Ya nos advirtieron de que este invierno sería muy duro. A la vista de las cifras de paro que conocimos ayer, los pronósticos más pesimistas se han quedado cortos. La situación en Baleares es catastrófica, mucho peor aún en Ibiza, y no la calificaremos de apocalíptica para que no nos tilden de peperos, que cuando gobierna la izquierda son muy negativos, no como cuando la izquierda está en la oposición, que la hacen constructivamente y apoyando en todo lo que pueden al maléfico gobierno de derechas de turno.
Dejémonos de ironía. La gente en el paro en las Pitusas son legión. Muchos cobran prestación por desempleo y otros cobran ERTE (aunque sigue habiendo muchísimos que teniendo derecho a ello, no lo perciben y las pasan canutas). Son los afortunados porque tienen ingresos y pueden pagar sus facturas y llenar la nevera. Pero los que no tienen esa suerte deben recurrir a la beneficencia y a los comedores sociales, que no dan abasto.
En este contexto, las lamentaciones y las quejas que se oyen sobre las medidas sanitarias y las limitaciones establecidas para evitar la propagación del Covid19 en estas próximas fiestas de Navidad, suenan bastante frívolas y egoístas. Los hay preocupados por cuántos podrán reunir en su casa y hasta qué hora podrá alargarse la jarana. Y los hay mucho más inquietos y con más razón porque no saben qué podrán dar de cenar a su familia en Nochebuena.
Son tantos los damnificados por esta pandemia y por sus calamitosas consecuencias económicas, sociales, sanitarias, psicológicas y de todo orden que toda celebración resulta improcedente».
Afrontamos la recta final del año y se avecinan muchos días de fiesta. Pero francamente, no creo que haya mucho que celebrar. Cuando falta la salud, falta todo. Y son tantos los damnificados por esta pandemia y por sus calamitosas consecuencias económicas, sociales, sanitarias, psicológicas y de todo orden que toda celebración resulta improcedente.
Las declaraciones autocomplacientes del estilo ¨nadie quedará atrás¨ o sacando pecho del ¨escudo social¨ creado por nuestros gobernantes, suenan irreales. Basta salir a la calle para ver que estamos fatal y que el descontento ciudadano es enorme, aunque todos lo niegan o lo ignoran, que es peor.
Solo podemos encomendarnos a la ciencia y confiar en que la llegada de la esperada vacuna nos permita recobrar cierta normalidad el año próximo. Pero mientras eso sucede, mucha gente sufrirá lo indecible para subsistir dignamente. Pensemos más en ellos y menos en la hora a la que los días más entrañables se activará el toque de queda. Los hay que no pueden salir aunque quieran. Y aún peor, los hay que no tienen ni dónde celebrar las navidades. No vaya a suceder que los olvidemos.