@LauraFArambarri / La librería Sa Cultural de Ibiza (c/ Abad y Lasierra, 11) acoge este viernes 21 de febrero a las 19.30 horas la presentación de Madre alemana, padre mallorquín (Editorial Sloper), el debut literario de Sabina Pons (Colonia, 1967) que, como reza el título, es hija de alemana y mallorquín. No estamos ante un libro localista: cualquier isleño reconocerá en él el relato de una infancia en una isla en plena transición.
Retrato sincero, entrañable y por momentos hilarante de una sociedad en pleno boom turístico, Madre alemana, padre mallorquín, airea las luces y las sombras de una familia disfuncional. ¿Pero qué familia no lo es?, se pregunta la autora.
Sabina Pons ha trabajado y ha colaborado con varios medios de Baleares como El Mundo, IB3, Diario de Mallorca… Es más, algunas de las historias que aparecen en el libro fueron publicadas por separado en el semanario Mallorca Zeitung, la versión en alemán del Diario de Mallorca.
-¿La familia es un tema literario inagotable?
-No hay otro. Tengo un psicólogo que siempre dice que no hay nada más disfuncional que la familia. Y es verdad, todas las grandes novelas que me han emocionado giran en torno a la familia. Para mí es uno de los grandes temas: el amor, la muerte y la familia.
-Como el famoso arranque de una gran novela sobre las familias, Anna Kanerina de León Tolstói: Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada. ¿La suya es una familia feliz o infeliz?
-Yo fui una niña feliz en una familia infeliz. Porque, como cuento en el libro, yo percibía muy bien lo que me rodeaba. Era una familia gritona y discutidora, en la que todo el mundo se llevaba mal, pero, eso sí, había una raíz de amor. Un amor que viene, sobre todo, de mi madre y de mis abuelos paternos, que son a los que dedico el libro, y que hacía que todo eso, todo lo malo, fuera como espuma en la superficie.
Realmente, abajo, en las profundidades, el mar estaba en calma. Porque yo notaba ese amor inmutable y brutal de mis abuelos y de mi madre. Y supongo que de mi padre también, pero él tenía veinte mil cosas en la cabeza y no estaba para amores. Es una familia en la que no hemos sabido gestionar las emociones. Yo la primera. Somos personas viscerales y nadie se ha parado a pensar un poco en cómo aspirar a un bienestar sostenido en el tiempo. Todo ha ido a golpe de emoción. Mi dinero me ha costado llegar hasta aquí con un poco de salud mental. También es verdad que eran otros tiempos y que la gente tampoco se paraba a pensar si era o no era feliz.
-Uno de los momentos que me han gustado más del libro es cuando su padre y su abuelo se «reencuentran» tras años sin dirigirse la palabra por una vieja rencilla [entre otras cosas, el abuelo derribó la ciudad de vacaciones Bonaire, que regentaba su padre].
-Mi padre era todavía más visceral que yo, todavía más drama king que yo. Un personaje shakesperiano. Fue rumiando en silencio durante años su rencor hacia su padrastro y, cuando mi abuela murió y mi abuelo se acercó a su hijastro, mi padre aprovechó para vomitárselo todo. Cada día, sin descanso, le contaba lo mismo: porque tú me hiciste, porque tú tal y tal y mi abuelo, con tal de tener compañía, asentía en silencio. No sé. Aquello era una mezcla de un guion de una película de neorrealismo italiano de Anna Magnani y Marcelo Mastroianni con un toque de humor mallorquín.
-Es bonito ver que, frente a ese rencor que le tenía su padre a su abuelo, usted lo adoraba.
-Creo que todas las familias son así. La mirada de un niño se detiene en unas zonas de luz que los adultos no pueden ver. Es como si ellos fueran ciegos a la luz de esa persona. En cambio, los niños la detectan. Yo veía la luz de mi abuelo que, por lo visto, era un personaje bastante execrable. En fin, no hay día de mi vida en que no lo añore.
-Renate, su madre, es la gran protagonista del libro, todo un carácter, todo un personaje. ¿Cómo ha vivido ella eso de convertirse en un personaje literario?
-Al principio mal. No le gustó. Mi madre es muy del qué dirán. A mi madre le gustaría que, de puertas para afuera, todos fuésemos los Karenin: un matrimonio perfecto con hijos perfectos… El que yo sacara a la luz según qué miserias, como que en mi casa se hablaba a gritos todo el día, no le gustó nada. Así que yo le pasé el libro totalmente censurado, como si hubiese pasado por la censura franquista antes de llegar a sus manos [ríe] y le pareció muy bien todo. Claro, después ya descubrió lo que era de verdad el libro. También esto la pilla mayor, tiene 84 años; que se vaya acostumbrando a que en las bambalinas de la vida pasan cosas.
