Venga, mordamos el anzuelo de C. Tangana. Hablemos de la foto que ha sido un triunfo del equipo de marketing del cantante. Porque es una foto que está hecha para que hablemos de ella. ¿Deberíamos hablar de ella? Tal vez no. ¿Creo que hay que hablar de ella? Desgraciadamente, sí.
C. Tangana marca la agenda. También la marcan Zahara y Almodóvar. Hay tal saturación de imágenes para tragar cada día que elegimos las que nos entran por los ojos. Religión, pezones, pseudoporno sobre yate en Ibiza. Provocación.
Pero no metamos a todos en el mismo saco, que una cosa es la creatividad con punto polémico y otra muy diferente hacer un volquete de carne sobre la proa de un yate.
Veo un mostrador de carne. Veo carne femenina al servicio del talento masculino. Me huele a rancio, me recuerda a Hugh Hefner, me remite a todo el universo machista de cantantes medio-feos-medio-enclenques que se rodean en sus videoclips de pibones rebotando nalgas.
En este yate hay que buscar a C. Tangana como a Wally en una carnicería. Entre pechuga y pata, hay cantante.
Una de las mujeres, a cuatro patas y en primer plano, ya no es carne sino mesa. Actúa como mesa sobre la que se posa una copa, para colmo de la cosificación.
Pero hay gente inteligente que me dice que no. Que lucir el cuerpo como una quiera y donde una quiera es empoderamiento. Empoderamiento. Esta gente inteligente me recuerda que durante siglos a la mujer que enseñaba un tobillo la llamaron puta. Y que ahora que por fin estamos en nuestro derecho de enseñar todo lo que queramos, en la postura que queramos y como queramos nos siguen llamando putas.
Me dicen que Britney Spears y Madonna bailan rodeadas de chicos musculosos semidesnudos, untados en aceite y que nadie se queja. Que los integrantes del Pit Crew de Ru Paul Drag Race se pasean en gayumbos de licra en cada programa y que no pasa nada. Que si fueran chicas, ardería Netflix.
Me hacen dudar. Lo reconozco. Puede que me equivoque.
Pero vuelvo a mirar la foto y digo: Ay. Los creativos publicitarios sin ideas recurren a los bebés, a los cachorros y las mujeres semidesnudas cuando la bombilla no se les enciende. Es el gancho. Nada es nuevo, todo está inventado. Volvamos a la apuesta segura. Tías en bikini.
Vuelvo a mirar la foto y digo: ¡es que además es en Ibiza! La gente acumula imágenes de un sitio y asocia ideas. Les contaré algo: Hace unos días, en un restaurante, un grupo de 15 tíos peninsulares reclutaba mujeres para una fiesta en su casa. En su villa, perdón. Mientras uno hablaba de pie con unas chicas otro le avisaba desde la mesa de que ya había llegado la carne que habían pedido para cenar.
—Eh, dejadme algo de carne, que yo me estoy encargando de la carne para la fiesta.
Carne para la fiesta. Pechuga, zanco, alita.
Observo de nuevo la imagen y no lo puedo evitar. Me desagrada. No entiendo donde está ahí el empoderamiento del que hablan algunas personas.
¿No será que el sistema, el mismo sistema de siempre, se está ocupando de que las mujeres volvamos al redil de alguna manera? ¿De que nuestra idea de empoderamiento no sea aspirar al verdadero poder de dirigir una empresa, un país o un periódico, por ejemplo, sino que nuestra idea de empoderamiento sea la tener unos cuerpos perfectos con los que retozar sobre un yate con to’pagao por el ídolo de turno?