@Laura F. Arambarri/ Andrés Marí Fombellida, nacido en Cuba de padre ibicenco, nunca ha perdido de vista sus raíces mediterráneas. Tanto es así que su novela El soroll de las abejas, compleja en la temática y rica en géneros narrativos, tiene a Ibiza como uno de sus ejes principales.
Dramaturgo, director y actor teatral, Marí Fombellida formó parte de la principal compañía de teatro profesional de Cuba, el Grupo Teatro-Estudio. En el año 2000, ya establecido en Barcelona, creó la Fundació Vivint, y, dentro de ella, el Teatre de Paper i Cartró, en el que trabajó con discapacitados mentales. Su compromiso social también queda patente en su trabajo con l’Agenda Llatinoamericana. Siempre que tiene oportunidad visita la isla para encontrarse con su familia de la Cala de San Vicent o con su buena amiga Merche Chapí, con la que ha colaborado en varios montajes teatrales.
Por cierto, no hay error en el título. Está escrito en catalán y en castellano. Marí Fombellida desvela a Noudiari sus razones.
El soroll de las abejas transcurre en La Habana, Bogotá, Salamanca, Madrid, Managua… y también en Ibiza ¿De qué manera está presente en el libro la isla?
Sin Ibiza no habría novela. Ibiza es la columna en que se vertebra y se fundamenta la esencia de todo lo que sucede. En la perspectiva paisajista están presentes los almendros en flor, la Cala de San Vicente, el desenfreno de las discotecas, las Murallas, Dalt Vila, y también otra Ibiza que pugna en las alas de la creatividad.
Ha autoeditado la novela pero creo que busca editorial…
Efectivamente. Mi autoedición es mínima, casi por completo para los amigos, porque todos, de alguna manera y sin ser ellos, están en la novela. Quise recompensarlos con el regalo de haberlos conocido. También lo he hecho para promocionarla con una aceptable presentación. Busco una editorial que desee correr el riesgo que yo he corrido con un gasto inconcebible para mí —y lo he hecho—, pero mis posibilidades de divulgarla son muy escasas, casi nulas. ¡Y quiero que se lea, que se discuta! Es casi mi ofrenda a todas las luchas en que me he implicado y mi enorme pasión por los seres humanos. Solo publico cada 10 años, ya voy para 72 y no creo llegar al 2029.
¿Entonces esta no es su primera novela?
He escrito tres más. La primera, Diarios de Angola, es fruto de mi estancia en ese país en 1984, casi al final de la guerra por su independencia, y en la que participamos miles de cubanos. La segunda, Be quiet, malditos, es la consecuencia de mi estancia en 1999 con los turistas ingleses en hoteles y discotecas de Ibiza. La tercera, Memorias ibicencas, es un mosaico de imaginaciones con mi padre y nuestra familia ibicenca. Pero, como ficciones al fin, también son observaciones y las tres permanecen inéditas y guardadas hasta que pueda encontrarles su razón para existir.
Usted nació y creció en Cuba y actualmente vive en Cataluña, ¿cómo observa la realidad cubana actual desde la distancia?
¡Muy viva! Como todo proceso auténticamente revolucionario en su radicalidad vivencial: con sus aciertos y errores, pero sobre todo con sus certezas de que nada en este mundo podrá conseguirse sin una cuota de heroísmo y de martirio por su resistencia a no ceder ante los obstáculos que la historia le impone. Más cuando el mundo entero está tan necesitado de cambios tan profundos y ha de enfrentarse a un sistema político, económico y social que, aun en su enorme poder de atracción devastadora, lleva en sí mismo su debilidad y su derrota.
Busco una editorial que desee correr el riesgo que yo he corrido con un gasto inconcebible para mí.
Entiendo que es hijo de cubana y de ibicenco. ¿De qué manera vivió la cultura ibicenca en su infancia?
Oyendo hablar la divertida ‘jerigonza’ de la lengua catalana que me acercaba mucho a mi padre y a mi abuelo materno. Comiendo los pasteles de queso, los flaons, que me hacía mi padre, que era un bello cocinero. Y mirando las viejas fotografías de mis tíos que papá me enseñaba y me explicaba con cartas y fotos de sus hermanos: “Este es mi hermano Jaime; este otro, el Antonio; esta es la María, y este es el Juan, que lo fusilaron en las murallas de Vila porque era ‘rojo’, y esta es la casa de tus abuelos, que fueron, los dos, excelentes labradores”. También un pañuelo que le dio su novia al partir hacia América para ayudar a la familia pobre. Y así, sus recuerdos los hice míos y, con el tiempo, todas aquellas observaciones crecieron en mi imaginación de forma que siempre que viajo a la isla me pregunto el por qué yo no vivo en San Vicente y acompaño a mi padre en su regreso siempre deseado a la isla.
