Juan Antonio Torres Planells
Según los historiadores y antropólogos, las fiestas con máscaras vienen desde antiguo, cuando los griegos hacían bailes en honor del dios Dionisos para celebrar la entrada de la primavera y, con ella, el nuevo año del reverdecer y florecer de la naturaleza. Estas manifestaciones con máscaras las adoptaron los romanos cuando celebraban las fiestas al dios Baco, el del vino y la juerga, y al dios Saturno, el del tiempo y los sembrados. Con el reconocimiento del cristianismo como religión oficial del Imperio Romano, decretado por el emperador romano Teodosio el 27 de febrero del año 380, las fiestas con máscaras se fueron acomodando a esa nueva religión que imponía una estricta moral a todos los habitantes de ese imperio extendido por toda Europa, norte de África y parte de Asia. Con el tiempo, las fiestas de máscaras se asimilaron a una bacanal antes de comenzar las penitencias de la Cuaresma de la religión cristiana. Durante la Edad Media y el Renacimiento, se hicieron famosos los carnavales de Alemania y de Italia, siendo los más destacados los de Venecia, Florencia y Roma, lugares donde compartían los lujosos trajes de las clases altas con los disfraces groseros y burlones de las clases bajas, que aprovechaban para hacer críticas, burlas y protestas a sus gobernantes y autoridades. Por ello, el carnaval popular siempre se intentó perseguir por parte de aquellas autoridades que se veían afectadas por aquella manifestación popular, quizás las más antiguas de reivindicación e inconformismo.
Hace unos días que se ha acabado el Carnaval de Ibiza, cada vez menos participativo y más alejado de la antigua tradición popular de disfrazarse espontáneamente todos los días del Carnaval, pues a penas vemos disfrazados por las calles que no sean los días de la celebración de las rúas de cada localidad, cosa que no pasaba hace bien pocos años. Antes de la guerra civil de 1936-39, el Carnaval en Ibiza duraba hasta el “domingo de piñata”, que coincidía con el primer domingo de la Cuaresma, fiesta que se llevaba a cabo en locales cerrados mediante el conocido como “baile de piñata”. El primer baile de piñata que se celebró en nuestra isla fue el año 1896 en la sede del Ayuntamiento de la Ciudad de Eivissa, en Dalt Vila. Pero la primera vez que se tiene noticia de baile con máscaras “a la veneciana” en nuestra ciudad se remonta al año 1559, para celebrar la boda de Felipe II con Isabel de Francia con motivo de la paz franco-española de Chateau-Cambresis. Isidoro Macabich nos describe en su Historia de Ibiza (tomo IV, pg. 133), que “hubo bailes generales en la Torreta (plaza de la actual catedral) de mucha gente de bien y muchos disfrazados”, durante aquellas fiestas que se celebraron entre los días 10 y 12 de junio de aquel año.
Pero sin irnos tan lejos, tenemos noticias en el siglo XIX de nuestros carnavales en la ciudad de Eivissa y en los pueblos, cada uno a su manera. En la ciudad, era costumbre el jueves lardero hacer tortillas con espárragos y productos del cerdo. En el campo, según Macabich (ver cita anterior), existían las desfressades el primer y último día de Carnaval, con comparsas que iban de casa en casa con un cesto recogiendo donativos de huevos, sobrasada y tocino para hacer tortillas el último día del Carnaval, fiestas de disfraces que se repetían también durante las matanzas de los cerdos ya entrado el invierno. En la ciudad, eran típicos los llamados mariol·los que se vestían para circular por las calles en solitario o en grupo, además de los bailes de Carnaval organizados por asociaciones creadas para la ocasión. Los periodistas ibicencos siempre criticaron los mariol·los calificándolos de ordinarios y vulgares, pero siempre fue una manera sencilla de disfrazarse con ropas usadas o con alguna sábana sin tener sentido del ridículo alguno por salir así a la calle, ya que lo importante era provocar y no ser reconocido. Cuando se crearon charangas en nuestra ciudad, a finales del siglo XIX, unas de sus actuaciones más esperadas eran los pasacalles que llevaban a cabo por la Marina durante aquellos días.
