Laura Ferrer Arambarri / Hace 15 años que no voy a Cayo Coco, nombre caribeño con el que unos amigos rebautizaron una de las calas más hermosas de Ibiza hace muchos años.
Hace 15 años que no la piso, decía.
La conocí en el año 2000, cuando era un pequeño paraíso. En el coche, de vuelta a casa, con el azul todavía en la retina y la piel pegada de salitre, sonaba Porcelain de Moby, que, mira qué casualidad, forma parte de la banda sonora de La Playa. En mi banda sonora particular cuando he vuelto a escucharla he pensado en mi playa, en Cayo Coco.
En ese primer verano en Ibiza, la cala tenía público, como todas, pero estaba bastante tranquila. Pocos años después comenzaron a publicitarla en revistas clubber y aquello fue atestándose más y más.
En 2005 ya estaba cada vez más llena, pero es que, con el paso de los años, ha llegado a convertirse en un esperpento; en un mercadillo a pie de playa: decibelios, venta de cervezas y mojitos, venta de pareos y bikinis, venta de fruta y bisutería… Una preparty en la arena, un lugar para posturear en redes.
Este año voy a volver. No me alegro del motivo por el que voy a volver. Pero por primera vez en 15 años voy a poner un pie en mi playa favorita de Ibiza.
Una renuncia de 15 años.
A muchos ibicencos nativos, residentes o mursianus ya nos parece normal la renuncia, que hayamos tenido que renunciar a una parte de Ibiza por un turismo desmesurado. En 2000 había turismo, había empleo. Nadie habla de volver a las cavernas ni de volver a plantar patatas. Hablo del hecho irrefutable de que el aeropuerto de Ibiza tuvo 4,4 millones de pasajeros en 2000 y más de ocho millones en 2019. El doble de gente en una isla igual de pequeña.
Mucho antes de tener que adaptarnos al confinamiento, en Ibiza nos hemos adaptado a otro tipo de confinamiento. El confinamiento veraniego.
Mucho antes de tener que adaptarnos al confinamiento, en Ibiza nos hemos adaptado a otro tipo de confinamiento. El de la renuncia.
Somos muchos los que simplemente hemos renunciado a dar un paseo por Vila en verano porque aparcar o es imposible o te cuesta una fortuna en ese parking de ses Feixes para millonarios; otros tantos los que hemos renunciado a ir Platges de Comte o a Cala Bassa en julio o agosto. Somos muchos los que ni nos aventuramos por Platja d’en Bossa, salvo para un ida y vuelta al Children de tanto en tanto y poco más. Los que nos sentimos extraños y desplazados en la isla durante los meses en verano.
He quedado con una amiga para ir a Cayo Coco en cuanto sea posible. Ella hace 14 años que no va. Por los mismos motivos. Pondré Moby en el coche y recordaré aquel verano de 2000.
El turismo nos alimenta pero no debería empacharnos hasta la náusea. Esta isla se merece otra definición de lo que es «normalidad».
Cayo Coco… com a eivissenca agrairia als mitjans en general i a Periódico de Ibiza de manera particular que no col.laborin en difondre els topònims no tradicionals. No sé on és aquest lloc del què parla Laura Ferrer Arambarri, però segur que deu tenir un nom en la nostra llengua. Per favor!
Gracias por su comentario, pero el objeto de este artículo es, precisamente, denunciar la masificación de ciertas calas, hasta las más minúsculas, por el hecho de que se han nombrado, publicitado y fotografiado hasta la saciedad en medios, guías de viajes y redes sociales: «En ese primer verano en Ibiza, la cala tenía público, como todas, pero estaba bastante tranquila. Pocos años después comenzaron a publicitarla en revistas clubber y aquello fue atestándose más y más». Cayo Coco es un nombre que solo usamos unos amigos hace muchos años, nadie la llama así. Por lo demás coincido por completo en que hay que usar los topónimos correctos. ¡Muchas gracias!