Bianca Sánchez-Gutiérrez / La Organización Mundial de la Salud estableció hace unos días que la alerta sanitaria provocada por el Coronavirus (o COVID-19) debía entenderse ya como una pandemia mundial. Desde entonces, la mayor parte de la población global está confinada en sus hogares (en el caso de quien lo tenga) buscando actividades de todo tipo para no caer en el aburrimiento o, incluso, en la enajenación.
Para quienes tenemos por defecto observarlo todo con las gafas de la ciencia –deformación profesional-, este escenario sin precedentes nos hace inferir una serie de conclusiones nada triviales. La primera, considero, es el estrepitoso fracaso de la modalidad neoliberal del capitalismo que se ha instalado en la mayor parte del planeta desde la década de 1980, iniciado entonces por Margaret Thatcher y Ronald Reagan. El libre mercado, la desregulación económica, la privatización de los servicios sociales básicos (como la sanidad) se han desvelado como un auténtico fiasco en nuestra sociedad, una hipótesis, por otro lado, que ya llevábamos tiempo planteando pero que ahora podemos confirmar sin atisbo de duda. Como meros ejemplos: un sistema sanitario desmantelado sin recursos y un personal agotado en el Madrid que Isabel Ayuso heredó de la orgullosa neoliberal Esperanza Aguirre; o los precios de los productos de primera necesidad que, en mitad de una pandemia, se alzan en los supermercados propiedad de un tal Roig, gracias a la mano (poco) invisible de Adam Smith, quien estableció que no hay que intervenir el mercado porque este ya se regula solo a través de la ley de la oferta y la demanda (a mayor demanda, mayor precio, independientemente de que se trate de bienes de primera necesidad y que la ciudadanía tenga poco poder adquisitivo para adquirirlos). Los balcones, otrora meros expositores de banderas españolas, ahora se han convertido en el escenario de una ciudadanía que, cada tarde a las 20h, aplaude para reconocer el esfuerzo titánico de nuestros y nuestras profesionales de la salud. Pero no olvidemos que son otros muchos y otras muchas quienes siguen desarrollando su trabajo en estos días y no pueden permitirse el lujo del confinamiento: hablamos de trabajadores y trabajadoras de supermercados, de agencias de mensajería, de limpieza, de comedores, de los servicios sociales, de la información, de la política y, cómo no, de la global industria del sexo, que nunca duerme.
Y esa es la segunda conclusión de la observación social en esta semana de confinamiento: la industria del sexo, epítome de la mercantilización sexual del cuerpo de las mujeres, sigue funcionando hasta con el mercado económico global del revés. ¿Qué pasa con las mujeres prostituidas, mal llamadas trabajadoras sexuales, estos días?
La Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina, Ammar, ha difundido en sus redes sociales una serie de recomendaciones para que las mujeres prostituidas puedan continuar con esta actividad. A saber: no a tender a “clientes” con síntomas gripales, evitar los besos, mantener cierta distancia del “cliente” mientras se negocia el servicio, emplear la postura del perrito –que es la que garantiza mayor distancia con el putero-, utilizar siempre preservativos –al parecer no siempre es así-, o, entre otras medidas, mandar al “cliente” a que se duche. En medio de una pandemia global que tiene confinada a la ciudadanía por un virus altamente contagioso, esta asociación recomienda a las mujeres que continúen exponiéndose. Lo que demuestra que es falso que los sectores que pretenden regular la prostitución quieran legalizarla para proteger la salud de las mujeres, sino que, en realidad, se trata de proteger el derecho de los puteros a comprar el consentimiento sexual de las mujeres, siempre por encima del derecho a la salud de ellas.
La pornografía, que no es otra cosa que prostitución filmada, también está en pleno auge. Medios supuestamente progresistas como Cadena SER o el Huffington Post han celebrado en sus redes sociales que la web más vista de pornografía ofrece a los españoles, confinados y aburridos, la suscripción a su servicio Premium de manera gratuita. Ni rastro de la visita obligada al pensamiento crítico que se afanan por enseñarnos algunos de nuestros y nuestras profesoras cuando estudiamos la carrera de Periodismo: precisamente, esa web aloja vídeos de violaciones reales, otros tantos de mujeres que no consintieron ser grabadas (“pornovenganza”) y, entre otras muchas más barbaridades, vídeos de abusos a menores. Si la progresía era esto, a ver cómo salimos de esta engañifa.
Como en toda investigación científica, tras las conclusiones, la investigadora puede permitirse plantear futuras líneas de acción, preguntas que han quedado sin contestar y que se lanzan a la comunidad científica para que otro u otra colega recoja el guante y les dé respuesta con una nueva investigación. Ahí van mis preguntas: ¿Se van a cerrar los prostíbulos, como ha ocurrido en Ginebra y en toda Alemania, al menos en medio de esta pandemia mundial para evitar que las mujeres prostituidas sean contagiadas? ¿Van a ir a la cárcel los proxenetas que se lucran con los vídeos sexuales de mujeres y menores? ¿Qué hacemos con los puteros, que pagan por garantizarse, incluso en situación de pandemia, el acceso al cuerpo de las mujeres que no les desean? ¿No ha quedado demostrado ya que el capitalismo neoliberal en general, y la prostitución en particular, mantienen una estructura profundamente misógina de subordinación femenina a los deseos –que no derechos- masculinos? ¿Qué pasa con las mujeres que están confinadas en casa estos días con su maltratador?
Después de tantos siglos de violencia contra las mujeres, ¿hay ya vacuna para acabar con la pandemia machista ad infinitum?
Qué fue primero, el huevo o la gallina?