Nuestros antepasados del año 1885 celebraron la fiesta de Carnaval con un gran baile en la plaza de la Constitución, baile que duró hasta la medianoche. El año 1887, ya se organizaron bailes de Carnaval en los salones de los centros recreativos de la Ciudad, mientras en la calle había poca animación, tónica que duró varios años hasta que, en 1890, una estudiantina llevó a cabo gran animación por las calles junto a las máscaras de los mariol·los (los periodistas los seguían criticando por ser groseros y provocadores, lo que daba mala imagen de ciudad culta). Aquel mismo año se celebró por primera vez el “Entierro de la sardina”, iniciada ya la Cuaresma, con su tradicional ‘sermón’. El año 1892, la música de murga y estudiantina por nuestras calles fue creciendo, animando el desfile de la gente y a los criticados mariol·los (debían ser realmente interesantes aquellos mariol·los cuando eran tan criticados por sus bromas pesadas, burlas y provocaciones). El mes de febrero del año 1893 fue cuando comenzaron a crearse sociedades de bailes de Carnaval para realizar en los salones de los centros recreativos, en algunos bares o en el salón de sesiones del Ayuntamiento de Eivissa, bailes de máscaras, como pasó en 1896 y 1897 con los bailes organizados por el Círculo Recreativo, presidido por Antonio Serra Guasch, en el ayuntamiento donde asistieron la flor y nata de la alta sociedad de aquel tiempo. Al poco tiempo, se creó una nueva sociedad de bailes de Carnaval, presidida por el comandante de Marina de aquel tiempo, que se llamó La Mascarita. A ésta, le siguieron otras sociedades temporales de bailes de Carnaval como La Nueva Mascarita, El Trébol, Therpsícore, La Favorita, La Violeta, Los Dandy, La Dalia, El Camelo, La Goyesca, La Veneciana, Petit Tango, El Kimono, Diamela, Arlequín, Flora o La Amapola, entre otras.
Sobre la celebración en la ciudad de Eivissa de la Rúa del Carnaval podemos citar algunas fechas: el año 1896 se quiso poner en marcha, por primera vez, una cabalgata o rúa, que no llegó a materializarse. El año 1912, se cita por primera vez la aparición de vehículos llenos de disfrazados en las rúas (la rúa era el recorrido de calles por donde solían pasear todos los disfrazados); el año 1919 fue el año que se organizó de manera ‘formal’ la primera rúa de la nuestra historia, rúa que tuvo lugar por el paseo de Vara de Rey el martes de Carnaval de aquel año. A partir de ese año, todos los martes de Carnaval se celebró la rúa, instaurándose, a partir del año 1920, tres premios para los mejores disfraces y vehículos. Todas estas manifestaciones se interrumpieron por la guerra civil de 1936-39 y una larga dictadura, si bien los disfrazados sin la cara tapada fueron regresando a nuestras calles poco a poco, estando prohibidos disfraces religiosos o militares. Durante la década de 1970, bares y salas de fiestas comenzaron a organizar bailes de carnaval en sus locales, y el año 1981, el alcalde de la ciudad de Eivissa, Juan Prats Bonet, aceptó la iniciativa de la familia Valverde Castell-Costa Reverter para la promoción y organización de la primera rúa de Carnaval de la actual época democrática.
De nuestro glosario popular quiero destacar los siguientes versos que dan inicio a lo que escribiré a continuación: “Carnestoltes setze voltes / i Nadal de mes en mes. / Cada dia fos diumenge / i sa Quaresma mai vengués”. La mayoría de la gente no quería las penitencias de la Cuaresma y lamentaba su llegada el Miércoles de Ceniza, al día siguiente de la finalización del jolgorio del Carnaval. A pesar de ello, los agnósticos, ateos y anticlericales hicieron, durante años, el día de inicio del tiempo penitencial de la Cuaresma católica, una comitiva de burla a las personas eclesiásticas, con una parodia de procesión por las calles de ciudad vestidos de obispo, curas, monjas y beatas en actitudes poco decorosas, manifestación conocida como “Entierro de la sardina” o “El gato”. Estas procesiones anticlericales existieron hasta que fueron prohibidas por el régimen franquista, como ya he citado anteriormente, y ya no se recuperaron nunca más, pues lo que se está haciendo ahora como ‘entierro de la sardina’ no tiene nada que ver con aquella manifestación sarcástica y anticlerical que he citado.
Iniciada la Cuaresma, todas las imágenes de las iglesias y las cruces eran cubiertas con telas moradas, siguiendo las directrices de la liturgia tridentina, rito que duró hasta los cambios litúrgicos del Concilio Vaticano II. El cubrir las imágenes era para no dejar ver la ‘Iglesia triunfante’ o del cielo, pues esta Iglesia, la gloriosa, se iniciaba litúrgicamente con la fiesta de la Resurrección de Jesucristo, como final de la Cuaresma penitencial y de la Semana Santa.
