Ben Clark / El destino ha querido que estos días dos preocupaciones pitiusas confluyan y converjan en una sola palabra, en un solo concepto, puede que en la figura de un solo hombre. Pero ya llegaremos a eso. Aunque puede que no sea adecuado decir dos preocupaciones. Quizá habría que decir una preocupación enorme y una molestia leve. La preocupación enorme, digna de los mejores momentos del mítico programa ‘¿Qué apostamos?’ (desde aquí un abrazo sincero y grande a Ana Obregón, amiga de Ibiza) consiste en averiguar cómo meter 3.000 personas en una discoteca manteniendo, entre cada una de ellas, una distancia de 2 metros (por cierto, no dejen de recuperar, a través del incombustible YouTube, el vídeo donde 20 ‘apostantes’ de Barcelona intentan meterse en un Seat 600, amarillo, para más señas). La molestia leve ha sido provocada por media docena —por lo menos— de atuneros que han arrancado de cuajo una parte de las praderas de posidonia, Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, es decir, patrimonio de todos.
Los atuneros y las discotecas quieren lo mismo: pasta. Mucha pasta. Sabemos, porque lo hemos visto en las fotos, que a los atuneros les da igual la posidonia. La duda, pues, será si a las discotecas les va a dar igual la salud. Imagino que no les dará igual, es más, imagino que la salud será, como siempre ha sido (recordemos los cuerpos aplastados por el exceso de aforo, la contaminación acústica, los baños en los que se cortaba el agua de los grifos) su prioridad. Tenemos las fotos de los atuneros, ya llegarán las fotos y los vídeos de las discotecas.
¿Acaso no hemos sufrido nosotros, también, un proceso de decadencia en «nuestras» discotecas?
Cuando Chimo Bayo lanzó su éxito ‘Así me gusta a mí’ (cuyo célebre ‘¡Hoo ha!’ se convirtió, durante el confinamiento, en un meme con el nombre ‘Wuhan’, la ciudad china epicentro de la pandemia de coronavirus), se instauró como una representación de un tipo de ocio, de un concepto de la fiesta que, con los años, fue degenerando hasta convertirse en un esperpento: la Ruta Destroy o Ruta del Bakalao. ‘Así me gusta a mí’ es una buena canción y parte de su letra (‘No tiene pegas / Porque es genial’) me hace pensar hoy en qué pegas podría tener, pese a lo que cantara el bueno de Chimo, aquel modelo de ocio y qué aspectos lo diferencian de la deriva nocturna ibicenca. ¿Acaso no hemos sufrido nosotros, también, un proceso de decadencia en “nuestras” discotecas? ¿Alguien cree, todavía, que estamos ante un modelo que no está agotadísimo? Durante las últimas temporadas algunas de las zonas VIP de las discotecas parecían, realmente, un chiste malo —eso pensaban todos menos los que habían pagado miles de euros por un ‘table’—; muchos clientes se quejaban, en las pistas de baile ya no se podía bailar (¿no es esto lo más sintomático?), el DJ estrellita de turno no salía, a veces, hasta las 4 o 5 de la mañana y los precios se habían convertido en un robo a mano armada. ¿No estábamos asistiendo, ya, a la etapa última de las discotecas? ¿No sería magnífico e inteligente aprovechar esta terrible crisis para repensar el modelo, para cambiar, de una vez, el rumbo de nuestro turismo? El patrimonio cultural y natural dura siglos, milenios. ¿Hasta cuándo durarán las discotecas? ¡Hoo ha!
Hoy, la canción de Chimo Bayo es conocida, sobre todo, por un anuncio (genial) de atún y los fondos de capital riesgo que poseen buena parte del ocio nocturno isleño dibujan círculos en el suelo para reducir el riesgo. (‘No tiene pegas / Porque es genial’) Para muchos es un orgullo que Eivissa sea —quizá— la capital de la música electrónica del mundo. Para mí no lo es. Y no es porque sea un seta, ni un aguafiestas —que lo soy—, es porque he visto de cerca y de primera mano en lo que se ha convertido la tarde y la noche ibicenca, y no es algo bonito y no será, desde luego, jamás, Patrimonio de la Humanidad. No lo será porque es patrimonio de unos cuantos, de unos pocos que sienten menos amor por la isla que por sus cuentas en paraísos fiscales, mientras fondean con sus yates privados sobre la posidonia y una señorita en bikini, veinticinco años más joven, les introduce en la boca el último jugosísimo pedazo de sashimi de atún rojo.