Hoy en día es normal escuchar y percibir opiniones diversas de temas que conllevan una complejidad mayor que la simple observación. El pasado 6 de enero, lo sucedido en la capital de Estados Unidos, es catalogado desde los sectores especializados como un motín o una insurrección que ejemplifican la decadencia de un imperio y de un sistema.
Diversos autores como pueden ser Linz, Huntington, Kelsen o Schmitt han definido el término y en ninguna de sus acepciones se aproxima a lo vivido en el Capitolio días atrás. Un golpe de estado –tal como lo resume Eduardo González en la revista de Historia y Política del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales del Ministerio de la Presidencia, Relaciones con las Cortes y Memoria Democrática– se diferencia de otras clases de asalto al poder en que requieren un empleo de la violencia física muy reducido e incluso nulo, y no necesitan de la implicación de las masas. Añade, el golpe es siempre un ataque fulminante y expeditivo a las instancias de gobierno que se ejecuta desde dentro del entramado del poder, y en eso se distingue fundamentalmente de las modalidades de violencia subversiva.
Por ello, es necesario emplear la terminología correcta para las situaciones concretas y evitar así caer en la banalización de conceptos, una dinámica habitual que conlleva a la generación errónea de opiniones y que conlleva a la fácil catalogación de determinadas actuaciones.
Lo vivido, más allá de implicar una subversión o motín, es también un síntoma de la decadencia de un imperio y de un sistema, un sistema que, no hemos de olvidar, ha reconceptualizado el término democracia, que ya en la redacción de la constitución de Estados Unidos, los padres fundadores, dejaban claro que no podían aspirar a una democracia y que el tipo de gobierno sería un gobierno representativo, diferenciando uno y otro concepto. Hoy en día, la falsa democracia –aunque sea lo más aproximado a ella con los volúmenes demográficos– ha dado muestras de su estado obsoleto y, junto al declive del imperio yanqui, encontramos la decadencia del sistema.
Por Miguel Carranza Guasch,
politólogo, Secretario de Acción Política de EUIB