena hasta la bandera. Hay mucha gente, ya mayor, que nació en La Puebla. Bastantes personas, también canosas, con dieciséis apellidos ibicencos. Unos vieron llegar a los otros. Los segundos trabajaron codo con codo con los primeros. Se sentaron a comer en la misma mesa, jugaron en el mismo equipo de fútbol, se hicieron amigos, se enamoraron. Sin ser conscientes, crearon una sociedad mestiza, bilingüe, fronteriza. Por resumirlo con un adjetivo calificativo muy insular: empeltada. La muestra son los hijos y los nietos de estas personas. El producto de la mezcla habla dos idiomas y tiene una identidad doble. Son hombres y mujeres que, como canta Jorge Drexler, son de todos lados un poco y de ningún lado del todo.
En su discurso, Antonio Martín Melero, alcalde de La Puebla, hace hincapié en la integración de sus paisanos que se establecieron en la isla. Igual que ha pasado escuchando a Díaz, sus palabras hacen derramar alguna lágrima. Los sentimientos están a flor de piel. Quien no prosperó gracias al dinero que ganó en verano a fuerza de trabajar muchas horas aprendió a decir sus primeras palabras en castellano de boca de sus vecinos moriscos. El lenguaje es el primer bien que se comparte: si uno se pasea por Sant Antoni y agudiza el oído escuchará a no pocas personas de origen ibicenco –especialmente, los que tienen más de cuarenta y cinco y vivieron la llegada masiva de andaluces en plena niñez– hablar un castellano que aspira las haches, transforma las eles en erres cuando van delante de una de (caldo/cardo), se olvida de la de intervocálica en los participios (olvidado/olvidao) y se come las eses al final de las palabras. Un castellano singular que combina “la economía del lenguaje que –como bromea el cómico Manu Sánchez, muy conocido en Andalucía– se practica en el sur de España” con los sonidos propios de la fonética catalonaparlante. Una criatura oral e híbrida que tiene su réplica en el dialecto ibicenco que hablan los nietos de la inmigración.
El primer milloncito
“Jamás podremos los políticos de La Puebla –empieza Martín su discurso– agradecer lo que vosotros y vosotras habéis hecho por La Puebla. Porque viniendo a trabajar aquí, cuando volvían se podían comprar un solarcito con el primer milloncito que habían ganado en Sant Antoni: invertían en La Puebla para hacerse sus casas. Muchos de ellos están volviendo a La Puebla para reencontrarse con sus raíces, pero recibieron tanto, tanto cariño en San Antonio…”.
Martín explica que el cliché de “alegre y fiestero” con el que se etiqueta al pueblo andaluz cae cuando se mira de cerca la realidad social de una localidad como la portmanyina. “Rompimos moldes porque somos tan trabajadores como los primeros”, dice el alcalde morisco. Y levanta aplausos. Su homólogo sanantoniense es mucho más protocolario, pero su mensaje no está falto de argumentos en estos tiempos en los que vuelven a azuzarse el racismo y la xenofobia. Dice Pep Tur, Cires: “Este es un homenaje no solo a quienes vinieron de La Puebla sino a todos los trabajadores que dejaron sus pueblos para venir a Sant Antoni, hacerlo crecer y transformarlo para siempre. No solo levantaron los hoteles que hoy en día sustentan nuestra industria turística y se convirtieron en el personal que les dio vida y procuraron que sus huéspedes tuvieran estancias acogedoras: se convirtieron en vecinos, se mezclaron con nosotros, se casaron y tuvieron hijos aquí. Nos han enriquecido con sus aportaciones culturales y su forma de ver la vida”.
Institucionalidad por encima de las siglas
El acto –que pese a celebrarse en vísperas de elecciones generales y municipales presenta una imagen de unidad institucional más allá de las siglas (aunque cada cual aprovecha para tocar manos y besar mejillas) digna de admirar en esta época de crispación– acaba con el descubrimiento de una placa colocada en la vieja sede del ayuntamiento y con el concierto del guitarrista Antonio Cáceres y el cantaor morisco Rubito Hijo, que, tras abrir su recital con el himno de Andalucía, explica la ilusión que le hace actuar en Sant Antoni, el pueblo donde vivió hasta los doce años.
La placa resume en unas pocas líneas la historia compartida entre los dos municipios. Como pasa con Cádiz y La Habana, Sicilia y Nueva York, Galicia y Buenos Aires, Argel y Marsella, Turquía y Berlín, China y San Francisco, La Puebla y Sant Antoni están tan unidos que podrían intercambiarse sus apellidos. El encuentro de estas culturas ha creado dos realidades nuevas y complementarias: Sa Pobla de Portmany y San Antonio de Cazalla. Para demostrar que se es habitante de ambas no hace falta enseñar ningún certificado de residencia. Algunos lugares solo pueden situarse en el mapa invisible de los sentimientos.
El futuro será S. Antoni de Tetouan de las Cazallas.
Es una realidad dicho sin ninguna acritud de ofensa, sigue la evolucion.
Si així com varen venir i varen voler es nostros sous també haguéssin volgut sa nostra cultura i llengua i hi hagués una integració real, hauria set la repera.
Sa vostra cultura també la vareu dur valtros un bon dia al 1235 i tampoc vos vareu adaptar a sa des eivissencs que hi havia aqui. Vull dir, que al final ningú s’adapta i només es dedica a acusar a s’altre d’això mateix, però sempre de fons amb un missatge de etnicisme vinculat a la propietat de la terra. L’esperit del poble, la deshumanització del individu, tot per el idealisme d’una col·lectivitat.
Mola de acort en tu
Los andaluces y demás inmigrantes se adaptaron a la isla con mucho más respecto que muchos catalufos que quieren que perdamos nuestras auténticas raíces para que hablemos una lengua que poco tiene que ver con la nuestra gramática ibicenca