Mi hija mayor nació a las cuatro de la madrugada, y antes de las siete ya había un ingeniero de caminos y dos empleadas de banca en la habitación del hospital advirtiéndome que no la cogiera tanto en brazos porque “verás cuando tenga quince años”. Más tarde desfilaron a los pies de mi cama varias tías abuelas, tres primos, un señor pelirrojo al que no había visto en la vida y una pastora evangelista. Todos sin excepción me recomendaron que dejara a la niña llorando en la cunita o que me atuviera a las consecuencias quince años después. Como buena mamá primeriza estaba cagada de miedo, así que pregunté a cada una de aquellas personas qué iba a pasarme el mes de mayo del año 2021. Y, una por una, respondieron arqueando una ceja y apretando los labios. Parecía que guardaban un secreto que yo, como madre, debería conocer.
Pasó el tiempo y aprendí a ignorar a los agoreros, a responder con una patada en el culo a quien viniera con consejos que no había pedido, a criar a mi manera, a responder sí a todo y a seguir a lo mío. Admito que, a pesar de la seguridad en mí misma que he ido adquiriendo con los años, siempre he sentido sobre mi cabeza la espada de Damocles de las quince primaveras. ¿Qué iba a pasarme cuando mi hija atravesase ese umbral, embriagada de púberes hormonas?¿Qué desgracias nos aguardaban?¿Qué castigo íbamos a recibir por los largos ratos que había pasado en mis brazos, por las siestas juntas a baba caída, por las veces que le dije que sí cuando podría haberle dicho que no? Tales eran mis preguntas y mis temores, ya que fue en momentos de atenderla o escucharla cuando recibí las severas amenazas que culminaban con el tan repetido “verás cuando tenga quince años”. Imaginaba a la niña, que ya me ha puesto la orden de alejamiento del instituto y que procura que no me acerque demasiado a sus amigos, saltando de nuevo a mis brazos sin tener en cuenta que me pasa dos cabezas; o peleándose con su padre, con su hermana y con nuestros dos gatos para quedarse con el lugar de la casa más preciado por las noches: a mi lado. He pasado veladas de sudores fríos temiendo que me exija que vuelva a cantarle la de “Pimpón es un muñeco” mientras me acaricia una teta o, peor, que exija que la baje del coche montada a caballito.
Mi hija cumplió quince hace siete días y nada de eso ha ocurrido. Ah, pero no suspiren aliviados. No crean que mis amables consejeros exageraban o que no me iba a encontrar, en esta fecha, ante un peligro inminente. Voy a desvelar, por consideración hacia madres más jóvenes, a qué se refería mi atento equipo de asesores con sus advertencias.
Para empezar, ellos ya sabían que la chavala celebraría su cumpleaños en plena pandemia mundial. Sabían que, por su avanzada edad, le estarían vetados los parques y las zonas de juego, que las cafeterías estarían cerradas por las tardes y que solo le quedarían los bancos de las plazas. Sabían que una policía que se había acostumbrado en los meses de confinamiento a abusar de su autoridad le pediría la documentación un día sí y otro también, que en alguna ocasión la insultarían y que, por norma general, la tratarían a patadas.
Sabían que iba a presenciar la paliza que recibió su mejor amiga en el patio del instituto. Que le tocaría presentarse en los juzgados y declarar como testigo. Que no dudó ni un momento que era en ese lugar preciso en el que debía estar porque las conductas de bullying son intolerables.
Sabían también lo del desorden de su cuarto y de su armario, lo de la empanada mental, lo de los ataques de risa histriónica por nada, lo de los atracones de Choco flakes y lo de las redes sociales.
Sabían todo eso y solo me queda preguntarme por qué lo relacionaban con los brazos, las nanas o el sitio que escogía para dormir. No se me ocurre en qué habría mejorado su vida dejarla llorando en la cunita o dormirla sin cantar. Está claro que el paso del tiempo desvela algunos misterios de la maternidad, pero no todos.
Gracias por tu honestidad y tu clarividencia. Ningún presagio evitó que disfrutaras de tu hija con todo el amor, y la ingenuidad de aquella que va aprendiendo , viviendo.