“En mi pueblo, sin pretensión, tengo mala reputación. Haga lo que haga es igual, todo lo consideran mal”, dice una canción de Loquillo muy popular en los ochenta, versionando un viejo tema de George Brassens. Las conexiones neuronales me la traen sistemáticamente a la cabeza cada vez que escucho a determinados personajes del ocio ibicenco quejarse por las críticas que les dedica, de forma cada vez más expansiva, la población isleña.
Desde que existen las redes sociales y estas ejercen como colutorio comunal, hay temas puntuales que despiertan discusiones encendidas y hasta sacan a la carcundia de la cueva donde hiberna. Sin embargo, ningún asunto genera tal furor y de una forma tan prolongada en el tiempo como el de las discotecas y los beach clubs. Hay un aluvión de ibicencos hastiados por la irreverencia y los abusos de una parte sustancial de esta industria, que destilan pestes cada vez que irrumpe una nueva noticia. Y a estos trata de aplacarlos un ejército de trolls que, a poco que se rasque en sus perfiles, lo integra una tropa de empleados de la industria con afán de ganar puntos o que directamente cumple órdenes.
La réplica oficial del sector, en todo caso, siempre es la misma: que se mete a todos en el mismo saco, que sin esta industria seguiríamos sembrando patatas y esquilando ovejas, bla, bla, bla. Tirando de técnica goebbeliana, el mensaje se repite con tanta insistencia que algunos se lo acaban por creer. ¡Si es que les tienen manía! De no ser por la contundencia de los hechos con que ellos mismos contradicen sus palabras, acabaríamos recibiéndoles con genuflexiones. Es cierto que los ibicencos tenemos mala memoria, pero nos la refrescan a menudo.
A principios de los noventa, tras años torturando los tímpanos del vecindario, las discotecas tuvieron que cerrarse para impedir que el ruido saliera al exterior. Un tiempo después, los políticos tomaron la iniciativa de clausurar los after hours, que habían proliferado como hongos, y por fin parecía alcanzarse cierta moderación. La fiesta seguía presente, pero el ruido perdía hegemonía. Todo ello sin que la industria del ocio renunciase al éxito que había registrado en los años anteriores.
Hace algo más de una década, en Platja d’en Bossa, es Jondal y otras franjas costeras se colocaron las primeras piedras del mayor desastre conceptual acontecido en la isla en todo el siglo XXI»
Sin embargo, hace algo más de una década, en Platja d’en Bossa, es Jondal y otras franjas costeras se colocaron las primeras piedras del mayor desastre conceptual acontecido en la isla en todo el siglo XXI, alumbrando una nueva generación de ocio diurno que ha resucitado el estruendo de antaño, llevándolo a las playas durante el día y parte de la noche. El asunto es tan escandaloso y descarado, que realmente parece inconcebible que haya podido ocurrir con tal naturalidad, sin que nadie le haya puesto freno; ni siquiera los garantes del territorio, que en este caso son los ayuntamientos. Algunos, porque en determinados municipios este disparate se cortó de raíz, demostrando rotundamente que, si se quiere, se puede.
Mientras algunos responsables políticos permanecían indolentes en sus poltronas, evitando frenar el avance inmisericorde de las tribus bárbaras, estas viajaron a Mallorca a trabajarse a los legisladores del Parlament. Allí lograron enfangar suficientemente las reglas del juego con la aprobación de una ley turística que, incomprensiblemente, ningún partido ni gobierno se ha atrevido a echar atrás. El resultado es el actual galimatías jurídico, que no hay por donde coger y que constituye la perfecta malla de seguridad para todo funambulista que ande haciendo equilibrios en el alambre de las leyes y ordenanzas.
Así hemos llegado a esta situación surrealista en la que una terraza de hotel o de chiringuito se transforma, por arte de birlibirloque, en una macrodiscoteca sin muros ni tejados, vomitando vatios a mansalva y desvirtuando los paisajes y el propio concepto de Ibiza. La isla era un destino camaleónico donde todo el mundo encontraba lo que quería: tranquilidad, fiesta, aventura… Hoy, quieras o no, te tropiezas con el festival en cualquier parte.
En Ibiza, esta máxima de que la ley es igual para todos constituye la mentira más grande jamás contada. ¿Cómo es posible que el empresario del ocio playero pueda armar su estridente jaleo todos los días de la temporada, mientras que los bares de la gente local que programan música en vivo solo pueden hacerlo cuatro horas a la semana? Los pequeños agravios comparativos se pueden combatir, pero cuando son tan grandes, ¿por dónde se empieza?
