Javier Alonso / «Me tenía que haber vacunado». La frase la pronunció hace unas semanas un paciente «de 50 años y pico» del Hospital Son Espases de Palma, al entrar en la UCI, cuando el médico intensivista José María Polo le tranquilizaba y le explicaba que le intubarían y dormirían para que pudiera descansar porque la covid-19 había fatigado mucho su organismo.
Este paciente es uno de los últimos que ha tratado el doctor Polo tras más de 40 años velando por los enfermos críticos en las unidades de cuidados intensivos de este hospital y, antes, del antiguo Son Dureta.
Se jubiló el 30 de julio y, en una entrevista con Efe, repasa lo que ha supuesto para él esta pandemia y asevera: «Da mucha impotencia y rabia ver a pacientes en la UCI no vacunados».
El médico explica que es algo «muy desagradable» para los médicos y las familias ver a una persona debatirse entre la vida y la muerte cuando ha tenido «a mano» la posibilidad de «tratar de evitar» la enfermedad.
Las últimas cifras de Son Espases revelan que ocho de cada diez enfermos graves con covid que llegan a la UCI no están inmunizados (80 %), el 15 % han recibido la primera dosis o aún no ha hecho efecto la segunda y el 5 % sí están protegidos, aunque en este caso se trata de personas mayores que, debido a otras patologías, tienen muchas posibilidades de morir.
«Las vacunas son un salvavidas inesperado que nos han lanzado porque nos ahogábamos», resume. Se dispensaron con celeridad, sin concluir todas las fases de los estudios científicos, porque «la gente se moría a chorros», explica el especialista.
En su opinión, no existe «ningún fundamento científico» para no vacunarse y sí una evidencia científica del 90 % de la eficacia de las vacunas: «La Medicina ha dado pasos de gigante con la covid», se muestra convencido.
El intensivista puntualiza que, según su propia experiencia familiar, no es partidario en ningún caso de obligar a nadie a vacunarse y que el único modo de convencer a los negacionistas es desde el «corazón» y no desde la frialdad de los datos: «No hay que censurar, ni agraviar a nadie, sencillamente animar» a proteger la salud propia y la de los demás.
El galeno resalta que el porcentaje de gente que no se quiere vacunar en España es «casi residual» y donde sí existe un «problema severo» es en Francia o Estados Unidos, debido a la «politización» de la inmunización con posturas «sin base científica».
Sin las vacunas, esta quinta ola en España, que ha sido «muy virulenta» en Baleares, habría sido «un auténtico incendio incontrolado» con hospitales de campaña incluidos, afirma seguro el doctor Polo, por la agresividad y capacidad de contagio de la variante delta entre los jóvenes de 10 a 30 años.
Las personas de este grupo de población, según lo que él ha vivido en el hospital, han sido los «grandes transmisores» en esta última ola, con consecuencias muy negativas para las personas mayores, como sus abuelos, con los que conviven o tratan y que, a pesar de estar vacunados, han terminado en la UCI e incluso perdiendo la vida.
Por eso, con los datos actuales de incidencia de la covid-19, no cree «lógico» abrir el ocio nocturno, «en absoluto», apostilla, porque está comprobado que los lugares cerrados y no llevar mascarilla son una combinación perfecta para la transmisión.
Este profesional de la zona de críticos responde que «uno se acostumbra a ver morir a la gente» porque «hay que volver a casa», pero una «cosa es acostumbrarse y otra cosa es ser indiferente», aclara.
«Te sabe muy mal cuando se muere un enfermo, por él y por la familia y también por ti», relata el intensivista, que explica que «lo que es muy duro» de su profesión es «dar malas noticias». «Ver el sufrimiento ajeno afecta, eso te deja una marca sin duda, no te acostumbras nunca».
Sobre todo resultó muy difícil la primera etapa de la pandemia cuando no se permitía a los familiares visitar los hospitales: «Al acabar de ver a los enfermos, comenzabas a llamar y, por lo general, a dar malas noticias, y entonces escuchabas llorar a la gente por teléfono».
«A todos los enfermos siempre hay que tratarlos maravillosamente, en las circunstancias que sea y salvar su vida en la medida que se pueda», afirma el doctor Polo, para quien «el optimismo realista es una buena terapia».
Si pone algún pero a su trayectoria de 40 años, el galeno afirma que le hubiera gustado «ser mucho más amable con los pacientes», algo que siempre ha procurado porque «el trato con el enfermo es decisivo».
«Con la ley en la mano», este profesional podría seguir dos años más en la trinchera de la UCI, donde se trabaja 24 horas los 365 días al año, pero no lo hará. «El covid me ha puesto en mi sitio y me ha dicho: José María, esto a lo mejor ya no es para ti».
Las razones son la presión, la ansiedad, las jornadas interminables, la obligación de dar malas noticias y el sufrimiento vivido por él y miles de profesionales de la Sanidad, incluido el personal de limpieza de los hospitales, que se enfundaba cada día los equipos de protección para limpiar la UCI: «Todos ellos han realizado un trabajo maravilloso, en ocasiones me ha emocionado la valentía de estas personas».
EFE