-En libro refleja muy bien esos momentos de complicidad entre madre e hija, especialmente en Copacabana, uno de los capítulos más divertidos del libro.
-Mi madre y yo teníamos un vínculo que nos unía mucho, que era el amor por derrochar dinero. Creábamos un frente común que contrastaba con el carácter mallorquín, y yo creo que balear, de mi padre, que es el de personas sobrias a las que no les gusta gastar. Mi madre y yo tenemos un agujero en la mano y eso nos unía mucho. Nos ha unido contra un padre austero, aunque era austero para los demás, no para él mismo.
–Lo cierto es que el personaje de su padre nos habla de un tipo de macho que hoy en día se ve menos o eso parece. El que se va de viaje a Brasil y deja tirada a la familia o da besos en la boca a las candidatas a Miss Bonaire (el hotel que dirigía).
-Se han extinguido… Pero bajo toda esta historia late un tema importante, que es la imposibilidad de mi madre de divorciarse. Porque la custodia entonces no se la daban a la madre. Se tendría que haber ido a Alemania y yo me hubiera quedado con mi padre. Mi madre, al trasladarse a vivir a Mallorca desde Alemania, entró en un mundo en el que una mujer no tenía cuenta en el banco, no podía divorciarse… En cierto modo ella era prisionera en una sociedad en la que era extraña y ella se rebelaba a su manera: gritando, montando pollos o gastando dinero cuando podía.
-Hay muchas escenas del libro que escandalizan por el machismo que desprenden, al menos en eso hemos avanzado. Cosas que antes pasaban desapercibidas y hoy ya no.
-De todas maneras, yo todavía lo veo en las familias mallorquinas. En el núcleo duro de las familias sigo viendo que sigue existiendo el pater familias y la que sirve en casa sigue siendo la mujer.
–En una entrevista a una mallorquina no se puede dejar de mencionar la desconexión que hay entre Ibiza y Mallorca. Pero leyendo el libro se aprecia, en verdad, una realidad muy similar, una historia que podría titularse Padre ibicenco, madre británica o Padre alemán, madre ibicenca.
-Yo no creo que sea un libro localista. Leo con agrado las historias de la infancia en Los Ángeles o Nuevo México de Lucia Berlin. No tengo una sensación de extrañamiento cuando leo sobre la infancia de Paul Auster en Brooklyn. Si una historia está mínimamente bien contada, enseguida entras en el pequeño universo que te cuenta y navegas igual de bien en Burundi que en Llucmajor. Con todos menos con Faulkner, que con él no hay manera, yo no consigo entrar en su rollo [ríe].
-No iba yo tanto por ese lado sino por el rechazo hacia lo mallorquín. La idea de que Mallorca se lleva el pastel, de que mira a Ibiza con altivez.
-Los ibicencos me caen estupendamente, son los baleares con los que más conecto y conecto más con un ibicenco que con un tío de Munich, ya te lo digo. Veo en los ibicencos un aspecto fatalista con un toque hippy; una cierta anarquía y una cierta tranquilidad que me encantan.
–Hay en su libro un poco de nostalgia por unas islas que ya no son lo que eran cuando era niña: la naturaleza virgen, esa la infancia asalvajada…
-Yo he vivido un duelo con la isla. Sobre todo cuando llega el verano. Siento un duelo por la isla que conocí, por las playas, por los sitios donde iba a nadar, los cangrejos, las estrellas de mar, las anémonas, todo un mundo submarino y silvestre que hemos perdido totalmente y es irrecuperable. Ahí sí que me entra la tristeza. En verano, al final, me acabo refugiando.
Siempre hemos vivido del turismo, ahora malvivimos del turismo. Yo no soy turismofóbica. El turismo me encanta, pero ahora estamos en algo descontrolado, absurdo, insostenible.
