No conozco a ningún ibicenco que no se haya alegrado con el anuncio de la intención del Ayuntamiento de Vila de nombrar Hija Adoptiva a Concha García Campoy. Muchos, incluso, se han sorprendido al leer que la periodista, tan querida en nuestra isla, nació en Terrassa, ya que siempre hacía gala de su ibicenquismo con mucho orgullo.
Ningún verano falló a su cita con la isla y siempre se prestó a ayudar cuando las instituciones le solicitaron echar una mano en cuestiones culturales y de promoción turística. Pero, lo más importante, Concha fue profeta en su tierra, en su tierra de adopción pero su tierra de corazón. De ella hablaban igual de bien políticos que peluqueras, tenderos, dependientas, camareros… Era imposible resistirse a su sonrisa, acogedora y cálida. Indefectiblemente, cada vez que su voz de ciencia ficción sonaba en la radio o en la televisión alguien decía con ilusión «¡Es ibicenca!».
Por todo esto y mucho más, no creo que haya ibicenco que no esté complacido con el nombramiento de Concha García Campoy como Hija Adoptiva de Eivissa, pero en algo hemos fallado estrepitosamente y es en no haberle concedido el título mucho antes, cuando nuestra ibicenca hubiera podido celebrarlo con su familia. La periodista habría recogido el premio emocionada, acompañada por sus amigos, los antiguos a los que tan bien cuidaba y los nuevos, por su familia y, por supuesto, por los ibicencos que la hicimos nuestra sin atender a lo que ponía su DNI.
Que no vuelva a pasar. Ofrezcamos los homenajes a los vivos, cuando puedan festejarlo, cuando puedan lucirlos y hacer gala de ellos con todo el orgullo del mundo. Se lo debíamos a Concha y llegamos tarde.