Por Raül Medrano / Ahora que ya han pasado unos días de su cierre, dejado el tiempo prudencial para reorganizar las ideas en la cabeza, y, afortunadamente, todavía sanos y asintomáticos, es el momento de poner en su justo lugar todo lo que el Festival de Sitges le ha aportado cinematográficamente a este ibicenco que, durante una semana, ha abandonado su zona de confort vilera para introducirse en un mundo paralelo que nada tiene que ver con Isidor Macabich, Dalt Vila o los Multicines.
En Sitges se para el tiempo. En Sitges tu única preocupación es saber a qué hora se come, por dónde se recorre el interminable trayecto que une el pueblo con el Hotel Melià, centro principal de exhibición (por la playa, más bucólico, o por la ciudad, menos exigente para las piernas) o cuando se ve esa peli indonesia que es la nueva Posesión Infernal.
Han sido cerca de una cuarentena de películas, entre visionados in situ y on line, las que servidor ha podido degustar/padecer. Pueden paracer muchas, ya estarán llamándome friki o algo peor, pero aseguro que siempre, absolutamente siempre, uno marcha con la sensación de haberse perdido “la película del Festival” o “la nueva El exorcista”. En fin. No nos lamamos las heridas que al menos pudimos ver la que muchos consideran la película de terror del año: Host.
Esta pequeña producción (pequeña por su presupuesto, ínfimo; pequeña por su duración, unos ajustadísimos 57 minutos) se ha llevado elogios prácticamente unánimes de todos los que la hemos podido ver. Me incluyo. En su simplicidad está su grandeza. ¿Su argumento? Muy sencillo: seis chicas se reúnen en una reunión de Zoom (la app de vídeollamadas reina del confinamiento) para llevar a cabo una sesión de espiritismo. Sí, sale mal. ¿Por qué tanta crítica positiva? Pues por aprovechar al máximo el contexto actual, el encierro pandémico, combinado con la nueva forma de comunicarnos fruto del avance tecnológico y la obligación. Unas actrices creíbles, una gran planificación en la dirección de los jump-scares y… ¡bingo! Ya tenemos aquí la más digna sucesora de The Blair Witch Project, en cuanto a film fundacional de un nuevo cine de horror que está por venir.
Film fallido con ínfulas
A partir de aquí, debo destacar, contra mi voluntad (no me acabó de convencer), la gran triunfadora del certamen, Possessor, ganadora de los premios a Mejor Película y Mejor director para Brandon Cronenberg, sí, hijo de David. Para la mayoría, peliculón. Para quien escribe, film fallido con ínfulas que no va más allá de una buena idea y demasiado artificio visual.
Las que sí me alegraron la semana fueron tres películas francesas que formarían un programa triple maravilloso (apuntad, “Anem al cine”). Tres producciones que exploran, lindando más de lleno o menos con el fantástico, la locura de la inadaptación, la nueva pobreza moral del siglo XXI y la fascinación por lo rural en una Francia siempre orgullosa de su mundo urbano.
En Teddy, la más convencional de ellas, un chico a mitad de camino entre un punky social y un recogecollejas, es mordido por un lobo y pueden imaginar el proceso que se desencadena. Gran paralelismo entre su proceso licántropo y su poca aceptación social.
Más compleja resulta la protagonista de La nueé, una madre de familia que monta una granja de saltamontes para vender sus proteínas como almiento para animales. Su evolución psicológica, vía amor-obsesión por los bichejos, le valió el Premio a Mejor Actriz. Fascinante.
Pero nos tenemos que quedar con Jumbo. Una chica se enamora perdidamente de una atracción de feria, similar al clásico Saltamontes. Vamos, lo que pasa cada día en el descampado del Multicines en Navidad. Maravillosa. La Amélie millenial.
Más cosas interesantes: Tailgate, o El diablo sobre ruedas persiguiendo a una familia de caurentones en el típico barrio neerlandés de clase alta. No matarás, con Mario Casas demostrando que sí sabe vocalizar, y apuntando al Goya. En Rent-a-pal, un nerd utiliza un proto-Tinder de los años 80, en forma de cinta VHS. Pero elige mal. Más, la húngara Post-Mortem (los muertos vuelven a plena luz del día a una aldea húngara devastada por la Gripe Española y la Gran Guerra), dos metáforas religiosas que forman un díptico muy interesante, Amulet y Saint Maud, la mala leche de Becky, el sentido del terror de The Toll, el gore de Yummy, el horror espacial de Sputnik, el Alien ruso. Todo esto, bien.
Pero también hay mucho “mal”. No se acerquen a Black Water:Abyss, Archenemy o Baby. Ésta última, la demostración de que Juanma Bajo Ulloa debería dedicarse a reestrenar Air Bag en formato Tik Tok para que la vean los menores de 30.
Y sobre todo, sobre todo, no se les ocurra ponerse Mosquito State. Una chorrada ridícula con pretensiones filosóficas que provoca vergüenza ajena. Comedia involuntaria, como cómica resulta la defensa que algunos críticos hacen de ella.
Han quedado algunas en el tintero. Por ejemplo, Mandíbules, la comedia de la que todo el mundo habla maravillas. Pero en esta vida no se puede llegar a todo. Ahora, vuelta a la realidad, a esperar que el Multicines se vuelque con el cine en VO, a desear que llegue el martes para ir al Regio, o a esperar qué nos propone el Teatro España cada semana. Menos da una piedra.