En mi infancia, los adolescentes y jóvenes que estábamos estudiando el bachillerato nos hacían asistir el Miércoles de Ceniza a la iglesia de Santo Domingo para recibir las cenizas en nuestras cabezas dentro del ritual de la misa que iniciaba aquel tiempo penitencial. Aún recuerdo la reverencia con que recibíamos en nuestras cabezas las cenizas bendecidas de manos del sacerdote y que procurábamos que no se nos cayeran durante todo el día, cosa imposible pues los juegos y las collejas lo hacían inviable, con lo que la ‘santidad’ de aquel día desaparecía rápidamente.
La Cuaresma (cuarenta días de penitencia antes de la Semana Santa) formaba parte de la práctica religiosa de la mayoría de la población. Durante aquellos cuarenta días había que hacer sacrificios físicos y anímicos, además de cumplir con la práctica de la confesión. Los más fervientes seguidores de la Cuaresma, sobretodo los religiosos, solían castigar su cuerpo con cilicios y latigazos. Era época de ayunos y abstinencias de comer carne los viernes, cosa que cumplía la mayoría de las familias con escrupulosidad. Sin embargo, existían las llamadas ‘bulas’ mediante las cuales se conseguían permisos excepcionales para no hacer abstinencias de comer carne a cambio de un donativo estipulado, según la clase de bula que se compraba. Durante aquellos cuarenta días, la comida estrella en las mesas de las casas era el pescado, especialmente los pescados más modestos asequibles al bolsillo de la gente trabajadora; También eran muy usadas las verduras en las comidas, evitando así la ingesta de carne, que por lo demás no era muy habitual en las mesas por su precio.
En las iglesias los sermones sobre la vida en pecado y el sufrimiento del infierno eterno tras la muerte eran los temas centrales de aquellos días. También se aprovechaban esos días de la Cuaresma para llevar a cabo ejercicios espirituales para jóvenes y adultos para procurar que las personas siguieran el recto camino. Los adolescentes y jóvenes que asistíamos a los sermones impartidos por religiosos venidos de fuera de la isla y que organizaban los sacerdotes encargados de nuestra educación religiosa en el instituto de bachillerato, juntamente con la dirección del centro, escuchábamos con seriedad y temor las condenas a fuego eterno que tendríamos si no cumplíamos la ley de Dios. Frases como “¡De qué sirve ganar el mundo si pierdes tu alma!”, o “Has de morir, y en la hora que menos pienses. Tanto si lo piensas como si no lo piensas; tanto si lo crees como si no lo crees, morirás y serás juzgado, y te salvarás o te condenarás, según el bien o el mal que hayas obrado: y de eso no te escaparás, por más que digas o hagas”. Estos eran algunos de los argumentos que formaban parte de aquellos sermones que se hacían desde los púlpitos de las iglesias, con gran voz y gesticulación de orador sacro.
A finales de la década de 1950 y principio de la década de 1960, fue habitual participar en ejercicios espirituales para jóvenes o cursillos de cristiandad para adultos en el Centro de Espiritualidad de Es Cubells, dependiente del Obispado y regentado por las hermanas carmelitas misioneras del Padre Palau, ejercicios y cursillos impartidos por sacerdotes ibicencos como Juan Riera Bonet, Bartolomé Roselló Colomar o Antonio Torres Torres. Durante aquellos días, separados de las familias y de los quehaceres habituales, en un lugar tranquilo como Es Cubells, se podía meditar, rezar y también pasear por el bosque y entrar en nuestra intimidad. Algunos encontraron un camino de mayor espiritualidad y otros quedaron como llegaron. Al regresar a nuestras vidas habituales, nos encontrábamos que las iglesias seguían con sus liturgias penitenciales, procesiones del viacrucis en su interior por las tardes, después del rezo del rosario, con cantos de penitencia pidiendo perdón a Dios por nuestras faltas.
Fuera lo que fuera, la larga Cuaresma nos marcaba el ritmo durante todo el día, sobre todo a la hora de comer y a la hora de la diversión. La música estaba completamente controlada y cualquier manifestación festiva estaba restringida a la intimidad. Ahora, aquellas costumbres de la Cuaresma han desaparecido casi por completo y se practica de forma más de privada.