¿Considera que su vida está marcada de algún modo por dos islas: Cuba, donde nació y creció, e Ibiza, de donde procede su familia?
Totalmente. ¡Y muy a gusto! Pero también me marcan muchos otros sitios del mundo.
Creo que visitó Ibiza por primera vez en 1985 ¿Cómo recuerda su primer viaje a la isla?
Una fiesta de una noche y su madrugada con casi toda la familia esperándome en el aeropuerto y recorriendo distintas partes de la isla, pues aún vivían dos de los hermanos de mi padre, que también vivía y me esperaba en La Habana. Comí botifarres con Jaime, que me regaló la vieja llave de la casa; el Antonio, que me dio dos botellas de hierbas ibicencas; y la Eulalia, que me obsequió con una pareja pequeña de muñecos vestidos con las ropas y los adornos tradicionales. A mi regreso a Cuba, papá y yo nos hicimos una foto, que aún conservo, con aquellos regalos, y en sus lágrimas terminó la fiesta.
Ha viajado a la isla en varias ocasiones, sobre todo movido por su pasión por el teatro. Incluso montó un espectáculo dedicado a Ibiza: Cantata de San Vicente Ferrer. ¿El teatro ha sido ‘otro’ vínculo que le ha hecho regresar a Ibiza?
Fue el teatro el que me posibilitó el primer vínculo, ya que la primera vez llegué casi escapado del Festival Internacional de Teatro de Sitges. Regresé en 1991 y en 1993, gracias a Merche Chapí, para representar mi obra El Italiano, con toda mi familia en primera fila en el Claustro del Ayuntamiento de Ibiza. Conservo el vídeo que me hizo Miquel Ramon, en el que puedo ver al tío Antonio, a la Eulalia de Can Basó, a sus hijos, y a mis primos hermanos, la Maria de Santa Eulalia, la Maria de Cas Yay, la otra Maria de San Antonio, y a todos, allí, tan cerca, que otra vez terminé llorando. Pero papá ya no estaba para que los viera a mi regreso a Cuba. En fin, pude hacerle un homenaje con esa obra que comenta en el Teatro de la Parroquia de San Vicente y de la que fui autor, director y uno de sus intérpretes. Se la dediqué a mi padre, a toda mi familia ibicenca, al cura de la Cala que me proporcionó el espacio escénico y fue una cantata a mi amor por Ibiza.
Entonces su familia procede íntegramente de La Cala ¿Todavía conserva parientes en la isla?
Sí, de San Vicente, allí comenzó todo. Y todavía allí hay algunos familiares: mi prima hermana Maria, con la que recogí espárragos por sus tierras, pero también tengo otros primos y sus descendencias repartidos por toda la isla y que disfruto mucho cuando vuelvo a verlos. Y amigos, muchos amigos. Todos muy queridos. Y también tengo a las piedras de las Murallas. Allí acudía todas las tardes de muchos inviernos que pasé en la isla a escribir versos y otras fantasmagorías…
Fue el teatro el que me posibilitó el primer vínculo con Ibiza.
Lo primero que llama la atención de su libro es su título, El soroll de las abejas, que combina catalán y castellano. ¿Por qué ha tomado esta particular decisión?
Una de las historias principales de la novela, es ‘el encuentro de los amigos de Ariel’, que en su mayoría son cubanos y catalanes, así que creí que tanto en el título como en el texto habría de estar esa mezcla idiomática. Y no es el brunzit, como sinónimo del ‘zumbido’ castellano, porque es más bien el ‘ruido’, el de todo que lo produce cuando se confrontan diversas contradicciones. Hay un personaje catalán que lo rectifica así: ‘És el soroll del teu cor…’, y está bien, pero para mí son todos los ruidos que angustian a situaciones y personajes.
El libro está escrito en castellano, catalán y en variantes latinoamericanas del español. ¿Hay una intención, tal vez conciliadora, en ello?
Yo diría mejor ‘mezcla’ e incitación al conocimiento de cómo empleamos, según los particulares contextos, los descubrimientos de la realidad también muy específicos, de cada pueblo. Pero en la novela en sí existe un acuerdo para emplear solo la lengua castellana, aunque esto es violado de vez en cuando. No obstante, la inmensa mayoría del texto está escrito en español y en su variante cubana fundamentalmente.
La novela está inspirada en un viaje que hizo con l’Agenda Llatinoamericana de Catalunya en el año 2011 y sobre el que realizó varios informes. Un viaje que podría haber dado como resultado un ensayo sociopolítico de la región, pero que ha acabado siendo una novela. ¿Qué le ha llevado a la ficción en este caso?
