Laura Ferrer Arambarri / Hay hombres que se autodenominan feministas y no lo son. No comprenden que no basta con colgarse la etiqueta, ponerse una chapa en la solapa o dedicarse a compartir o darle likes a contenidos feministas en redes sociales.
El feminismo no es palabrería, es acción. Es activismo. Es demostrar en el día a día que realmente actúas con las mujeres como tus iguales y eso, queridas mías, está lejos de ser algo normalizado.
Por eso os digo que si queréis poner a un hombre en vuestras vidas, poned a un Marty, a un aliado feminista.
Marty es Martin David Ginsburg marido de la jueza Ruth Bader Ginsburg, la enorme Notorious R.B.G., jueza del Tribunal Supremo recientemente fallecida. No dudéis en consultar los numerosos perfiles que se han hecho de su figura estos días en los medios o de descubrirla en el documental RBG en Filmin. Un 10.
Ruth cuidó de Marty cuando éste enfermó de cáncer siendo muy joven, mientras ambos estudiaban en Cornell. No solo lo cuidó en su enfermedad sino que le apoyó en sus estudios de manera directa organizando y mecanografiando sus apuntes mientras se ocupada, además, de la hija de ambos. Más tarde, ella le siguió a Nueva York cuando él consiguió un buen puesto como abogado tributario.
En esta primera parte de la historia, podríamos pensar que Ruth Bader Ginsburg repite el cliché de esposa abnegada.
Pero los hechos son otros.
En cuanto comenzaron los dos a desarrollar sus carreras, Marty no dudó en apoyar la de su mujer al advertir que ella era superior a él y que su trayectoria era e iba a ser más brillante.
Por eso, años más tarde, fue él quien no tuvo reparos y apoyó el traslado de la familia a Washington por ella y fue él el gran apoyo de Ruth Bader Ginsburg en su carrera para conseguir un puesto en el Tribunal Supremo.
La prioridad de la pareja fue la carrera de ella. Y basta ver las imágenes de las intervenciones públicas de él para emocionarse con el orgullo que transmite; con el brillo de sus ojos al hablar de su mujer. Una admiración verdadera que le acompañó toda su vida.
Marty fue fundamental en el despegue de Ruth en una época en la que eso era ciencia ficción. Si un hombre nacido en 1932 supo ser feminista contra viento y marea, cualquier hombre puede serlo.
Ruth y Marty fueron lo único que una pareja sana puede ser: un equipo.
En un equipo nadie alardea de quien gana más dinero porque ganan los dos; en un equipo nadie se cree superior al otro en ningún plano porque juntos son la bomba y se complementan (Ruth era una malísima cocinera y Marty cubrió esa tarea sin mayor problema).
He conocido a muchos hombres feministas de boquilla que, a la primera de cambio, utilizan su posición de poder económico para humillar a sus parejas; que delegan en sus hermanas el cuidado de sus mayores; que en petit comité no dudan en asegurar que lo que escribe una mujer es inferior o que piensan que últimamente nos dan demasiados premios o estamos demasiado presentes en los medios y no por méritos propios.
Hombres feministas que, en cuanto te descuidas, te llaman Laurita.
Demasiados hombres que no experimentarán nunca la gozada que es una pareja de iguales, sentir que formas parte de un proyecto vital con otra persona y que él o ella no te fallará sin necesidad de decirle a un juez ni a un cura eso de en la salud y en la enfermedad hasta que la muerte nos separe.
Por favor, más Martys, más Ruths, más parejas en verdadera igualdad.