@David Ventura/ ¿Se puede echar de menos a alguien que no has conocido? ¿Se puede lamentar la pérdida de alguien con quien nunca hemos cruzado una palabra como si se tratara la muerte de un amigo de la infancia? Porque con Sergio Algora me pasa exactamente lo mismo. Pienso en Algora como en un colega que se extravió, que se bajó del tren, que nos dejó hace tiempo y que es preciso recordar cada vez que se cumple el aniversario de su pérdida.
El Niño Gusano fue el mejor grupo español de los 90. Han pasado casi 20 años de la publicación de su primer lp, ‘Circo Luso’ (1995) y aguanta muy bien el paso del tiempo, cosa que se puede decir de muy pocos discos de pop o rock español de esa época. De El Niño Gusano se decía que hacían psicodelia (lo cual era cierto) y que eran surrealistas, algo con lo que disiento. Para surrealismo y nihilismo dadaísta, lo que cantan Bisbal y Bustamante. Las letras que escribía Algora, en cambio, hablaban de mí, eran el reflejo de mi alma. Imposible no sentirse identificado con versos como “Yo tengo entre mis manos extrañas espinas de cactus / llevo años planeando la caricia que aún no he dado” o “Las grandes reinas de mis sueños / se convirtieron en sonrosados cerdos. / Cangrejos vivos pilotan mi cuerpo / telas de araña me sirven de lecho”. Como no sentirse conmocionado con los versos que abrían su segundo disco, ‘El efecto lupa’ y que rezaban “Una vez que puse mi mente hecha pedazos / en la máquina de exprimir naranjas / salió un líquido blanco que servía / como combustible para cualquier nave”.
El Niño Gusano nunca fue un grupo bravucón de declaraciones quedonas, abominaban del postureo, en las entrevistas eran muy educados y, fuera del escenario, trataban por todos los medios de intentar pasar desapercibidos. La antítesis de lo que debe ser alguien que quiere dedicarse a esto de la música popular. Gente adorable, en definitiva. En el año 1997 los vi en directo en el festival de Benicássim. Yo tenía 22 años. Imposible olvidarlo. El escenario estaba lejos, se oia como el culo, pero había miles de personas, yo estaba borracho y El Niño Gusano era mi grupo.
Sergio Algora era Zaragoza, como lo era también Félix Romeo. Algora -o Algoravía, o Algoritmo, le gustaba jugar con su nombre- publicó poesia -sus versos se pueden encontrar en este blog que, cinco años después, sigue intacto-, narraciones, una obra de teatro y formó otro grupo inborrable: La Costa Brava, a medias con Fran Fernández, y nos dejó canciones que son hits emocionales. Como leí no se donde: “Si no te gusta esta canción, no te gusto yo. Porque yo soy esta canción”. Una de esas fue ‘Natasha Kamputsch (Hazme una perdida)’: “Juntos los dos, juntos los dos / Hoy quiero que parezca que nunca fuí tan feliz / Hoy quiero que parezca que siempre todo estuvo bien / Saber y perder, es lo que hice siempre / Saber y perder, lo tengo por costumbre”.
Recuerdo perfectamente cómo me enteré de su muerte. Recuerdo el instante en el que leí la noticia ojeando La Vanguardia. Recuerdo que desayunaba un bikini. Recuerdo que estaba en la cafetería La Plaça de la plaza del mercado de El Clot. Recuerdo que estaba en Barcelona y que dos días antes tenía previsto ir a Zaragoza para visitar la Expo y, a la noche, ir al Bar Bacarach y intentar conocer en persona a Sergio. No pude ir a Zaragoza hasta tres años más tarde. Esa noche, en el bar de Sergio, me acordé de 1995, cuando oir hablar por primera vez de ese tal Algora. Me comparé conmigo mismo, el de 2011. Pensé que todas las piezas de mi vida empezaban a encajar y que había dado un largo rodeo -quizás demasiado largo- pero que el viaje habia valido la pena. Pedí un gintonic y brindé por Sergio. Algora Campeón.