Joan Miquel Perpinyà / Debemos estar orgullosos porque Ibiza ha puesto una pica en Flandes y ha logrado transformar su único hospital público, Can Misses, del que dependen todos los habitantes de las Pitiusas, en el hospital de pandemias Isabel Zendal II, ya casi exclusivamente dedicado a atender a los pacientes infectados por el Covid-19.
La situación es tan grave que se han cancelado las operaciones quirúrgicas no urgentes (excluidas las oncológicas, por supuesto), se han suspendido las vacaciones del personal, se han reclutado enfermeras de Mallorca para hacer guardias y ante el overbooking de la UCI, se han habilitado los quirófanos con camas para enfermos críticos.
No hay hospital en Ibiza como durante más de un año, no hubo juzgados; y nadie movió un dedo. Ahora tenemos un centro hospitalario 100% Covid que veremos si resiste la fuerza de este tercer tsunami sin que revienten sus costuras y sin que el personal sanitario, cuyos gritos de alarma y lágrimas de desesperación nos empeñamos en ignorar, pete definitivamente.
Las que parece que primero lo pueden hacer son las limpiadoras, que amenazan con hacer huelga ante la sobrecarga de trabajo y que no se cubren sus bajas con más personal.
Como nos temíamos, el coronavirus avanza descontrolado en las Pitiusas. Con incidencias acumuladas a 14 días (2.291 casos por cada 100.000 habitantes) que superan con mucho a cualquier otro territorio de España e incluso de Europa y que multiplica por 22 la tasa por la que la OMS considera que la situación está bajo control.
El escenario inmediato es casi apocalíptico no sólo por los fallecidos, los enfermos y los aislados. A esto hay que sumar que muchos negocios van a seguir cerrados y sin facturar, muchos trabajadores en el ERTE y en el paro, la temporada turística —de la que vive la mayor parte de la población pitiusa— más que en cuestión y unas listas de espera desesperantes para ser atendidos en el hospital por otra cosa que no sea el Covid, con meses de demora. Eso no saldrá gratis y las consecuencias sociosanitarias (también psicológicas) serán muchas y de enorme trascendencia. Poco se está hablando de ello.
¿Qué parte de “hay una pandemia descontrolada en las Pitiusas” no se ha entendido? ¿Qué tiene que pasar para que nos autoconfinemos en casa, sin salir más que para lo imprescindible?
¿Qué parte de “hay una pandemia descontrolada en las Pitiusas” no se ha entendido? ¿Qué tiene que pasar para que nos autoconfinemos en casa, sin salir más que para lo imprescindible? Que con esta coyuntura catastrófica aún haya quien lleva la mascarilla por debajo de la nariz, que es como no llevarla, quien se junta en una plaza para beberse unas litronas o quien organiza fiestas domésticas para sobrellevar —o mejor decir, para soslayar— el aislamiento social, resulta lacerante.
Casi igual de triste que resulta ver a los dos partidos mayoritarios de Ibiza, PP y PSOE, acusarse mutuamente de mala gestión, de no sé qué de las donaciones en vida o de las ayudas a familias vulnerables. Unos diciendo una cosa y los otros la contraria, a ver a quién te crees. Y Unidas Podemos proponiendo que se contrate a 200 personas (cuyo sueldo pagará usted, querido lector) para no sé qué ocurrencia de la “economía circular” y para que se recicle más, como si en Ibiza no estuvieran yendo todos nuestros residuos al hoyo de Ca na Putxa.
Como si no hubiera pandemia y estuviese el horno para los bollos que habitualmente cocinan en los plenos municipales y en el Consell d’Eivissa, plagados de asuntos intrascendentes que desde sus direcciones foráneas les ordenan plantear para desgastarse políticamente unos a otros.
Nuestros políticos siguen de botellón como si no tuviésemos un hospital de pandemias.