Laura Ferrer Arambarri / Maria Ferrer Palau y Maria Costa Torres tenían solo 17 años cuando se escaparon de casa. No fue un día cualquiera. Era el 10 de agosto de 1936. Su objetivo era unirse a la columna de combatientes del Sindicato del Transporte Marítimo de la CNT que había desembarcado en la isla pocos días antes… y lo consiguieron. Unos días después desembarcaron en Mallorca con las fuerzas del capitán republicano Alberto Bayo y combatieron en varias plazas de la isla hasta que abandonaron Baleares el 3 de septiembre del 1936. De allí partieron a Barcelona y, después, hacia el frente de Aragón en la llamada Columna Roja y Negra. Maria Ferrer murió en el frente mientras que Maria Costa se exilió en Francia.
Un misterio rodea la historia de una de ellas. Una placa de mármol en el cementerio del pequeño pueblo de Igriés, de poco más de 700 habitantes y ubicado en la provincia de Huesca, recuerda a Maria Ferrer con la inscripción: A la memoria de María Ferrer Palau. Recuerdo de su compañero Manuel Montes.
Durante décadas y cada 14 de abril (fecha que recuerda el día de la proclamación de la II República en 1931) aparecieron flores depositadas sobre la lápida. Una historia en la que no faltan secretos y medias verdades y que sale a la luz gracias a los historiadores Gonzalo Berger y Tània Balló (impulsora del proyecto transmedia y autora de Las Sinsombrero) en el libro Les combatents. La història oblidada de les milicianes antifeixistes, editado por Rosa dels Vents, y que ha documentado una a una 1.195 combatientes antifascistas organizadas en Cataluña.
Hablamos con Gonzalo Berger sobre esta historia y sobre un libro que ha querido recuperar la realidad de las mujeres en el frente de la Guerra Civil tal y como es, sin las distorsiones y ninguneos habituales.
¿Qué han querido recoger en Les combatents?
Trabajamos sobre la invisibilización de las mujeres combatientes durante la Guerra Civil y el libro, que avanza cronológicamente desde los años de la República hasta final de la Guerra Civil y el exilio, se construye a través de las historias personales de estas mujeres que, al final, explican una historia colectiva. Recogemos las historias de las mujeres que lucharon en la organización de las milicias catalanas, que incluye aragonesas y baleares.
Al hombre se le atribuye ese punto romántico de defensa de la República y de unos ideales, en cambio, a las mujeres se les atribuye un papel sometido o subordinado a los hombres; un papel testimonial fruto de la propaganda.
¿Ha habido entonces invisibilización en este ámbito con respecto a los milicianos hombres?
Sí, por descontado. Ha habido una clara invisibilización histórica. A menudo se construyeron relatos que las minimizaban o que les atribuían roles que no eran exactamente los que cumplieron muchas de ellas. Decían, por ejemplo, que no estuvieron en el frente o que estuvieron muy poco. Que eran enfermeras o que iban detrás de los hombres. Al hombre se le atribuye ese punto romántico de defensa de la República y de unos ideales, en cambio, a las mujeres se les atribuye un papel sometido o subordinado a los hombres; un papel testimonial fruto de la propaganda.
Intentamos desmontar en el libro esas ideas que se han asentado por muchos motivos: por la imagen que se ha dado en el cine o en los propios estudios historiográficos. Lo hacemos a partir de un estudio de base muy trabajado, acurado, que profundiza en las biografías.
¿Entonces las mujeres tuvieron un papel muy importante en el frente?
No se trata de mostrar que tuvieron un papel muy importante sino de hacer un reflejo de la realidad. Evidentemente las mujeres en el frente estaban en un número residual con respecto a los hombres; es verdad que era un espacio reservado a la masculinidad y tabú para las mujeres hasta ese momento. Pero, por pocas que fueran o muchas, son importantes por el hecho de que dieron ese paso rompedor de participar directamente en un conflicto armado, algo que hasta la fecha no se había producido o con muy pocas excepciones en la historia europea.
Por pocas que fueran o muchas, son importantes por el hecho de que dieron ese paso rompedor de participar directamente en un conflicto armado, algo que hasta la fecha no se había producido
¿Cómo llegan a la historia de María Costa y María Ferrer?
