La placidez de la mañana escondía las verdaderas intenciones que tenía el mar guardadas. Dejé en la playa a un señor que acababa de conocer veinticuatro horas antes y que con lágrimas en los ojos me deseaba suerte en mi travesía. Un único espectador de aquel reto azul en la playa de Portitxol de la localidad Alicantina de Jávea posiblemente cuando lleguemos a Ibiza haya mil personas esperándome pensé. Los seis tripulantes del Lagun esperaban un centenar de metros más adentro para iniciar la marcha una vez que yo me lanzara al agua. Miré arriba, me encomendé a mi estrella de los cielos y empecé a bracear en un mar plácido y benévolo.
Pasamos entre los dos islotes de Portitxol y metro a metro nos fuimos metiendo en el azul. No tardamos en empezar a sustituir placidez por marejadilla con olitas encontradas de varias direcciones que empezaron a hacernos perder confort y empezar a marearnos sin remedio. Transcurridas dos horas y media, en una de las paradas de avituallamiento que teníamos marcadas cada 30 minutos empezó mi primera vomitona. No quedó nada en mi estómago. Bebí un poco, renuncié a comer nada y seguí nadando a buen ritmo. En la siguiente parada volvió a suceder pero repetí la operación. Sabía que si no entraba alimento caería pronto. Media hora más tarde bebí y comí alimentos líquidos que ya me fueron asentando el estómago y fracción a fracción fui volviendo a tolerar los alimentos al ritmo que el mar, siempre favorable del suroeste, nos iba lanzando hacia Ibiza a un promedio muy alto. Debió ser en aquel súmmum de motivación por el fuerte ritmo cuando pensé que mi abuela fallecida hacía apenas un año me estaba empujando. Me pareció notar su mano en mi espalda.
Esa fuerte presencia disparó un resorte que no tenía previsto. Empecé a llorar. Estaba rodeado de mar y la sal que llenaba mis gafas era la de mis lágrimas que se almacenaban en aquel receptáculo. Debí estar más de quince minutos llorando y nadando al mismo tiempo. Me despertó de ese extraño momento el silbato de parada de la embarcación. Me tomé mis sales minerales y mi comida y continué con aquella fuerza en mi espalda.
Las horas transcurrían y el viento iba subiendo su intensidad desde poco después del mediodía. En ocasiones me parecía que surfeaba las olas. Estaba inmerso en mi felicidad cuando noté que el velero y la embarcación empezaban a separarse de mí con facilidad y yo luego les remontaba y volvía a coger. No le di importancia, iba a lo mío, concentrado en mis cosas, mis pensamientos, recordando a mis amigos muertos, pensando en mis hijos, en los ánimos desparramados por todos, en el mareo que llevaban los de la tripulación, en mi starlight, en mi meta,…, en mis cosas.
Me llaman de la embarcación y me dicen que no podemos continuar, que se ha perdido el control del barco y que peligran la integridad de tripulación, barcos y de mí mismo.
-Te perdemos de vista, me comentan, el barco va a la deriva, sin motor, a una velocidad mayor que la tuya. De noche podríamos perderte en mitad del mar y el pronóstico es que va a empeorar. Me remarcan desde la embarcación.
-Pero si yo puedo nadar, no tengo ningún problema. Vamos a buen ritmo. Recuerdo que les dije.
– No es seguro, hay que abortar. Insiste el capitán.
Transcurridas poco más de 9 horas y recorridas 14 millas, un tercio de la distancia a recorrer, alrededor de las 18 de la tarde, me subo a la neumática conocedor de la dimensión y realidad del problema. Nos subimos todos al Lagun y rumbo a San Antonio. El mar siguió incrementando su fuerza durante las seis horas de viaje hasta puerto. Viajé plagado de vomitonas, mareos y pensamientos contradictorios. Recuerdo la serenidad con la que me enfrenté a la triste realidad y me sentí orgulloso de toda la tripulación y de mí mismo. Lancé desde la borda del Lagun una botella llena de los deseos de un centenar de personas, de una carta con mi teléfono y un regalo a un desconocido.
Nunca había sentido un apoyo tan grande en los míos y en mis propios pensamientos, nunca había entrenado tanto, nunca había tenido tantos apoyos, nunca había tenido esa mano en mi espalda, nunca había tenido el tiempo tan a favor. Nunca es mucho tiempo.
Otra vez el mar me ha ganado la partida solo que esta vez yo podía continuar. Esta vez sí que quiero la revancha por que mañana cumplo 41 años y mis sueños siguen intactos.
Juanjo Serra,
P.D. Con metas en el horizonte soy invencible
Que payasada es esta? Tanto bombo por nada, porque que yo sepa no se ha logrado nada. No me quiero imaginar la que liaria este señor si lo hubiese terminado. Y lo peor de todo es que para estas tonterias su hay dinero público.
Que payasada es esta? Tanto bombo por nada, porque que yo sepa no se ha logrado nada. No me quiero imaginar la que liaria este señor si lo hubiese terminado. Y lo peor de todo es que para estas tonterias su hay dinero público.