Procede, en primer lugar, felicitar a Vicent Ribas Prats por su nombramiento como obispo de la diócesis de Eivissa y Formentera y desearle éxito y aciertos en su tarea pastoral. Ser cabeza de la Iglesia católica en las Pitiusas no debe ser fácil, por más que él venía siéndolo de facto como administrador apostólico desde la marcha de monseñor Vicente Juan Segura, el segundo obispo que más tiempo ha desempeñado su cargo en la historia de la diócesis.
Muchos podrán pensar que en nada les afecta que el papa Francisco designe a un ibicenco como obispo, pero se equivocan porque no recae sobre él únicamente la tarea pastoral propia de la Iglesia, sino que también debe colaborar estrechamente con los ayuntamientos y con el Consell d’Eivissa para el adecuado desempeño de la función social que la Iglesia católica presta en multitud de ámbitos, a favor de las personas más desfavorecidas de nuestra sociedad.
Monseñor Vicent Ribas es ibicenco y conoce perfectamente la sociedad pitiusa y los problemas que la aquejan. Quienes le conocen dicen que es alguien sensible y cercano. Que huele a cordero, como diría el papa Francisco. Y eso es algo muy necesario porque en ocasiones el clero se ha mostrado alejado de las preocupaciones de los fieles.
Hay quien morbosamente trata de sacarle un titular sobre el episodio de abusos sexuales que investiga la Justicia, pero en los últimos tiempos la Iglesia ha mostrado sobradamente su nula tolerancia hacia los sospechosos de un comportamiento tan detestable, así como su cercanía hacia las víctimas. Aunque seguro que aún se puede hacer mucho más y confiemos en que el nuevo obispo sea valiente en este asunto.
La Iglesia necesita pastores sensibles y cercanos, ajenos al poder y comprometidos con los pobres, los enfermos, los presos, los discriminados y los humildes en general. La sociedad pitiusa los necesita. Confiemos en que el liderazgo de monseñor Vicent Ribas será propicio al mensaje renovador y próximo del papa Francisco. Y que sea profeta en su tierra, algo nada fácil.