Laura Ferrer Arambarri / Se avecina una tragedia. Los mursianus, forasters, peluts y peninsulares en general que vivimos en sa Roqueta muy probablemente no podremos volver a casa por Navidad este 2020.
Pero que nadie me tache de pesimista: he comprado el billete para ir a Galicia el mismo fin de semana en el que el Gobierno decreta Estado de Alarma hasta mayo de 2021.
No pierdo la esperanza de poder comer el cordero al horno que hace mi madre ni de cantar villancicos con los sobrinos más majos del mundo, que son los míos, claro.
Pero tampoco me engaño: el éxodo navideño que cada año emprendemos los mursianus eivissencs allá por el 22 de diciembre no parece que se vaya a repetir este año.
Ya no me encontraré a mi amiga vallisoletana, a mi exjefe madrileño o a mi compañera lucense de clases de inglés esperando su vuelo en el aeropuerto con una ensaimada debajo del brazo.
No nos queda otra que hacernos a la idea (me estoy haciendo a la idea mientras redacto esto) de que este año tendremos unas Navidades mursianas.
Lo mejor que podemos hacer es ir pensando en juntarnos —en un rebaño de seis como máximo— todas las ovejas negras que un día recalamos en esta isla huyendo de algo.
Lo mejor que podemos hacer es ir pensando en juntarnos —en un rebaño de seis como máximo— todas las ovejas negras que un día recalamos en esta isla huyendo de algo.
Confiar en que alguna de nosotras sepa cocinar algo más allá de un Yatekomo para pasar unas fiestas decentes, al menos en lo culinario, y confiar también en que el sistema de telecomunicaciones nacional no colapse cuando a todos se nos dé por hacer un zoom familiar en plena Nochebuena.
No pierdo la esperanza de poder usar ese billete, que me ha salido carísimo. Eso sí, lo he comprado con seguro de reembolso.