@LauraFArambarri / Suelo guardar recortes de prensa de mujeres que me interesan. Los últimos son una entrevista a la filósofa Amelia Valcárcel, otra a la escritora Cristina Morales y un reportaje sobre Las indomables de la favela de Menino Chorão.
Estos días —en los que en Ibiza hemos estado arrebatados con la locura del fútbol— me he acordado de un artículo que guardé hace meses: Sandra Pérez, centrocampista del Málaga C. F., ha tenido que dejar el fútbol por una acumulación de lesiones que han dejado a sus rodillas llenas de cicatrices y a ella sin posibilidad de seguir una carrera profesional en el fútbol de élite.
Nunca habría leído el artículo (a menudo salto con pértiga sobre la sección de deportes) si no hubiese sido por la fotografía que ilustra el tema: las rodillas de Sandra.
Desde que tengo una cicatriz vertical de 19 centímetros en el estómago me fijo en todas las cicatrices que se ponen a tiro.
Desde que tengo una cicatriz vertical de 19 centímetros en el estómago me fijo en todas las cicatrices que se ponen a tiro. Es el efecto llamada de las cosas que nos preocupan o interesan: si buscas un embarazo, solo ves bebés; si quieres comprarte un coche ya solo existe la marca que has elegido. Durante meses me he fijado en todas las cicatrices visibles que se han puesto a tiro.
Las cicatrices de Sandra, por rotura de ligamentos y rotura de menisco, son tremendas. Tiene las rodillas hechas un siete. Por eso, lo que me impulsó a leer y a guardar el artículo fue un detalle en esa fotografía de sus rodillas: se ha tatuado la más grande de las cicatrices, pero no para ocultarla sino para que se vea bien. La ha convertido en una cremallera. Con su tirador en la parte superior y su tope en la inferior. Se ha reído de la cicatriz que le ha causado tanto dolor físico y emocional. Mis dieses, Sandra.
Sandra, a sus 23 años, es una maestra para mí, que tengo edad para ser su madre.
Sandra, a sus 23 años, es una maestra para mí, que tengo edad para ser su madre. La imagen de su rodilla con la cremallera la tengo presente y es mi religión. Gracias a Sandra ya no me retuerzo para que nadie vea mi cicatriz cuando me cambio en el vestuario de las piscinas des Raspallar. Me visto y desvisto erguida, con normalidad. Soy consciente de que una cicatriz de 19 centímetros en mitad de una tripa es llamativa. A veces noto que me miran. Pero ya me da igual porque es normal que me miren por curiosidad.
Yo misma he mirado con curiosidad cicatrices de cesáreas, de cirugías de apéndices, de intervenciones en vértebras, de mastectomías, de accidentes de moto, de cejas partidas por caídas en la infancia. Y lo más extraño del caso es que las cicatrices de los demás me encantan. Dan a un cuerpo un relieve superior, lo ultrahumanizan, a mi modo de ver. Pero claro, la mía…
¿Me atreveré a ponerme un bikini este verano? Eso lo veo más complicado. Una cosa es la intimidad femenina del gineceo del vestuario, en el que las mujeres nos sentimos arropadas por los cuerpos reales de todas las demás, y otra muy distinta es ses Salines en agosto.
¿Qué haría Sandra Pérez? Pues deja de dudar, anda.