Yo, que soy feminista desde antes de nacer, nunca había encontrado dificultades: para ser feminista bastaba con no entender nada, hacer muchas preguntas, tomar posiciones y actuar en consecuencia. Dicho de forma tan general parece algo abstracto, pero en la práctica se concretaba en hacer aquello que obligaba a los hombres a levantar el culo del asiento. Fácil.
En los últimos años el feminismo se ha puesto de moda y me temo que a veces puede resultar demasiado confuso. Por ejemplo, antes podíamos distinguir a un machirulo a una legua de distancia –por los andares, mayormente– pero ahora muchos se han aprendido cuatro pinceladas de teoría feminista y se hacen llamar “aliados”. Los acabamos descubriendo igual, pero se tarda más y consumen mucha energía. Como consejo a las nuevas, les recomendaría optar por los machunos de toda la vida y huir de los que se autodenominan aliados, sobre todo si conocen los nombres de Wollstonecraft, Pankhurst o Harriet Taylor. Otro tema que complica bastante el feminismo de nuestros días es lo de luchar por los derechos de los hombres. Quién me iba a decir a mis 15 o 20 años, cuando veía lo bien que vivían los chicos de mi edad a costa de sus madres, hermanas o novias, que el feminismo les iba a regalar 16 semanas de permiso paternal. Cosas veredes. También he visto por ahí alguna agrupación que nos pide que nos empoderemos publicando fotos de nuestras vaginas. Mi sororidad innata me obliga a abstenerme de decir lo que pienso.
El caso es que todo se ha complicado y ya casi nada es blanco o negro. No me quiero imaginar cómo habría sido mi infancia feminista si hubiera crecido en medio de este cacao, no se me ocurre cuáles hubieran sido mis preguntas, qué posiciones habría tomado o si habría sabido actuar en consecuencia. Por eso, para celebrar este Día de la mujer trabajadora me he propuesto desarrollar un breve manual para las feministas de a pie, feministas de las de estar por casa, de las que vamos a lo práctico. Mi regalo para el 8 de marzo es este sencillo manual de ocho puntos para uso diario:
- No te responsabilices de las tareas que corresponden a personas mayores de edad y con buen estado de salud. Eso incluye a tu marido. Su ropa limpia, su alimentación saludable, sus citas con el médico, su higiene personal, sus horas de sueño…son asunto suyo.
- Delega las tareas comunitarias. Y ojo, que “delegar” no consiste en organizar un horario de tareas domésticas del que tienes que estar pendiente para que cada uno haga su parte. Esos horarios suelen fracasar porque surgen a iniciativa de la mano de obra esclava (tú) y, como nadie más tiene intención de que se cumpla, acaba siendo más fácil volver a las rutinas habituales en las que ellos se escaquean mientras tú apechugas. Para delegar tienes que especificar de qué te vas a ocupar tú y de qué se van a ocupar los demás. Ahí acaban tus funciones.
- No recojas el plato de ningún varón que se presenta a las comidas familiares como si fuera a un restaurante. En cada familia hay uno como mínimo porque, si no lo tienes por genética, te lo manda Dios de oficio. Es el típico señor que se queda sentado porque sabe que alguna mujer hará su parte del trabajo. No te dejes embaucar por su mirada de niño perdido. Es un maromo de cuarenta años que vive mucho mejor que tú, no va a herniarse por recoger su plato de la mesa. Y si se hernia pues oye, mala suerte.
- Ten amigas. Este punto incluye alejarte de los hombres que no soportan que tengas amigas.
- Responde a los piropos de los desconocidos con un sobrio “Disculpe, ¿nos conocemos?”. Mantente alerta: la respuesta de un acosador callejero al ver que no aceptas ser tratada como un objeto expuesto en un escaparate puede ir desde la vergüenza repentina (y, por desgracia, pasajera) hasta el insulto o el intento de agresión. Las he sufrido todas menos esta última, gracias a que tengo buenas piernas para salir corriendo.
- Deshazte del sentimiento de culpa. ¿Tu marido no tenía una camisa limpia esta mañana? No es tu culpa. ¿Tu hija se olvidó el libro de matemáticas en casa? No es tu culpa. ¿Se mueren las flores a pesar de que las riegas con todo el cuidado? No es tu culpa. ¿Trump va a ganar otra vez las elecciones? No es tu culpa. No te sientas culpable si has comprado esas galletas que les gustan tanto en vez de comprar fruta, que es más saludable, porque cuando compres fruta, que es más saludable, te sentirás culpable por no comprar esas galletas que les gustan tanto.
- Trata a los hombres de la misma forma en que ellos te tratan a ti. Responde con igual volumen y tono al compañero que te trata como si fueras su subordinada, al tipo que te grita por un incidente de tráfico, dando por descontado que ha sido culpa tuya (spoiler: casi nunca lo es) y al tipo condescendiente que insiste en explicarte tu trabajo.
- Ejercita la memoria selectiva. Ahora que ya has delegado, es muy importante que borres de tu memoria todo lo que no te concierne. Si, por ejemplo, tu pareja tiene que ocuparse del fútbol de los críos, olvídate de horarios de entrenamientos, de comprarles el equipo y de en qué pueblo remoto hay que estar el domingo a las seis de la mañana. Prueba la droga dura de desentenderte de algunas cosas. No querrás desengancharte.
Si no estabas llevando a cabo ninguno de estos puntos, el 8 de marzo es un buen día para empezar a ponerlos en práctica. Te recomiendo que no los apliques todos de golpe nada más empezar, porque podría haber víctimas mortales. Empieza aplicando uno cada semana y, antes de dos meses, habrá cambiado la vida de algunas de las personas que te rodean y, sobre todo, habrá cambiado la tuya. Para bien.
Por Oti Corona