@Laura F. Arambarri/ Según el experto en psicología social Philip Zimbardo, los tímidos nos dividimos en dos clases: los tímidos privados y los tímidos públicos. Los primeros no logran superar su timidez para interactuar con los demás, mientras que los segundos, entre los que me incluyo, somos capaces de adaptarnos y controlar la ansiedad que nos provoca exponernos a ciertos aspectos de la vida social. Pero esta lucha por controlarnos tiene un precio. A veces tenemos que compensar el esfuerzo de ser sociales con largos periodos de reclusión voluntaria y, otras veces, pasa algo muy extraño: queremos superar nuestra timidez con tanto ahínco que nos pasamos de rosca.
Los catequistas nos habían preparado un montón de juegos para pasar el día: pescamos manzanas de barreños con los dientes y mojamos churros en chocolate para intentar meterlos en la boca del compañero con los ojos vendados, una práctica que vista con los ojos de hoy no deja de parecerme un rollo Cincuenta sombras de Grey con una sombra pedófila de lo más inquietante.
Por entonces yo tenía nueve años, un bolsito de Tarta de Fresa y unos zapatos blancos de tacón estilo Suri Cruise.
Pero lo bueno de verdad, lo que todos esperábamos era el concurso de canto: un proto-talentshow musical en el que había premios y, lo mejor, un público benévolo y endrogado de chuches radiactivas de los 80.
La presentadora del talent, una catecista simpática y entusiasta, nos llevó a un claro e hizo que nos sentásemos en el césped a su alrededor.
Poco a poco fueron saliendo al centro del círculo los concursantes. Quedó claro, casi desde el principio, que iban a ganar las de 8º de EGB, con una canción de Mecano que ya no recuerdo cuál era, pero seguro que no era Mujer contra mujer.
Yo quería salir, pero me resultaba imposible. A pesar de mis ganas de cantar, seguía con el culo pegado a la tierra. Mi timidez echaba raíces a través de los isquiones, que se enredaban con las de los castaños y los eucaliptos y me mantenían clavada al suelo. Miraba a otras niñas cantar y yo quería ser una de ellas, pero me resultaba imposible.
Mi timidez echaba raíces a través de los isquiones, que se enredaban con las de los castaños y los eucaliptos y me mantenían clavada al suelo.
No sé cómo, en el último momento, cuando el concurso estaba ya terminando, mi cabeza tiró de mi cuerpo, me arranqué de raíz, me levanté y dije:
—Quiero cantar.
La catecista me acercó el megáfono.
“Yo tengo un gozo en el alma, ¡grande! Gozo en el alma, ¡grande! Gozo en el alma y en mi ser. Aleluya, gloria a Dios. Es como un río de agua viva, río de agua viva, río de agua viva en mi ser…”
La canción tiene un ritmo entre marcial y tabernero que se ganó las simpatías del público. Pronto me acompañaban a los coros y daban palmas. Y yo, claro, me vine arriba como un borracho en un karaoke cantando güi ar de chempions mai fren a las cinco de la mañana. Acabé sudada y colorada pero con la satisfacción haber vencido mi introversión, de haberme vencido a mí misma.
No pude superar a las de Mecano pero gané el segundo premio: una muñeca que movía la cabeza afirmativamente cuando le apretabas el estómago. Toda una alegoría del mercado laboral millennial.
Pero el verdadero premio para mí fue otro.
Descubrí a la locaza que habita en mí bajo mis capas de timidez. La misma a la que recuerdo corriendo con un mazo de troglodita por el plató del concurso Rompecabezotas, que presentaba Juanma López Iturriaga en la ETB, o cayendo con las enaguas al aire por la trampilla de Ahora Caigo de Antena 3 vestida de María Antonieta de Francia.
Y es que de la timidez también se sale, aunque sea a ratos.
Buen artículo. Moraleja: no dejes que la timidez te impida pasártelo bien.
yo también soy una tímida pública…así nos va