Mientras los vídeos del desalojo de las familias de los apartamentos Don Pepe han inundado los medios de comunicación y las redes sociales, dejándonos a todos con un nudo en el estómago y una terrible sensación de injusticia, me he acordado de ese casoplón de la costa de es Cubells, entre la playa de ses Boques y es Niu de s’Àguila, que se llenó de grietas y casi se vino abajo tras las lluvias torrenciales de agosto de 2017.
Sus propietarios consiguieron, quién sabe a través de qué vericuetos, que Costas les autorizara a ejecutar una obra de ingeniería alucinante, que consistió en coser el acantilado que sostiene los cimientos, escalonando primero el terreno con grandes palas y excavadoras, y sosteniéndolo después inyectando hormigón en la tierra e instalando mallas y barras de acero por todo el precipicio. El montaje resultante tiene un impacto brutal y se avista desde kilómetros a la redonda.
Para que su vivienda no se viniera abajo, a esta familia foránea, que es solo una y utiliza el inmueble como segunda o tercera residencia, se le ha permitido modificar por completo cientos de metros de paisaje, en un tramo de costa que cuenta con la más elevada protección urbanística. Sin embargo, para los residentes de los Don Pepe, gente humilde que paga hipoteca y en su mayoría tiene allí su única residencia, todo son problemas y entramados burocráticos irresolubles, pese a que ellos no necesitan modificar ni una piedra del paisaje que les envuelve.
Seguro que existe una pila de argumentos legislativos que justifican el desamparo en que quedan estas familias: el edificio, aunque tiene sesenta años, no cuenta con licencia de construcción o se ha perdido, está ubicado en un parque natural y, además, ocupa parte de la zona de servidumbre de Costas. El resultado, en todo caso, es que a unos se les permite lo extraordinario para que su vivienda no se desmorone y otros, que son muchos más y la necesidad les apremia, quedan en la estacada.
La paradoja del Don Pepe y el chalet del Niu de s’Àguila constituye la perfecta metáfora sobre hasta qué extremo la Ibiza del lujo engulle a la clase media. Esa misma en la que nos instalamos en los años ochenta y donde los residentes, ya fueran obreros o empresarios, gozaban de una de las mejores calidades de vida de todo país. Hagamos memoria. Entonces ser de Ibiza se consideraba un chollo extraordinario y bastaba con salir unos días fuera y verbalizar nuestro lugar de procedencia para comprobarlo ipso facto. Ahora, la reacción es justo la contraria: bonita y mucha fiesta, pero prohibitiva.
El coste de la vivienda se ha disparado a tal extremo, que pagar un alquiler resulta casi inviable para una familia media
Xescu Prats
Según han ido pasando los años y a pesar de la creciente riqueza que ha ido generando la isla, con cifras de negocio que se batían cada temporada, efectivamente nos hemos encontrado con que en Ibiza ahora se vive mucho peor. La pobreza, de hecho, avanza a pasos tan agigantados que ya nos hemos acostumbrado a oírselo decir a las organizaciones no gubernamentales, que lidian con la miseria desde las trincheras.
El coste de la vivienda se ha disparado a tal extremo, que pagar un alquiler resulta casi inviable para una familia media, y muchos productos de primera necesidad han experimentado una inflación desmesurada. Los salarios, por el contrario, han quedado congelados y los que se han incrementado lo han hecho muy por debajo del coste de la vida. En definitiva, estamos como en el tercer mundo, donde los ricos cada vez lo son más y los pobres ídem, mientras la clase media sigue menguando. Únicamente se salvan las familias con negocios propios.
A menudo nos hemos preguntado qué ha ocurrido en Ibiza para que se haya producido este empobrecimiento creciente. Existe una causa que se eleva por encima de todas las demás y que ha provocado este terrible efecto dominó: el cambio de modelo turístico, al orientar la isla al sector del lujo. Esta estrategia ha acabado expulsando a un visitante de tipo familiar de estancias largas y amplio espectro, que frecuentaba múltiples negocios y lugares, por otro de viajes relámpago, que gasta barbaridades, aunque en establecimientos muy concretos de los que no sale.
Esta saturación de hoteles-discoteca donde incluso se subastan las mesas, alojamientos de postín, villas de ensueño, beach clubs, chárter náutico de alto standing, etcétera, es insostenible. Incluso hemos visto abrir el restaurante más caro del mundo. No el mejor, ni el más singular, sino el más caro, donde el precio representa su único valor añadido. Otra terrible metáfora acerca de en qué se ha convertido Ibiza. Una espiral de locura en la que llevamos inmersos más de una década, donde muchos se estrellan, pero los que triunfan facturan cantidades exorbitadas. El crecimiento exponencial de su riqueza, sin embargo, se produce a costa de que barrios enteros y zonas turísticas repletas de servicios apenas cubran gastos.
Aunque existan hoteles, restaurantes y servicios para todos los bolsillos, la percepción del turista que medita si viajar a la isla se ve alterada por esta lluvia de mensajes. Todo el tiempo le transmiten que Ibiza es una isla prohibitiva y, por tanto, no adecuada para él. Y esta omnipresencia del lujo también se ha llevado por delante nuestro carácter e idiosincrasia. Antes éramos la isla de la libertad, un territorio sin barreras, donde ricos, pobres y aventureros compartían el mismo espacio, lo que atraía a una fauna de personajes insólitos que se retroalimentaba y que ahora se encuentra en peligro de extinción. Hemos pasado de la magia del mestizaje a las catenarias, los seguratas, las hamacas acotadas y las zonas vip.
La Ibiza del lujo también es responsable directa de la burbuja inmobiliaria que asola el bolsillo de los residentes, donde se busca sacar tajada hasta del corral más inmundo. La desmesura no solo atrae a los príncipes del derroche, sino a una legión de especuladores, desde fondos buitre a blanqueadores de capitales, que compran propiedades con cheques en blanco, provocando que, año tras año, las empresas y los inmuebles vayan concentrándose en manos de compañías foráneas que solo piensan a corto plazo y les importa un comino qué consecuencias tenga para la isla. Hasta que un día Ibiza haya dejado de pertenecer a los residentes.
Algunos empresarios muy significados llevan años recitándonos el mantra de que solo el turismo de lujo nos salvará del abismo, pero, paradójicamente, ha sucedido justo lo contrario. La sobredosis de cartón-piedra ha dinamitado el equilibrio, la justicia social y la personalidad de Ibiza. Convendría ir abriendo los ojos.
Por Xescu Prats
No se puede añadir ni una sola coma.
Gran artículo y gran verdad, una isla de postureo , que bonita aquella isla de los ochenta y noventa.
La clase media cada vez menos media, toda la industria pasando a manos de extranjeros y fondos buitres a los que la isla les importa un rábano y que el día que esto se vaya a la mierd…., se irán a destrozar otro paraiso.
Quissà, quissà AENA té alguna cosa a veure…
Gran artículo y gran verdad!
Tan sólo recordarle al señor que firma el articulo, que el equipo de gobierno que ha permitido el desahucio y que no ha hecho lo más mínimo por pararlo a sido un “gobierno de izquierdas”, los que supuestamente miran por los intereses de la clase obrera.
Un equipo de gobierno que por cierto está comandando por un alcalde que aparte de tener un cargo público es propietario de una licencia de taxi del mismo municipio.
Si eso lo hiciera un político de derechas lo crucifican….
Ciudadan@s votantes del socialismo y de podemos! Disfruten lo votado, que otros lo seguiremos sufriendo!!!!