Y tampoco puedes decir según qué, porque te salen con el mantra de que vivimos del turismo, como si en Baleares no hubiésemos vivido del turismo desde los años 50. Siempre hemos vivido del turismo, ahora malvivimos del turismo. Yo no soy turismofóbica. El turismo me encanta, pero ahora estamos en algo descontrolado, absurdo, insostenible. No tiene sentido. Hay que pensar, de todos modos, en que es un infierno para muchos de nosotros pero también hay que saber que mucha gente se ha hecho multimillonaria con esto. No es una carrera de un pollo sin cabeza que no sabe a dónde va ni mucho menos. Hay gente que tiene muy claro a dónde va; a forrarse a costa de todo. Soy una convencida de que en todas las empresas, desde la más pequeña, tiene que haber una cierta ética que te guíe. Y he dejado de verla. Pero cada vez que abro la boca sobre este tema pierdo diez lectores…
–¿Imprime un cierto carácter especial el hecho de ser hijo de padres de diferentes nacionalidades? Personalmente creo que es muy enriquecedor tener en casa dos culturas…
-Lo ves más tarde. De niña me molestaba muchísimo. Yo quería ser de un sitio. No me gustaba nada esa inestabilidad de no ser ni de un sitio ni del otro. Un niño quiere seguridad, firmeza, un ancla, raíces, y yo no sentía eso. Yo quería ser española. El niño es muy dicotómico. Por eso Disney triunfa, porque el bueno es muy bueno y el malo es muy malo. No les des grises a los niños, no les interesa. De mayor lo he apreciado más pero, de niña, esto de vivir en la frontera de no saber muy bien de dónde eres no me gusaba nada.
–Como en el episodio en el que lleva a la revisión médica del colegio de monjas una combinación comprada en Alemania, de estampado de frutitas y muy corta, cuando las demás llevan la clásica lisa y larga.
-Siempre era yo la rarita. Mi tía alemana, Irene, me regaló un peto de charol rojo y mi madre, el día antes de vacaciones, me obligó a ir al colegio con el peto rojo para que mi tía viera que me lo ponía. ¿Tú sabes lo que es el bullying concentrado en una sola jornada lectiva? Parecía que me habían sacado de Studio 54. El charol en Mallorca solo se había visto entonces en zapatos.
¿Criarse en una isla te hace diferente en algo?
-En mi niñez no era muy diferente de criarte en un pueblo de Valladolid. Pero es cierto que teníamos más referentes del mundo exterior. Un niño de Canillas de Esgueva, como mi amigo Miguel, no sé cuándo vio una teta por primera vez, cuando en Mallorca, cuando yo tenía nueve años, ya iban todas en topless. Era una sociedad más abierta y desprejuiciada, puede ser. Pero no es cierto tampoco que no nos escandalizásemos.
– En Ibiza, un sitio conocido por su turismo gay, hay hombres ibicencos que no han salido del armario.
-Lo mismo sucede en Mallorca. No puedo dar crédito. En muchos casos son hombres con carrera, que han viajado, pero como viven en el pueblo y la madre tiene un negocio conocido y el padre fue alcalde… Es alucinante…
-He leído tu libro dos veces y lo leería una tercera vez y más. Se lee con gusto y no cansa.
– Me han dicho mucho: es que es tan fácil de leer, subrayando lo de tan fácil. Y yo pensaba, vaya, a ver si le pongo un poco de Faulkner al asunto porque parece que… [ríe] Pero ahora ya me he reconciliado con el es tan fácil de leer porque pienso, bueno, a un libro se le pide que sea fácil de leer. Me hace mucha ilusión que los lectores que me conocen me digan: es que parece que te estuviera escuchando contarlo. Es como un nuevo género literario: el audiolibro escrito.
–¿Tendemos a menospreciar la sencillez y el humor en la literatura?
-Todo esto me pilla muy mayor, en Mallorca, y en una editorial pequeña. No me voy a poner ahora a hacer un drama porque se me ha pasado la edad. Piensa que he entrado en una etapa de confort estoy en tarifa plana. Yo ya no tengo esos altibajos.
-¿Qué le impulsó a escribir este libro, su primer libro?
-Todo fue como una carambola, todo ha fluido. La traducción al alemán, que creo que sería muy interesante, no está fluyendo. Pero todo lo demás fue muy fácil. Una amiga me presentó al editor, el editor se leyó el libro, le gustó y lo publicó. Ha ido rodado. Mi marido me llama la joven autora, la joven promesa de las letras… y nos hacemos unas risas.
Presentación:
Viernes 21 a las 19.30 horas.
Librería Papelería Sa Cultural, calle Bisbe Abad y Lasierra, 11 de Ibiza ciudad.
Con la presencia de la autora Sabina Pons, la abogada María Torres Marí y la periodista Laura Ferrer Arambarri.