Durante este verano tan clarificador, me he acordado de aquel panfleto propagandístico que Ocio de Ibiza presentó en 2019, a bombo y platillo, como un informe sesudo hecho por expertos de la Universidad. Sin un solo dato creíble que lo avalara, decía que un turista de ocio gasta el doble que toda una familia y que esta clase de turismo genera el 35% de la ocupación de toda la isla. La conclusión subliminal y envenenada era que el turismo familiar no interesa; solo el de ocio. En consecuencia, manga ancha.
El tiempo, sin embargo, tiene la mala costumbre de poner las cosas en su sitio. Esta pandemia, además de una terrible sucesión de desgracias personales y económicas, también ha traído luz y claridad en este asunto, despejando la tupida niebla de intereses. Primero, vimos cómo el sector del ocio diurno se puso a trabajar a destajo, saltándose los protocolos sanitarios: baile, fiesta y desparrame, como si no hubiera covid. Ninguna diferencia con los tiempos pretéritos. La supuesta ética del colectivo del ocio, con los vídeos que han desfilado por las redes y en los medios, grabados en algunos de los negocios más importantes de la isla, y las inspecciones sorpresa del Consell Insular, se ha derrumbado como un castillo de naipes. Y luego ha ocurrido lo mismo con las primeras discotecas que han reabierto.
Además, los récords de facturación y actividad que han registrado muchos negocios tradicionales, como los restaurantes y comercios, y las zonas que habían quedado aletargadas, como la Marina, el puerto o el centro de Sant Antoni, demuestran algo ya incontestable: la premisa de que el sector del ocio pitiuso es imprescindible resulta tan falsa como sus supuestas buenas intenciones. A la hora de la verdad, únicamente impera la ley del dinero.
Ibiza necesita su porción de ocio emblemático y creativo para seguir adaptándose a las exigencias de todos los perfiles de turista, pero se requieren límites y nuevas regulaciones para que no sea omnipresente. La asociación permanente de nuestro territorio con la fiesta y el desmadre es un lastre insoportable para muchos otros sectores de la economía turística y seguir promocionándola constituye un error que ahora, tras esta clarificadora temporada, percibimos con mucha más nitidez.
La mala reputación del ocio es real y está sobradamente justificada. Eso sin meternos en jaleos de drogas, prostitución, blanqueo, etcétera. Se pongan como se pongan los trolls.
Por Xescu Prats
En Loquillo només la va versionar, l’original és de Georges Brassens
«Es el mercado, amigo» ¿Quién no ha oído la célebre frase del delincuente, convicto y confeso y ex Vicepresidente del Gobierno del PP?
«Es el dinero, amigo» pensaría otro ex del PP, esta vez ex Ministro de Asuntos Exteriores, vecino de Ibiza y propietario de esa macro discoteca diurna de Playa D’en Bossa.
«Follow the money», dicen con gran acierto los ingleses, cuando quieres llegar al meollo del asunto.
Aquí se han saltado todas las reglas a base de componendas y leyes infumables de dudoso recorrido pero…»es el dinero amigo»
Y el resto a jo…robarse y a seguir pidiendo permisos para que un humilde chaval o chavala con una guitarra, pueda ganarse los garbanzos tocando en directo en un bar. ¡Ojo, ya se sabe! Puede molestar a los vecinos con su música atronadora.
Que el ruido se quede dentro de las discotecas, que el resto no tenemos que sufrirlo.
Son unos sinvergüenzas lo que emiten el ruido y los que lo consienten
sufre de insomnia? a que ora de acostas?
Yo tengo derecho a vivir sin ruido. Por lo tanto que insonoricen las discotecas que emiten ruido
Y alguna macrodiscoteca con multas pendientes siguen abriendo sin ser abonadas.
Molt ben explicat! Esper que aixo ho lleigeixi molta gent. Moltes gràcies Xescu i enhorabona per es teus escrits
Y si todo volviese a la normalidad, me explico.
Las discotecas que hagan de discotecas, a bailar por la noche, los hoteles que se dediquen a alojar a sus clientes y los restaurantes a dar de comer.
La cosa se complica cuando las discotecas funcionan de día, los hoteles hacen de discotecas al aire libre y los restaurantes (Beach clubs ) se dedican a poner música a todas horas.
Las discotecas siempre habían convivido con la sociedad ibicenca y nada se oía al respecto, pero cuando todos quieren hacer de discotecas se hace imposible la convivencia.
Las asociaciones de ocio siempre van a un todo o nada, sin el ocio la isla se moriría de hambre. Este año ha visto que no es así, es hora de tomar nota y poner orden.
Ahí lo dejo espero que alguien recoja el guante….