Nosotros llegamos a ellas, sobre todo en el caso de Maria Ferrer, porque nos impactó su historia. A ella la teníamos documentada en su alistamiento en Barcelona y, por ello, nos constaba como una miliciana de Barcelona. Pero encontramos otro listado con las fuerzas reembarcadas desde Mallorca donde salía este nombre y constaba como ibicenca. Es decir, que había salido de Ibiza cuando pasó por allí la expedición de Bayo y había participado en los combates en el frente de Mallorca para después ir a Barcelona con el reembarco de esas fuerzas y, de ahí, había partido hacia el frente de Aragón, donde murió. La dos eran de la ciudad de Ibiza, de la zona vieja.
Y llegan hasta la lápida…
Tània Balló y yo nos fuimos hasta el pueblo de Igriés y encontramos una lápida donde está ella enterrada. Efectivamente había una tumba de Maria Ferrer. Encontrar una lápida así es atípico cuando se habla de milicianos porque, después de la guerra, los falangistas se encargaron de destruir las tumbas de muchas de estas personas enterradas en las zonas del frente o de llevarlas fuera del cementerio. En el caso de Maria Ferrer ha seguido allí… hasta hoy.
En el pueblo nos explicaron, además, que hasta hace pocos años cada 14 de abril alguien colocaba un ramo de flores sobre la lápida. Son pueblos muy pequeños que vivieron una represión durísima y… cuidado, algo así no era broma. Nos sorprendió la existencia misma de la lápida. Nos explicaron que, años después de la guerra, un antiguo miliciano había ido y había colocado esa lápida allí. Hay que pensar que fue en los años 40, cosa que también nos sorprendió porque hablamos de pleno franquismo. También es sorprendente que alguien sistemáticamente depositara unas flores allí.
Fusilaban a la gente por mucho menos que por poner una placa en recuerdo a una miliciana muerta.
¿Podría ser el propio Manuel Montes?
No, era alguien del pueblo. De Manuel Montes sabemos que fue un miliciano andaluz del Transporte Marítimo y que se conocieron en Mallorca. Sabemos que fue él quien coloca la placa. Fusilaban a la gente por mucho menos que por poner una placa en recuerdo a una miliciana muerta. Pero él volvió y lo hizo y, además, está enterrada dentro del cementerio.
¿Quién ponía entonces las flores en la lápida de la ibicenca?
Alguien del pueblo, decían que una mujer mayor. O que se iban turnando varias personas. Lo que sabemos es que esa historia tuvo un impacto en el pueblo, aunque fue silenciada. Y las flores un 14 de abril… es una cuestión política, claramente. La muerte de esta miliciana causó tal impacto que, durante muchos años y manteniendo en el anonimato a quien lo hacía, se depositaban esas flores. La represión en Aragón fue muy dura en estos pueblos tan pequeños.
¿Han podido saber más de Maria Ferrer, sobre su familia…?
No pudimos profundizar mucho más en su figura porque el acceso a fuentes documentales es complicado. Hicimos unas primeras indagaciones en Ibiza y sabemos que era del casco antiguo, pero es un apellido bastante frecuente y no pudimos averiguar mucho más.
¿Y qué pasó con Maria Costa?
Maria Costa sobrevivió y se exilió en Francia. Después regresó a Barcelona tras la muerte de Franco, donde murió durante la Transición. Ha sido a raíz de la publicación del libro cuando han llegado a nuestras manos unas memorias inéditas de un anarquista muy importante de Baleares, Tòfol Pons, que habla de ellas. Él narra en sus memorias que, cuando estaban en Ibiza previamente al desembarco en Mallorca, se presentaron dos chicas que llegaron al puerto y que dijeron que querían combatir por la República. Él afirma que estas dos ibicencas fueron unas valientes, que estuvieron en primera línea del frente. Tras la retirada de Mallorca, ambas se alistaron en Barcelona en la Columna Roja y Negra para luchar en el frente de Huesca.
Hay versiones respecto a que Maria Ferrer no murió en el frente sino que se suicidó por amor.
