El pasado 4 de agosto regresé a casa con mi marido y mis dos hijas tras pasar quince días en el pueblo. Después de nueve horas de barco y una más en coche hasta Reus, imaginen nuestra sorpresa cuando, al llegar a la puerta de casa, la llave no entraba en la cerradura. Intentamos abrir de varias formas (siempre llevo una radiografía en el equipaje por si me veo en una de estas), pero cuando dieron las once de la noche y en vista de que las niñas pedían, justamente, comer y dormir, tuvimos que darlo por imposible. En esas estábamos cuando la mayor aseguró haber oído un ruido al otro lado de la puerta. Mi marido acercó la oreja y murmuró: “Ahí dentro hay alguien”.
Sin perder un instante, nos lanzamos a llamar al mismo tiempo a la puerta y al timbre. Ahí empezó la fiesta. Una voz de hombre preguntó “quién es” desde el interior. “Somos los dueños”, acerté a responder. Se oyeron unas risitas nerviosas y unos pasos que se alejaban por el que hasta entonces había sido nuestro pasillo. Mi marido se quedó intentando abrir a patadas y yo me alejé unos pasos del escándalo para llamar a la policía. Las niñas, por su parte, habían bajado al segundo donde, protegidas por algunos vecinos, observaban la escena entre la curiosidad y el miedo.
–Vengan mañana a comisaría a poner la denuncia y así empezarán los trámites, que serán largos, les advierto. Tiene que mediar un juez –me explicó la voz de la agente, al otro lado de la línea.
–¿Cómo que largos? ¿Cuánto tiempo? –me alarmé.
–Depende. Si esas personas llevan más de 48 horas en su domicilio, va a costar echarlos. Si llevan menos, tiene suerte y será cuestión de semanas. Lo mejor que pueden hacer es ir buscándose otro sitio para vivir y un buen abogado.
De manera que esa fue nuestra situación al volver de vacaciones: íbamos cargados como burros, nuestras hijas estaban desmayadas de hambre y de sueño y alguien se había metido a vivir en nuestra casa. Esa noche tuvimos que marcharnos al Hostal Squatter Reus, que es donde estamos viviendo desde entonces. Tal y como están las leyes, cuando se mete alguien en tu hogar es prácticamente imposible echarlo. Por supuesto que esta historia es mentira, ya se habrán dado cuenta. Ni vivo en Reus, ni existe en esa ciudad ningún hostal que se llame Squatter, ni tiene que mediar un juez en caso de allanamiento, ni viajo con una radiografía en el bolso, por quién me han tomado. Y, si se han creído algo de lo que les cuento, les recomiendo que revisen sus contactos en redes sociales y que cambien sus canales de televisión y su prensa habitual. Se están riendo de ustedes.
Un okupa es alguien que da uso a una vivienda o un local deshabitado sin permiso del propietario. Atención a la palabra clave: deshabitado. ¿Sabe quién tiene pisos deshabitados? Los bancos y los fondos buitre. Los que especulan con el derecho a la vivienda. Esos son la mayoría de los pisos que se okupan. Un inquilino que no paga el alquiler es un moroso, no un okupa. El hermano que se quedó a vivir en el piso de su padre justo antes de que falleciese y que no se marcha ni con agua caliente puede ser un jeta, pero no es un okupa. La compañera de apartamento que se niega a mudarse aunque usted le haya plantado varias veces las maletas en la puerta será una plasta pero no es una okupa. Quienes se meten a vivir en una segunda residencia pueden ser allanadores, pero no son okupas. En nuestro país ya hay leyes que dan respuesta a cada uno de estos supuestos, así que vamos a calmarnos.
Nadie va a quedarse a vivir en su casa mientras usted sale a por pan. No hace falta que vaya al trote cochinero, salga tranquilo. Le voy a dejar unos datos por si necesita motivos reales para el desasosiego: tres millones y medio de viviendas vacías en España, casi todas en manos de bancos, especuladores y fondos buitre. Más de 150 familias desahuciadas por día. Sí, ha leído “por día”. Alquileres que pasan de los 1.000 euros mensuales por pisos de dos habitaciones. Un SMI de 950 euros.
Frente a este panorama, hay informativos que insisten en hablarnos del boom okupa obviando que, de ese conjunto de tres millones y medio de viviendas abandonadas, apenas un 0.34% están okupadas y menos de un 0.5% de estas son conflictivas. Casi todos los okupas son trabajadores que se han quedado en la calle, víctimas de un sistema cruel que mantiene a la clase obrera al límite de la precariedad.
Este interés de los medios por fingir que existe un boomokupa no es gratuito, y no me refiero solo a la pasta que cobran de Alarmitas Direct o de las empresas de matones con esvásticas tatuadas en los bíceps a las que están aupando como la solución definitiva para desokupar. Digo que no es gratuito porque quienes manejan estos medios de comunicación saben que nos espera el invierno más duro que podamos recordar. Saben que se va a multiplicar el número de desahucios y que mostrarnos a las familias a las que echan de sus hogares como “okupas” les va a facilitar la tarea.
Por eso nos presentan a padres que se han quedado sin techo como si fuesen peligrosísimos delincuentes. Por eso hablaban la otra mañana de una madre que enseñaba a su bebé por encima de la verja del chalet que había okupado como si ese bebé fuese un arma homicida. Por eso usan su tiempo de programación preokupándonos, esto es, tratando de preocuparnos por una okupación que solo podría llegar a suponer un problema para la banca, la misma banca a la que rescatamos con nuestro dinero cada vez que está en apuros.
Si los medios han conseguido que usted considere que las personas con niños a su cargo en una casa abandonada son el enemigo, los medios han conseguido situarle en el bando de los malos. Pero usted está probablemente más cerca de encontrarse en el lugar de una familia okupa que en el lugar del dueño de un chalet abandonado, así que siga mi consejo: corra hacia el bando correcto y no se preokupe.
Por Oti Corona.