Oti Corona/ Cuando hace unos días cuatro mujeres en pleno ataque de euforia se subieron a un escenario para defender las bondades del alquiler de vientres pensé, ilusa de mí, que por fin iba escuchar los argumentos de esas valientes altruistas que están dispuestas a parir para dar a su hijo a unos desconocidos. Fue ese motivo y no otro el que me obligó a tragarme casi una hora de arengas sobre la libertad según Inés Arrimadas, Patricia Reyes, Melisa Rodríguez y Rocío Ruiz. Esperé hasta el final a ver cuál de ellas hacía uso de esa libertad y se ofrecía para quedarse embarazada con el semen de un desconocido, gestar y parir un hijo para regalárselo, pero no: ninguna de ellas se ofrece para alquilar su vientre.
Reconozco que hoy me está costando mucho escribir esta columna. Quiero exponer todos mis argumentos en contra de la Proposición de ley sobre la gestación subrogada con la que de nuevo embiste la panda de Rivera y me resulta imposible: no acabo nunca. En cambio, me resulta muy fácil resumir su propuesta en dos palabras: basura misógina.
Esperé hasta el final a ver cuál de ellas hacía uso de esa libertad y se ofrecía para quedarse embarazada con el semen de un desconocido, gestar y parir un hijo para regalárselo, pero no.
Podría hablar de cómo prostituyen los términos “libertad”, “progreso”, “igualdad” o “altruismo” pero como ya digo, esta columna sería entonces infinita. Me limitaré a explicar qué supondría para las mujeres la definición de “gestación por sustitución” que aparece en el artículo 3 de la citada propuesta: es la gestación que se lleva a cabo cuando una mujer acepta donar su capacidad de gestar mediante cualquiera de las técnicas de reproducción asistida contempladas por la ley y dar a luz al hijo o hijos de otra persona o personas, los progenitores subrogantes. Lo voy a repetir por si a alguien no se le han puesto los pelos de punta: “dar a luz al hijo o hijos de otra persona”. Nos quitan el “mater semper certa est”, esto es, la filiación de los hijos que hemos alimentado con nuestra sangre, a los que hemos acunado en nuestros vientres, los que nos han molido a patadas en nuestras noches de insomnio, los hijos por los que hemos soportado náuseas, mareos, calambres y almorranas.
Los menos avispados estarán pensando que bueno, que no es para tanto, que si una mujer libremente quiere firmar un contrato que la despoje de sus derechos más básicos es asunto suyo. Los menos avispados, pues, dejen de leer en este punto. Continuemos todos los demás. Una ley que nos despoja del derecho a la filiación porque el material genético que portamos no es nuestro (o no es sólo nuestro) es una ley que arrea una patada a todos los avances que las mujeres hemos conseguido en materia reproductiva, empezando por el “nosotras parimos, nosotras decidimos”. El hombre que haya aportado el esperma –ya sea la pareja de la embarazada, el firmante del contrato o un violador –se convierte de facto en dueño del bebé que la mujer está gestando.
Nos quitan el “mater semper certa est”, esto es, la filiación de los hijos que hemos alimentado con nuestra sangre, a los que hemos acunado en nuestros vientres.
Cuando las señoras de Ciudadanos se suben exultantes a un escenario y nos intentan vender las bondades del alquiler de vientres, están proponiendo un modelo de reproducción en el que la mujer embarazada deja de ser un sujeto de derecho para convertirse en un recipiente y eso afecta no sólo a las mujeres que, por necesidades económicas, tengan que prestarse a esta actividad. Si se anula la filiación por parto volvemos a las épocas pasadas en las que las mujeres no teníamos derechos sobre nuestros hijos, y eso nos afecta a todas.