Entendí que para un ensayo sociopolítico, mis informes eran absolutamente insuficientes y que, su mejor marco, aunque algo de aquellos estaría, sería una novela repleta de las más tortuosas ficciones y quizás, al mezclarlo todo en el libro, podría apreciarse con mayor interés la estrecha relación entre lo sociológico y lo político como forma de entender lo tortuoso del mundo en que vivimos.
La inmensa mayoría del texto está escrito en español y en su variante cubana fundamentalmente.
Su libro mezcla géneros: teatro y novela. ¿Se refleja aquí su larga trayectoria como actor teatral y dramaturgo?
Creo que la palabra ‘mezcla’ es la gran palabra de hoy día en todo. Este libro es teatro, es narrativa, es un guión de cine, es un poema épico, es un juego mágico con el tiempo y los sucesos, es un coro, es un viaje, es un laberinto por la frialdad del pensamiento, y es también todas las luchas en que nos implicamos. Pero el teatro, como constante e intenso diálogo es el género dominante, ya que todos los personajes, sus conciencias y sus dobles son actores que actúan siempre. Y es así por mi preferencia por el diálogo como expresión artística, comunicacional y de supervivencia para toda existencia.
¿Su trayectoria como actor, autor y director teatral durante más de 50 años ha influido en este criterio?
Desde luego. Comencé muy joven, como aficionado, con una versión que escribí, dirigí y protagonicé a partir de la narrativa del escritor chino Lu-Sin. Luego vino mi entrada en la Escuela Nacional de Arte Dramático de Cuba, donde también hice las tres cosas varias veces. Recuerdo especialmente la adaptación, dirección e interpretación de la novela Manhattan Transfer del escritor norteamericano John Dos Passos. En aquella Escuela se fortaleció la mezcla y resultaba paradisíaco desplazarte por el gran campo donde estaban en construcción las hermosísimas Escuelas de Arte y, súbitamente, escuchar a alguien ensayando con un fagot y más adelante ver a dos bailarinas de ballet con actores posando para un esbozo de pintura o escultura. Para mí fue la mejor imagen de la Revolución Cubana en su objetivo de hacer de la realidad cubana una sociedad más noble y hermosa. Más tarde, al graduarme, formé parte de la principal compañía de teatro profesional del país, el ‘Grupo Teatro-Estudio’. Allí trabajé durante 30 años en diversas obras del teatro universal y también allí hice las tres cosas, sobre todo en 1989, cuando estrené El Italiano, y con la que obtuve numerosos premios en Cuba y en otros países, ya que con ella recorrí una buena parte del mundo representando a Cuba.
¿Cuándo se estableció en Barcelona?
En el 2000 vine a Barcelona con mi esposa y nuestra hija, y cree la Fundació Vivint, y dentro de ella el ‘Teatre de Paper i Cartró’, con discapacitados mentales, algo que duró más de 10 años y es, quizás, la fase más bella con que culminé mi carrera como teatrista. Me jubilé en el 2014 y ahora participo del proyecto de l’Agenda Llatinoamericana de Catalunya, del Consell de Solidaritat de Calella y escribo, escribo mucho, igual artículos de opinión para diversos medios de prensa como esta novela.
En mis obras de ficción, incluso hasta en un poema como los escritos en el cuaderno ‘Viviendo’, escribo lo que observo defendiéndolo al máximo.
La novela aborda temas muy complejos como las luchas entre los sistemas políticos, económicos y sociales en la historia, la realidad interna de las ONGs… ¿Diría que es o que busca ser una novela con mensaje?
No creo en ninguna existencia que no lleve una comunicación. Aunque si cedo al término al uso, diría que no es una obra tendenciosa como si lo pueden ser mis ensayos o artículos de opinión. En mis obras de ficción, incluso hasta en un poema como los escritos en el cuaderno ‘Viviendo’, escribo lo que observo defendiéndolo al máximo, pues ese no soy yo, sino mi observación, y quizás se deba a mi tradición actoral en que el actor cuida y defiende a su personaje hasta las últimas consecuencias, pues ha de encarnarlo. Ello no lo entiendo como una equidistancia o una condescendencia, sino como el valor que le doy a la ficción: ser el espejo del otro, de los otros, para mí y para el lector. Creo que la grandeza del ser humano está en la aceptación de que todos somos uno, doble y único, pero siempre juntos, completamente mezclados maravillosamente y sin fronteras. Así se dan la conocida confrontación entre el capitalismo y el comunismo y muchas otras razones que nos empujan a hacer cosas para ser felices, y concretamente en este libro valdrán la pena si lo conseguimos todos. Porque nada del mundo está fuera de toda existencia, ni siquiera la más insignificante. A veces es muy difícil entenderlo, pero estamos delante de todo. Y las ONGs, como organizaciones humanas “independientes de los poderes establecidos” también juegan su papel solitario, doble y unido.