Una de las tradiciones más arraigadas de la especie humana es la de prohibir, dificultar, borrar u ocultar la escritura de las mujeres. Gracias a esta costumbre tan ingeniosa, nunca sabremos cuántas grandes obras se han perdido desde Safo hasta nuestros días, cuántas escritoras ilustres se ahogaron en un mar de impedimentos, reproches, desprecios y horas extra de tareas domésticas que alguien les buscó para que las cabezas se les vaciasen de pájaros.
“Ah, pero eso fue hace muchos años, en la época de Emily, Charlotte y Anne Brönte escondidas tras los inexistentes hermanos Bell, en los tiempos remotos de Fernán Caballero, Georges Elliot, George Sand y demás mujeres que prefirieron que sus nombres no figurasen junto a los títulos de sus obras”, dirán algunos. Bueno, que le pregunten a J.K.Rowling, que ocultó su nombre de pila para que nadie sospechase que tras la invención del niño mago Harry Potter había una señora. Que averigüen cuántas obras firmadas por hombres salieron de la mente y la pluma de una mujer. Que pregunten a escritoras como Siri Hustvedt si no están un poquito hartas de que se ponga en duda su habilidad literaria o la propia autoría de sus obras por estar casadas con un escritor conocido (en este caso, Paul Auster). Que lean cómo se ha negado la feminidad de determinadas autoras –Sylvia Plath, Ursula K. Le Guin– por considerar que escriben demasiado bien para ser mujeres. Que se pongan en la piel de las miles que dedican muchas más horas al día a las tareas domésticas y de cuidado que sus parejas hombres, a ver si les quedan ganas de sentarse a escribir después de fregar los platos de la cena.
Dicen que estas diferencias tan folclóricas entre hombres y mujeres en literatura pertenecen al pasado y, sin embargo, al comprobar que los libros de Gerónimo Stilton se vendían como churros y que los leían tanto los niños como las niñas, a alguien le pareció oportuno sacar una línea Stilton para niñas, un producto con menor número de páginas, menos tapa dura y menos ilustraciones pestilentes. Así nació Tea Stilton, la hermana del ratón detective, unos libros finitos de lomo rosa que parecen creados para recordar a las jóvenes lectoras cuál es su lugar en la literatura: pequeño, discreto, sonrosado y siempre a la sombra del protagonista varón. Ahora las niñas leen a Gerónimo y también a su hermana Tea y los niños leen a Gerónimo y arrugan las narices cuando les ofreces un ejemplar de Tea. Por otra parte, el nombre de la autora de la colección, Elisabetta Dami, no aparece en los libros. Otra que se esconde, ya es casualidad.
Está claro que ocultar y arrinconar a las mujeres en literatura es uno de esos clásicos que no pasan de moda. Por si quedan dudas, basta consultar la lista de ganadores de algunos premios relevantes a nivel nacional: en los últimos veinte años, solo tres mujeres han ganado el Cervantes, dos el Nacional de Narrativa y seis el Nacional de Ensayo. Vaya, vaya. ¿Seguro que se premió a los mejores?
En estas estamos cuando llegan los vencedores del spot publicitario Premio Planeta: tres señores con carreras literarias consolidadas y contactos en el mundo editorial que tuvieron la ocurrencia de unirse y buscarse como seudónimo un nombre de mujer. Aseguran que escogieron el alias en minuto y medio y sin darle demasiadas vueltas. Qué suerte poder ser tan ligerito de cascos. Qué bien que te dé lo mismo llamarte Carmen que Rodolfo.
Justo me estaba preguntando qué pensarían esos hombres al ver su novela incluida entre las listas de autoras recomendadas, en esos espacios chiquititos que de vez en cuando se reservan a las escritoras, cuando me topé con fragmentos de varias entrevistas en las que respondían fingiendo ser una mujer. Qué bochorno que tres señores se recreasen explicando el significado de ser mujer y escritora. Qué vergüenza ajena leer cómo citaban alguno de los libros que habían escrito con su nombre real cuando pedían a la susodicha e inexistente autora que recomendase alguna lectura. Qué manera de usurpar nuestros espacios, de robarnos la voz. Qué egos tan descomunales.
Todo quedaría en una metedura de pata si no tuviésemos ejemplos tan recientes de mujeres de verdad que eligen esconderse para que los hombres y los niños las tomen en serio y se dignen a leer sus obras, para que se les tenga al menos la misma consideración y respeto que se otorga gratis a cualquier señor mediocre. Me gustaría creer que ha sido un error fruto de la ignorancia, pero es imposible que estos tres autores desconozcan las dificultades para escribir, publicar y vender que vivimos las mujeres. Lo saben, y les ha dado igual. Carmen Mola no es solo un seudónimo; también es un insulto.
Oti Corona
Jugada magistral de estos tres escritores, para saltarse, a la torera, esta tendencia impuesta que prima el sexo- que no género- por encima de la calidad literaria… aplaudo
Nadie se ha planteado que si los tres autores han elegido un nombre de mujer para publicar es simplemente porque sabían que les iba a ir mejor así?