Claro, lo he leído, es un tema muy delicado y una cuestión muy subjetiva. ¿Qué es suicidarse por amor?, ¿qué es tener una actitud suicida en el frente?… yo con estas cosas soy muy precavido porque el suicidio es una cosa seria. No digo que no sea cierto pero sí que yo no lo voy a afirmar nunca: no hay un documento que lo diga. Además hay algo que sucede bastante con las mujeres porque, como te explicaba al principio, se construye un relato sobre ellas. A veces ha sucedido que en los entornos de estas mujeres y para quitarle un poco de hierro a la cosa se atribuyen este tipo de cosas a la feminidad: «Una mujer que fue a la guerra pero se suicidó por amor».
A veces ha sucedido que en los entornos de estas mujeres y para quitarle un poco de hierro a la cosa se atribuyen este tipo de cosas a la feminidad. «Una mujer que fue a la guerra pero se suicidó por amor».
Es decir, que prefieren decir que se suicidó por amor a que ha muerto en el frente.
¿Cómo interpretamos eso del suicidio? ¿A lo mejor durante un ataque ella decidió que se quedaba mientras daba la oportunidad a los otros de irse? ¿Defendió a alguien y perdió la vida? ¿A eso se le dice suicidarse por amor? Es decir, no es infrecuente, porque nos hemos encontrado otros casos, en los que el relato familiar atribuye a la mujer ese punto de feminidad que le resta valor a su participación en la guerra. Eso de: se fue detrás de un hombre, estaba enamorada, se suicida por amor. Este tipo de cosas. A mí no se me ocurre cómo te puedes suicidar por amor en el frente del Aragón pocos meses después de salir de Baleares. Estaba, además, en un lugar complicado, con armamento deficitario, aguantando el frío, las inclemencias del tiempo… se podía ir cuando quisiera, además, porque era voluntaria y no un soldado obligado a estar en el frente.
¿Por lo que se sabe ellas iban muy convencidas al frente?
Es más, el propio Tòfol Pons relata que los padres de ellas exigen que les sean devueltas y ellas dicen que de ninguna manera, que quieren luchar por la República y no quieren volver. Son plenamente conscientes y autónomas y asumen la responsabilidad y el riesgo que implica una guerra. Ya lo viven en Mallorca y, al ir a Barcelona, deciden que continúan en Aragón.
Hemos documentado también a cinco mujeres en Mallorca en septiembre de 1936, de las que solo había una foto antes de ser fusiladas. Hemos descubierto que una de ellas aparece en la foto de la portada de la revista Life cuando partía el batallón hacia la isla y que las otras cuatro salen en una fotografía de Robert Capa del mismo día. Las familias, a día de hoy, sostienen que eran unas pobres enfermeras que habían ido allí medio engañadas, pobrecitas. Nosotros documentamos que eran unas mujeres muy cañeras del batallón femenino de Barcelona, comunistas militantes, que habían recibido instrucción militar y que iban como combatientes. La familia quería mantener el relato de que eran unas chicas a las que medio las habían engañado para ir, que eran enfermeras y que no habían disparado nunca.
Unos ideales similares a los de las ibicencas…
Las mujeres que deciden participar en una guerra son mujeres muy decididas que rompen todos los límites, y creo que en el caso de las dos chicas de Ibiza eran así. Que esté enterrada dento del cementerio tampoco me liga mucho con el tema del suicidio, porque ya sabes que alguien que se suicidaba no se podía enterrar en camposanto. Es totalmente enrevesado pensar en que un párroco acceda a enterrar en el cementerio de la iglesia a una mujer miliciana muerta de una columna de anarquista ¡y que se supone que se ha suicidado!
Las mujeres que deciden participar en una guerra son mujeres muy decididas que rompen todos los límites, y creo que en el caso de las dos chicas de Ibiza eran así.
Otro tema controvertido es la idea extendida de que las mujeres en el frente estaban ahí para prestar servicios sexuales. El propio Tòfol Pons parece que tiene que justificar que no tuvieron sexo con María Ferrer y María Costa.
La mayoría de los que describen a las mujeres combatientes lo hacen como iguales, personas que están en el frente como ellos, que creen en lo que hacen. Se las respetaba y eran punta de lanza de ese movimento. He visto muchos informes de Falange de los años 39 o 40 atribuidos a milicianas y la palabra que más abunda es ramera. Toda mujer que no fuese obediente o disciplinada con respecto a su padre, marido o hermano y que conviviera con hombres de una manera libre era una ramera, una puta, porque no estaba en su casa haciendo lo que tenía que hacer.